La Línea, arteria para bypass

La Línea, arteria para bypass

La precariedad de la vía más referenciada en Colombia, entre Tolima y Quindío

Por: Hugo Hernán Aparicio Reyes
junio 01, 2015
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La Línea, arteria para bypass
Foto: tomada de internet

Los osados viajes

Cerrando los años cincuenta y durante un lapso posterior, el ritual del regreso a la capital se cumplió al finalizar cada una de las espaciadas visitas a familiares maternos radicados en Calarcá, Quindío. Décadas antes, obedientes a promesas de fácil prosperidad en el emporio del café, habían abordado el tren hacia Ibagué desde Bogotá, previo el paso del páramo de Cruz Verde a pie o con el auxilio de bestias de monta, procedentes de Choachí y Fómeque, oriente de Cundinamarca, sus lugares de origen. Partiendo de la capital del Tolima, con precarios medios y por arduos caminos, tomaron el ascenso de la cordillera Central; luego el vertiginoso descenso hacia la Tierra de Promisión quindiana. Aquí, unos más, otros bastante menos, hallaron bienestar y cimiento para sus hogares. Tras los encuentros, en disfrute de días de hospitalidad y afecto, mi padre ordenaba sincronizar el Ford 46 “colepato” víctima del trajín de la numerosa prole, subía acompañado del mecánico de confianza hasta La Virgen Negra –repecho donde los conductores rendían culto a una imagen ennegrecida por el humo de las velas, rodeándola de farolas fundidas de sus vehículos- y, si todo parecía ir bien, regresaba por la tropa para emprender las dos inciertas jornadas de retorno a Bogotá, vía “La Línea”, apenas transitable con buen clima, latente el recelo por las incursiones de chusmeros o bandoleros. No poca audacia se requería para obviar los riesgos.

Referencia histórica

No existe en Colombia un hito topográfico más referenciado por los automovilistas, por transportadores de pasajeros y de carga. Su denominación es asunto controversial. “La Línea” identifica simplemente la divisoria entre Tolima y Quindío (hasta 1966, parte del Gran Caldas), sostiene la mayoría; el topónimo alude a la fallida línea férrea, proyecto concebido en la primera mitad del siglo anterior para unir el centro del país con el suroccidente horadando la Cordillera Central, afirman otros. De acuerdo con esta versión, se dio en llamar el soñado tramo con el nombre de “La Línea” (del tren). Al ser suplida la opción ferroviaria por una carretera, se conservó el nombre, ya de uso común entre los pobladores de la zona. Puesta en servicio coincidiendo con el inicio de la década de los treinta, la vía interdepartamental significó un silencioso pero contundente triunfo de los avances tecnológicos en el campo automotriz frente al ferrocarril. Intentos antes y después de aquella fecha por tender un sistema de rieles entre Ibagué y Armenia resultaron inútiles. Ante dificultades de todo orden, el gobierno nacional desistió de la obra en forma definitiva, atendiendo las conclusiones de la Misión Currie. En 1950 se ordenó el levantamiento del tendido hasta entonces realizado. Del fallido proyecto quedan evidencias en una de las veredas de Calarcá nombrada desde entonces como “El Túnel”, excavación de corto avance, pretendido portal del paso subterráneo.
La recordación del lugar tiene relación directa con su importancia. Durante casi un siglo, por esta cumbre andina (3.280 msnm), por el tortuoso trazo de 50 kilómetros entre los municipios de Cajamarca, Tolima, y Calarcá, Quindío, previsto por el geógrafo italiano Agustín Codazzi como la mejor alternativa para un camino conector entre dos extensas regiones, acceso al Mar Pacífico, han transitado las fortunas y desdichas de Colombia, su esfuerzo productivo, mercancías de importación y exportación, migraciones espontáneas o forzadas, gestas deportivas, violencias de todo orden; en suma, la dinámica socioeconómica de la patria. Se recuerdan aún las hazañas ciclísticas del “Zipa” Efraim Forero, Ramón Hoyos, del español José Beyaert, del pereirano Rubén Darío Gómez, solo para mencionar los héroes populares forjadores del ciclismo, otrora nuestro deporte nacional.

