Era la noche del 18 de julio del año 64 de nuestra era y las llamas se propagaron por al menos 10 de los 14 barrios de la Roma antigua durante cinco terribles días, arrasando consigo monumentos como el templo de Júpiter y el hogar de las vírgenes vestales. Según versiones de Dion Casio y Suetonio, historiadores del siglo I y II d.C., Nerón, quien fungía como emperador por aquellos días, salió a su balcón en traje de ocasión para interpretar la Iliou Persis (el saqueo de Troya), acompañándose de su lira mientras ardía la noche bajo el cielo romano.
Sin embargo, las versiones se contradicen cuando de conocer un responsable se trata. Por un lado, Nerón culpó a las minorías cristianas, hecho que desencadenó la primera gran persecución religiosa por todo el imperio. Aunque otros testimonios aseguran que fue el mismo Nerón quien dio órdenes para propagar las llamas desde las tiendas cercanas al Circo Máximo. Los hechos posteriores parecen dar veracidad a estos testimonios, pues luego de la tragedia Nerón mandó a ampliar sus dominios ordenando la construcción de su Domus Aurea (la casa de oro), un lujoso e imponente palacio de jardines, baños y esculturas, ubicado justo sobre las cenizas de las casas más pobres en el centro, hecho que le acrecentó la impopularidad entre los ciudadanos romanos. Años después el emperador Vespasiano mandaría tumbar el palacio megalomaníaco para construir sobre este el famoso Anfiteatro Flavio, conocido hoy como el Coliseo Romano.
La anécdota del incendio pasó a la historia no por su magnitud de destrucción sino por el hecho de que Nerón se haya atrevido a tocar la lira mientras la ciudad sucumbía al horror. Y en retrospectiva podemos decir que aquellos días infernales de Roma parecen arder hoy entre las llamas de una contienda electoral y de una Colombia incendiada bajo el combustible de la “polarización” que algunos propagaron sobre un discurso que en lo practico carburó muy bien, pero que en lo teórico parece hasta hoy no tener tripas ni corazón. El discurso del denominado centro.
La actual contienda pasará a la historia porque un sector político y un grupo de periodistas se encargaron de configurar ese concepto de centro como un nuevo polo de atracción de opinión. Irónicamente esa narrativa antipolarización logró capitalizar bajo el nombre de Coalición Colombia casi 5 millones de votos el pasado 27 de mayo, utilizando la hábil estrategia de arrinconar y “polarizar” a los candidatos más populares hacia orillas totalmente opuestas: Iván Duque a la extrema derecha y Gustavo Petro a la extrema izquierda.
Por todos lados se han escuchado ecos satanizando superficialmente a la polarización, con eslogans como: “Colombia no puede caer atrapada en dos polos extremos”, “Petro y Duque han polarizado desde el odio a la opinión pública”, “A los colombianos no nos van a poner a escoger entre populismo izquierda y populismo de derecha”
Sorprendentemente, la sociedad colombiana absorbió sin chistar este rosario de flamas, así como en su momento consumió todo ese carbón ardiente del “castrochavismo” que sigue hoy calentando las calles y los mercados.
Es necesario señalar que la polarización es un síntoma sociocultural que reconoce disentimientos en dos o más vectores; es decir, una sociedad polarizada no siempre está fragmentada en dos tendencias necesariamente antagónicas.
La polarización puede contener 2, 3, 4, o más focos de pensamiento divergentes. Incluso la existencia de varios polos ideológicos es un síntoma de una democracia sana. Justamente por no permitir polos diversos es que las sociedades caen atrapadas en regímenes autocráticos, plutocráticos, monarquías, hegemonías. Es un error histórico permitirnos sociedades muy homogéneas, uniformadas tanto de piel y pensamiento. No es necesario citar fenómenos conocidos por todos como el franquismo español, el estalinismo ruso o el nacional socialismo en Alemania. Sociedades donde no se permitió la existencia de polos de pensamiento diferentes al sentir del dictador de turno.
Por eso mismo me parecía legítimo que el centrismo tratara de abrirse espacio como un polo con opción de poder, pero, lo que discuto y en lo que difiero es en el “como” lo hicieron: instigando una conflagración de miedo más que promocionando sus epígrafes ideológicos. Postulados que en mi búsqueda no ha arrojado resultados relevantes más allá de un acuerdo programático con tres pilares que en lo semántico están contenidos en el mismo programa de gobierno del tildado derechista Duque y del izquierdista Petro: “Lucha contra la corrupción, reconciliación y educación”.
Más allá de eso no existe soporte teórico alguno que cimiente el ideario centrista como dogma político, pero eso sí, la llama se propaga porque el colombiano promedio confunde las propuestas, el estilo y hasta la personalidad del líder con “ideología” atizada con el temor a caer en los “caudillismos” de extremos que les supieron vender.
