La verdad no se dice, la verdad se practica. Aunque puede resultar confuso y desconcertante, la certeza de la verdad (su sustancia inalcanzable) siempre es reemplazada por su búsqueda. No es un punto en el firmamento, es un camino sin excepciones ni atajos. Por supuesto, muchos prefieren evitar la fatiga de esta honrosa praxis y asumen dogmas invencibles que les permiten imaginar que su verdad es única e irrepetible. Y a pesar de que duerman tranquilos en las noches, en sus días se equivocan rotundamente.
Por tal razón, es necesario celebrar el informe de la Comisión de la Verdad que fue publicado esta semana. Nada más complejo que intentar hacer encajar (en lo posible) el universo desmembrado y caótico de nuestro conflicto de décadas. Ya era hora. Aciertan cuando dicen que la primera víctima de cualquier guerra es la verdad; un hecho que todos los colombianos pudimos corroborar de primera mano tras tantos años de barbarie y devastación. Desenterrar los hechos aventurar sus causas puede ser doloroso pero necesario si en algún momento pretendemos detener esta avalancha.
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La verdad tiene grandes enemigos en este país. Basta ver las desproporcionadas reacciones e irreflexivos ataques que recibió el informe a los pocos minutos de ser entregado
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No obstante, el informe no puede concebirse como un libro definitivo e incontrastable. Sé que nunca pretendió serlo. Más bien, pone sobre la mesa la imperiosa necesidad de seguir buscando la verdad: seguir practicándola. Ojalá el texto de la Comisión propicie una búsqueda permanente y sin interrupciones de nuestra verdad. Se lo debemos a las millones de víctimas que la reclaman con absoluto derecho. No será fácil, la verdad tiene grandes enemigos en este país. Basta ver las desproporcionadas reacciones e irreflexivos ataques que recibió el informe a los pocos minutos de ser entregado.
Asumir la búsqueda de la verdad con entereza y compromiso, como individuos y como sociedad, es una responsabilidad inaplazable. No podemos permitir que se prolongue o agudice este conflicto que tanto nos ha costado y que de tanto pasar y pasar, para muchos, dejó de importar; tal y como el dolor de una llaga debajo de la lengua: punzante, cercano y presente. Esa herida a la que con el tiempo nos acostumbramos y acabo por desangrarnos.