Durante un aciago lapso mediando el siglo anterior, tuvieron lugar a lo largo del trayecto episodios horrendos; innumerables compatriotas perdieron su vida o haberes a cuenta de la absurda confrontación entre enseñas de partidos políticos. Con particular pavor, muestra de la demencia asesina, germen del narco-terror actual, se recuerda lo ocurrido el día 28 de junio de 1959: estudiantes y profesores de la Universidad de Caldas, con sede en Manizales, quienes realizaban una gira académica, fueron obligados por una cuadrilla de bandoleros a detenerse e identificarse, en un paraje cercano a La Línea. Al leer en forma equivocada la credencial del profesor Ramón Cardona García, director del Conservatorio de la Universidad, los bandidos lo sentenciaron a muerte como “director del conservatismo”, siendo acribillado en el acto. Una reedición de lo padecido en aquel periodo se vivió en años pasados cuando las farc dinamitaron en varias ocasiones el peaje de Cajamarca, hostigaron con frecuencia a la fuerza pública y a la población civil mediante falsos retenes, cometiendo secuestros, quemas de vehículos, homicidios ...

El paisaje

Del primero de mis pasos por la cumbre vial, cubierta de densa neblina, recuerdo los soldados ateridos, implorando cigarrillos o comestibles a los ocupantes de esporádicos automotores, mientras impartían recomendaciones de seguridad. Abierta la húmeda cortina, se abrió a los ojos del niño de ciudad el panorama fantástico que, transcurrida una vida de afanes, no deja aún de asombrarlo y gratificarlo. El trayecto incluye tramos de dos departamentos; no obstante evidentes similitudes, modernos viaductos de esbelto diseño recortando curvas, hay diferencias notorias en la contextura del paisaje. Si bien en ambos flancos de la cordillera central agradan los verdes vegetales, las pequeñas corrientes y caídas de agua, en la vertiente occidental (Quindío) predominan en mediana altura cafetales, platanales, además de manchas de guadual; la otrora apetecida yuca quindiana parece erradicada de su origen. A mayor altitud, reductos de bosque secundario donde yace y luce el cenizoso yarumo junto al violeta de los sietecueros, mientras los cultivos forestales intensivos -materia prima del papel y el cartón- y la ganadería, ambas actividades agresoras ambientales, ocupan cada día áreas más extensas, en detrimento, tanto de la variedad biológica como del producto agrícola. Desde años anteriores es bien conocida la tendencia a la “potrerización” por razón de la endémica crisis del café. Variada topografía cordillerana, cortes abruptos o de suaves contornos, auroras de malva y rosicler, crepúsculos incendiados, firmamentos abiertos a la imaginación, esperan al transeúnte sensible. A mayor altitud se observan los cascos urbanos de Armenia, Calarcá y poblaciones del occidente departamental. En noches despejadas, desde la cumbre, las luces de Pereira, capital de Risaralda, se atisban en la distancia. Neblina cerrada, lluvia, fuertes ventiscas, son características del tramo más alto del trayecto. La fracción tolimense, en cambio, carece de vistas urbanas; allí, sumado al solemne paisaje de altitud, pleno de gala y esplendor, hace su aparición el árbol nacional de Colombia: la palma de cera del Quindío; “…cohete que sube al cielo y estalla en el estrellío…”, al decir poético del calarqueño Luis Vidales Jaramillo. No es fácil explicarlo, pero la mayor población de la palma emblema de Colombia, sus más bellos bosques, se encuentran en el Tolima, sin demeritar los esbeltos sobrevivientes del alto Cocora quindiano. Desde la vía son visibles las laderas de pastizales donde se erigen centenarios ejemplares. En las inmediaciones de Cajamarca, la gama vegetal se multiplica. Cultivos de frutas, legumbres, verduras, de arracacha, aportan alegría visual e impresión de profusa actividad agrícola. Amerita mención la oferta gastronómica a borde de vía, en franco declive, entre otras razones por las mayores velocidades y confort interior de los automotores; además, las precarias condiciones y pobre oferta de los establecimientos, detenciones imprevistas y saturación de vehículos de carga, dificultan el disfrute del recorrido. Subsisten apenas el tradicional establecimiento “La Paloma”, cerca al peaje de Cajamarca, y uno que otro ventorrillo de bebidas calientes.

