La lista interminable de nuestros muertos
Opinión

La lista interminable de nuestros muertos

El 2 de noviembre nos lleva a pensar en la conmovedora tragedia humana, en la que cada ser que nace está destinado sin remedio a morir

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noviembre 04, 2022
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El pasado miércoles recibí temprano, por uno de los chats de WhatsApp, una imagen alusiva al día de los fieles difuntos, en la que se hacía alusión a quienes se fueron, a quienes recordamos, a quienes extrañamos y a quienes deberíamos pensar más que nunca en la fecha. De manera automática llegaron a mi mente las imágenes de papá, fallecido hace 18 años, y de mi hermano Luis, a quien mató el cáncer hace poco más de dos.

Por un momento sentí que se encendía en mi interior un fogonazo de tristeza intensa. En realidad, soy poco religioso, así que no pienso en otras vidas, ni en esas trascendencias místicas que nos inculcaban de niños. El muerto se fue para siempre. Quizás se nos aparezca ocasionalmente en sueños, pero en definitiva no volverá. Esa pérdida irreparable de lo amado, a la que debemos resignarnos obligatoriamente, es por eso una herida abierta para siempre.

Desde muy temprano en la vida comenzamos a acumular nuestros propios muertos. A algunos no los conocimos siquiera, como en el caso de mis dos abuelas, materna y paterna, de quienes sólo tuve conocimiento por las reminiscencias que de ellas hacían mamá y papá. Luego se murió uno de los abuelos y unos seis años después el otro, trayendo a la familia escenas desconocidas de trajes de negro, recibo de sufragios, frases de pésame, velorios y sepelios.

A medida que crecemos igual aumentan los muertos con los que nos rozamos por una u otra razón. Uno de ellos, de permanente referencia en el hogar, fue Jorge Eliécer Gaitán, abaleado un 9 de abril y ligado íntimamente a un estallido popular que terminó, en solo Bogotá, con unos cuatrocientos cadáveres. Las muertes relacionadas con ese hecho venían de años atrás, en un proceso que se llamó la Violencia, que sumó finalmente por lo menos 300.000 muertos.

Aprendemos desde niños que la muerte ronda todos y cada uno de los momentos de nuestra vida, unida muchas veces a acontecimientos extraordinarios. Un día de esos murió el papa Juan XXIII, una noticia que conmocionó al mundo, hasta el punto de que muchas personas, entre ellas mamá, aseguraban que esa muerte produjo un fuerte temblor de tierra. Nunca supe si sería cierto, pues después oí a muchos refutar la ocurrencia de tal sismo.

Otros de los muertos que recuerdo de mi infancia fue John F. Kennedy, presidente de los Estados Unidos, a quien ejecutaron con un arma larga de modo misterioso. Tanto que el señalado culpable Lee H. Oswald fue asesinado a su vez dos días después por Jack Ruby, sentenciado por ese hecho a pena de muerte, aunque sus abogados consiguieron que se le hiciera un nuevo juicio, a la espera del cual falleció como consecuencia de un cáncer de pulmón. Muerte tras muerte.

Recuerdo la muerte de Efraín González, en el barrio San José, de Bogotá, a unas 15 calles de donde vivía mi familia. El hecho alcanzó ribetes de leyenda épica. El bandolero conservador se enfrentó solo a más de doscientos hombres del Ejército Nacional durante cinco horas y media. Quien terminó dirigiendo la operación que culminó con su muerte fue el general José Joaquín Matallana, una especie de héroe nacional fraguado en la guerra de Corea.

Matallana había dirigido también las operaciones que dieron de baja en circunstancias distintas a Sangrenegra, Chispas y Desquite, temibles bandoleros de la violencia partidista, y contaba además en su haber la ocupación de Marquetalia un año antes. Efraín González mató cinco contrincantes y dejó heridos a 14 más, antes de caer vencido por el fuego. Acumuló en su prontuario alrededor de 200 muertos, así como la ejecución de múltiples masacres en Boyacá y Santander.

Paradojas que trajo su muerte, considerada el fin de la violencia partidista. Con el ataque a Marquetalia nacieron las Farc y la guerra más larga que se haya librado en Colombia y el continente. La Comisión de la Verdad calcula en por lo menos 450.000 los muertos violentamente en ese período, una cifra que aterra. De una u otra manera todos y cada uno de esos muertos tienen dolientes, personas que los recuerdan y extrañan. La muerte lacera por igual.

En 1967 la CIA y los Rangers dieron muerte al Che Guevara, un hecho emblemático que lo convirtió en icono e inspiró a la lucha por mejores condiciones de vida a millones de seres humanos. Cincuenta años más tarde murió Fidel, el gigante cubano que junto a él dirigió la revolución de tantas repercusiones. Cuatro años antes el cáncer había pasado su cuenta a Hugo Chávez, destinado a ser su suplente en el liderazgo revolucionario mundial.

La lista de nuestros muertos puede hacerse interminable y cualquier día nos sumaremos a ella, vivir es morirse un poco. Imposible no pensarlo el 2 de noviembre, día de los muertos.

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