Creo que seguir ubicando a la política moderna en banquillos de izquierdas y derechas como si estuviéramos tomándonos la Bastilla en París y fuéramos los girondinos y los jacobinos de la Asamblea Nacional Francesa es no tener más imaginación para etiquetar las nuevas correlaciones de fuerzas ideológicas. De hecho la política moderna parece no asirse a “ideologías” y en ese sentido ubicar a Duque y todo lo que representa el uribismo como extrema derecha no es acertado, esa clase hegemónica colombiana representa más bien el extremo depredador del estado, porque hasta las aristocracias de las monarquías del pasado utilizaban el poder en pro de una honorabilidad, un sentido de divinidad regionalista o chauvinismo si se quiere, donde le dinastía, imperio o reinado trataba de ser mejor que el vecino, con todo y los conflictos que eso traía, pero no como norma el detrimento propio de la sociedad. Todo lo contrario a lo que la doctrina uribista manifestó en su actuar político en 16 años: un desprecio profundo a nuestra colombianidad.
Por otra arista, tenemos al centrismo matriculando a Petro en la “extrema izquierda”.
Yo me pregunto: ¿realmente el profesor Fajardo está seguro de esa calificación?, ¿es el centrismo consciente de que la extrema izquierda significa la nacionalización absoluta de los medios de producción, de la abolición de la propiedad privada sobre el trabajo, la extinción de clases sociales donde el estado es entendido como una dictadura del proletariado? Si tienen dudas entonces es porque de pronto el doctor Robledo y el Moir no hicieron bien la tarea en la Coalición Colombia.
Marcar a Petro de izquierdista radical es desconocer la historia de Petro y el M-19, su consigna política ya está redactada en la carta del 91, como él mismo lo describe. Basta con leerla y contrastarla con la de 1886 para darse cuenta cuál es la materia ideológica de un socialdemócrata como Petro. Lo que ha dicho es que llegará al poder para hacer cumplir esa constitución porque justamente es lo que no han hecho desde que se firmó. La democratización del mercado, la diversificación económica, la reforma agraria, el sentido progresista de responsabilidad evolutiva y ecológica de la especie con el planeta no son ideas de izquierda amigos centristas. Son políticas que apuntan a la sensatez de reconocer la existencia responsable entre nosotros mismos y con la naturaleza, es ir a buscar el conocimiento en todas sus ramas, es permitir que la equidad sea regente pues esa será la garantía de una verdadera versión de paz pluricultural y no la “PAX Romana” del uribismo y el trumpismo, cuya filosofía es “mantener un estado de guerra exterior para garantizar una estabilidad interior”.
Es menester dejar de estigmatizar las propuestas de Petro como “extremistas” porque eso es ocultarle la verdad aun país que pide a gritos unas reformas urgentes en todas las dimensiones. La misma historia nos enseña que cuando las sociedades están al borde de transformaciones esenciales, los individuos suelen polarizarse, en posturas más radicales pero no necesariamente extremas; y es lógico, sano y necesario que así sea, por más que la hoguera parezca arder. ¿Es que acaso el movimiento de independencia indio de Gandhi que venció bajo la desobediencia civil no violenta al Raj Británico era “extremista”?, ¿acaso Nelson Mandela fue un extremista al oponerse al racismo de estado o apartheid en Jhohannesburgo?, ¿fue extremista el rey babilónico Hammurabi por haber inventado el primer código de leyes para que los hombres no se mataran los unos a los otros hace 4000 años?, ¿de pronto fue extremista Temístocles al persuadir a toda Atenas de invertir el gasto público en una nueva flota de trirremes que garantizó la victoria a los Persas en Salamina y Platea?
Si no hubiera sido por esa victoria tal vez el mundo hoy no conocería la democracia.
Por eso, debemos aprender a tomar decisiones importantes en momentos importantes. Colombia hoy atraviesa tal vez una coyuntura comparable solo a la de nuestra independencia en 1819. Como lo ha dicho Claudia López, estamos a una equis de jubilar a la clase política que ha desangrado nuestro país en 200 años. He respetado siempre el voto en blanco, pero su efectividad varía de acuerdo a los escenarios. Este 17 de junio votar en blanco es taparse los ojos ante la historia, es creer que el voto es solo para usted y no para los 44 millones de colombianos, es votar por que la tragedia solo la veo por el televisor. Es votar con una convicción de centro que nunca fue redactada, con la ínfula sobria de no ser “extremista” y con el temor oculto de arriesgar un centavo al cambio.
En política compartir los odios es la base de la amistad, decía el jurista Alexis de Tocqueville. Pues que sea este el momento de compartir odios y amores para tomar partido por el país que nos espera.
De todos modos, los votoblanquistas tendrán su lugar en la historia, así como esa cámara que se instaló en el centro de la Asamblea Constituyente en la revolución francesa; les llamaron la marisma, eran los parisinos indecisos o que no tomaban partido. Fueron los que vieron caer la monarquía y el renacer de la democracia desde la tribuna.
Fueron como Nerón, tocando la lira mientras Roma ardía.