La lógica criminal del mercado de la coca

La lógica criminal del mercado de la coca

"Los fantasmas de Pablo Escobar y el Chapo Guzmán recorren América Latina inundando con dólares nuestros pueblos socialmente indefensos"

Por: Jorge muñoz Fernández
abril 19, 2018
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La lógica criminal del mercado de la coca
Foto: EFE

“En la Odisea (IV, 219 ss) Helena pretende calmar la aflicción de Telémaco diluyendo en el vino que le ofrece una droga llamada nephentes, que se ha identificado generalmente con un preparado a base de opio o de cannabis”.

La mafia de las cinco familias de New York, provocada por la inmigración siciliana, la mafia del cartel de Pablo Escobar, en Colombia y la mafia mexicana, con Beltrán Leyva y el Chapo Guzmán, llegaron al continente americano empujadas por el contrabando y las drogas.

A la crisis de los sistemas productivos agrícolas considerados legítimos se sumó la incapacidad de los Estados Unidos, China y la Unión Europea para darle respuesta al desorbitado consumo de sustancias psicotrópicas de su población, que hoy llega, aproximadamente, a doscientos millones de adictos, encargados de mantener el nocivo equilibrio entre la oferta y la demanda de los alucinógenos.

Solamente en Europa, según el Observatorio de las Drogas y Toxicomanías (AEDT) y Europol, el consumo anual es equivalente a 24.000 millones de euros.

Incluso, se colige, que los centros de poder financiero mundial administran la economía mortal.

El origen de la cocaína se remonta a la época en que los norteamericanos construyeran las primeras cocinas artesanales en el Cauca y Nariño, bajo el amparo de los Cuerpos de Paz (Peace Corps), como lo documentó hace algunos años la tesis de la antropóloga Sivia Noguera, para optar su graduación en la Universidad del Cauca.

Tiempos hubo en que con la coca se pagaban diezmos y primicias a la Iglesia de Dios y sus hojas fueron la remuneración que se utilizó para pagar la mano de obra de los campesinos e indígenas.

En su vertiginosa carrera las drogas doblegaron parlamentos, cooptaron  instituciones y financiaron la guerra contra el Estado.

Su poder financiero condujo al crecimiento de la banca, la hotelería, el turismo y el comercio; se dio muerte a brillantes y valerosos dirigentes y fueron subalternos suyos los  organismos de inteligencia del Estado.

La coca, utilizada ancestralmente como medicina curativa para aliviar los dolores del cuerpo, terminó inclinando a su favor los aparatos gubernamentales.

Un kilo de coca ascendió a 3.000 euros; un kilo de café, según la Federación Nacional de Cafeteros, cuesta hoy $5.500.00, mientras un gramo de cocaína  en las calles de New York, cuesta sesenta euros ($201.000 pesos colombianos aproximadamente).

Citando a Tovar Pinzón, Hermes, 1999, Medardo Galindo Hernández dice: “Mientras una hectárea de café deja en dos años unos tres mil dólares ($6.060.000), una de amapola deja 54 mil dólares en el mismo periodo, ($109.080.000): en otras palabras, 18 veces más que el café”.

Ciento sesenta mil hectáreas de coca cultivadas cultivadas en Colombia, según el periódico El Tiempo (10 de julio de 1.917), nos colocan como el primer productor mundial, para un potencial de setecientas toneladas anuales.

No basta calificar la coca como un cultivo ilícito, porque la primera ilicitud, ética y moral es la fomentada por los estados, como el colombiano, que han propiciado la desigualdad social y la existencia de la pobreza suma, sin resolver las más elementes necesidades humanas de los campesinos, donde la poderosa economía del narcotráfico recluta “raspachines”.

Lo más oscuro, de este circuito social, radica en que su economía abrió las puertas a la corrupción, la política no pudo demostrar su transparencia, las cárceles se llenaron de parlamentarios y togados, y, los intereses públicos y privados, terminaron cobijados por la deshonra y la vergüenza.

Tampoco se puede desconocer que desde los años setenta en América Latina hubo una ligazón de los llamados cultivos ilícitos con la guerrilla, desconocerlo sería una obstinación rayana en la ignorancia, pero negar que el Estado, al no suprimir la colosal desigualdad social, que afecta principalmente a los hombres y mujeres del campo, es coautor y cómplice de las distintas violencias a que aún estamos sometidos.

En la droga habita la raíz del crimen que causó la muerte infame de los periodistas ecuatorianos. Salieron a trabajar y no volvieron.

Era la vida la que estaba en juego, no el prestigio de las fuerzas armadas ecuatorianas o colombianas. La voz de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos no fue escuchada. Dialogar con “disidentes” no significaba otorgarles estatus de beligerancia. Se ha dialogado con atracadores de bancos.

Creemos, en estos momentos trágicos, que no darle total apoyo a las fuerzas armadas y de policía colombo ecuatorianas, en su misión de enfrentar a los villanos del conflicto, equivaldría a otorgarle el carácter de benefactores a las mafias que ofrecen dinero a los campesinos para sembrar de sangre y dolor los suelos de Sucre y de Bolívar.

Los fantasmas de Pablo Escobar y el Chapo Guzmán recorren América Latina inundando con dólares nuestros pueblos socialmente indefensos, mientras leemos sarcásticamente en sus billetes: “In God we trust”. Hasta pronto.

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