Vivía en el barrio Estambul de Manizales. Allí Javier Ortiz Bueno tenía su iglesia, su coro. La gente llenaba los butacos de madera, todas las sillas. Creían en él. Por eso muchos padres de familia confiaban en él. Les dejaba sus hijos para que recibieran el evangelio de sus manos. Entre marzo y mayo del 2017 una familia permitió que recogiera todos los días en su casa a su hija. Él mismo la llevaba al coro. Todo se terminó abruptamente cuando la menor denunció que el hombre la tocaba de manera extraña.
Esta fue la sentencia de la alcaldía: “El ente acusador estableció que Ortiz Bueno, como pastor de la congregación, aprovechaba la cercanía con la familia de la víctima menor de 12 años de edad, para recogerla en su casa y llevarla a los ensayos del coro; sin embargo, cuando estaban a solas en la oficina de las instalaciones, le realizaba tocamientos indebidos”