La locura del poder en tiempos de pandemia

La locura del poder en tiempos de pandemia

En días como estos, muchos mandatarios han llamado la atención, no por su gestión, sino por su indolencia y su incapacidad para interpretar la realidad

Por: MIRIAM MARTINEZ DIAZ
marzo 31, 2020
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La locura del poder en tiempos de pandemia
Foto: @realDonaldTrump

El coronavirus se está encargando de sacar a flote buena parte de esa condición humana que habitualmente se esconde tras los formalismos, las posiciones políticamente correctas, las conveniencias y hasta los buenos modales. Tanto es así que ya es inocultable la perplejidad con la que la mayoría de ciudadanos del mundo estamos viendo el comportamiento de los líderes políticos, sociales y religiosos ante la crisis de la pandemia. Muchas de sus salidas en falso, sus torpezas y hasta la defensa pública de sus opiniones o el lanzamiento de las nuevas medidas a tomar rayan francamente con la locura o, como dijera Robert Musil en su discurso, con la más “ingeniosa estupidez”.

Hemos visto a Trump en la cúspide de la brutalidad. Estados Unidos se pone a la cabeza mundial en número de infectados y el presidente insiste en defender a los grandes conglomerados económicos por encima de la población. Se lo ve impávido, colorado como un tomate del susto, pero impávido. Delira con salir reelecto, y aunque para ello necesita de los millones de votantes gringos, pone en peligro la aspiración por mantenerse en su versión más codiciosa del sueño americano. Usa, en su defecto, artimañas tan inoportunas como perversas, como esa de ponerle precio a la cabeza de Maduro y a otros de sus lugartenientes en un momento tan pero tan grave para los venezolanos y para toda la región vecina, con el único propósito de mostrarse duro contra los comunistas intentando rescatar votos en un estado como la Florida. Cada cosa que dice para justificar lo que piensa, lo hace ver más ignorante y obtuso.

Una anécdota mas bien una caricatura enlazó el caso gringo con el colombiano. Andrés Pastrana (ya sabemos quién es Andrés Pastrana), dijo una vez que Maduro era Pablo Escobar y Diosdado Cabello el Chapo. El pez muere por la boca. Ahora pretende un dialogo directo por su intermedio con esos “rufianes”, porque según sus palabras son quienes manejan el gobierno venezolano; aduce para ello que lo hace para salvar vidas, y eso está bien, solo dos acotaciones: cuando ese dialogo era (y sigue siendo) necesario para salvar la vida de millones de venezolanos y de tantas familias migrantes siempre se desestimó, primero estaba la política, la vida de esos empobrecidos ciudadanos no era urgente (la agenda siempre la maneja Washington). Lo curioso es que Pastrana, el fan número uno de Trump, queda ahora entre palos. ¿Insistirá en hablar con un mafioso como Maduro por el que se ofrecen de recompensa 15 millones de dólares? Salvar vidas lo justificaría… ¿O será que a su admirado Trump no le interesa salvar vidas?

Pero sigamos. Si por el norte llueve por el oriente no escampa. Que tal las de Bolsonaro: en Brasil ya suman 15 las muertes por el virus y casi 3500 contagiados, y él tan campante. Con su hijo insisten en que se trata de un asunto menor, que no pasa nada, que hay que salir a las calles a trabajar y producir. Así decía del incendio en el Amazonas, hasta que el problema se salió de control, adquirió dimensiones apocalípticas, y el mundo entero le reclamó. Aquí otra curiosidad: En Rio de Janeiro, la segunda ciudad más grande del país con cerca de siete millones de habitantes cuidados por la famosa estatua de Cristo redentor, quienes pusieron el orden fueron los narcos y los milicianos que controlan las favelas. Impusieron el toque de queda a partir de las siete de la noche, asegurando que hay una emergencia sanitaria y que hay que poner a salvo al pueblo. Bolsonaro es un mamarracho. Ya nadie lo quiere, y los criminales son los que promulgan las normas para atender los problemas. ¡Estamos bien!

De los españoles y los italianos ni hablar. El costo de sus errores y su indiferencia e incapacidad lo están pagando los ciudadanos muertos y sus familias. El pánico cunde ahora en las calles y la recuperación económica tardará años.

Y está el caso grotesco de Boris Johnson. Si no fuera trágico lo que hizo en su calidad de primer ministro británico, sonaría cómico. Se burló de la pandemia, no la tomó en serio, no hizo nada para enfrentarla; llegó a creerse inmune. Incluso, salió a decir que les había dado la mano a varios de los contagiados y que nada le había pasado. Cínico, para verlo ahora por televisión, en anunciada alocución presidencial, con los ojos llorosos y la cara afiebrada pidiéndoles a sus paisanos que se guarden, que se cuiden, que a él ya le dio la enfermedad y que lamenta mucho lo ocurrido.

Otro tanto podemos decir de Manuel López Obrador en México, muy izquierdoso él. Almorzando en un restaurante lleno de gente se hizo grabar diciendo que no hay que temerle a la pandemia, que vayan a cine, a comer a los restaurantes, a los supermercados, que “no nos vamos a dejar intimidar por un virus, yo por eso tengo estos que son mis escudos protectores” dijo enseñándole al público unos escapularios). Ya van casi 900 casos y 16 muertos. Hasta hace 48 horas al presidente mexicano se le ocurrió pensar que el sistema de salud de su país podía colapsar y empezó a tomar medidas.

Ortega, el presidente nicaragüense y su señora la vicepresidenta, tuvieron una ocurrencia brillantísima: convocar a una multitudinaria manifestación pública que dieron en llamar como en la obra de García Márquez “Amor en los tiempos del COVID-19” para que, con la fuerza del amor, todos “unidos y abrazados”, pudieran vencer la amenaza del coronavirus. Nada que agregar.

Es la incapacidad para interpretar la realidad. La ceguera del poder. La indolencia. La perfidia con que se defienden modelos que obligan sin consideración a la convivencia de los privilegios más grandes con las desgracias más profundas. ¡Es una forma de locura!

En esa película tan aterradora como esclarecedora Joker, Scott Silver, el libretista, puso una frase perfecta para la ocasión: “La locura, como tú sabes, es como la gravedad, basta un pequeño empujón…”

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