Troncal en preinfarto

Mientras entretejo estos párrafos se divulgan noticias acerca del destino del proyecto de doble calzada Calarcá-Cajamarca y túnel de La Línea, poco halagüeñas. Al actual contratista, un consorcio conformado por empresas colombo-hispano-mexicanas, pero cuya cabeza visible es el constructor costeño Carlos Collins, sujeto de varias sanciones y suspensiones de obra por eludir la aplicación del plan de manejo ambiental, responsable de un atraso de casi dos años en el cronograma, se le ha concedido un nuevo plazo –hasta fines del próximo año- para la entrega definitiva de la obra. Persisten dudas respecto a la factibilidad de culminar durante ese lapso, el revestimiento interior en concreto y pavimentación de los casi 9 kilómetros del subterráneo, el acabado de los túneles auxiliares y de los tramos de doble calzada previstos, aun contando con recursos financieros suficientes. Nada se dice del sistema interno de ventilación, del manejo de taludes, del plan y dotación de seguridad, del túnel restante en dirección inversa, no incluido en el proyecto ni entre las prioridades de infraestructura vial. Tal situación, en extremo nociva para la economía colombiana, genera, a causa del creciente caos vial, incalculables sobrecostos en la movilización de personas y mercancías por la troncal. La frecuencia y gravedad de los continuos trancones ocasionados por saturación vehicular, permiten intuir el impacto del problema en el comercio exterior y la productividad del país. Sucesivos gobiernos nacionales han ignorado o eludido la obligación de dotarlo de corredores viales adecuados a sus necesidades, prefiriendo dirigir recursos hacia proyectos de menor importancia estratégica, cediendo a la codiciosa politiquería. Es imposible alcanzar metas de desarrollo sin contar con una vía de altas especificaciones hacia su principal puerto marítimo (moviliza más del 60% de la carga de importación-exportación), hacia regiones y países vecinos del sur, sin solucionar el insoportable cuello de botella. Registramos en el país una notoria desventaja competitiva frente al resto del mundo. La mayoría de centros fabriles o despensas alimentarias se sitúan en las proximidades de las costas y de puertos eficientes, lo cual no ocurre en Colombia, donde los centros productivos más importantes se hallan en el altiplano andino, a centenares de kilómetros de los lentísimos puertos marítimos, y en difíciles ubicaciones topográficas.

El Quindío en juego

Cómo haberlo supuesto. Por extraña cabriola, el azar me reservaba el llegar a ser parte de la comunidad quindiana, de habitar durante más de dos décadas y continuar haciéndolo, a la vera de esta vía recorrida tantas veces en los más diversos horarios y circunstancias. Por ello no puedo omitir referirme a la relación del Quindío, de la entrañable Calarcá, con esta, su conexión con el resto del país y el mundo.

La manera como el gobierno Santos presenta ante las autoridades departamentales y la ciudadanía la inversión pública en el proyecto actual y en las adiciones futuras, da clara muestra del torvo tratamiento recibido por el Departamento de los gobiernos nacionales. Para asombro e ira de los escasos ciudadanos informados, pretenden computar estos valores como parte de la inversión del gobierno central en el Departamento. Como si el Quindío fuese el beneficiario directo y único de las obras. Funcionarios, representantes en el Congreso, salvo alguna excepción, guardan silencio ante el engaño. No obstante, en cuanto a actitudes y acciones de los políticos referidas al tema, ya nada sorprende. Hace un par de años, cuando el Grupo Odinsa expresó su propósito de aspirar a la concesión Cajamarca – Calarcá, incluida la operación del túnel y la doble calzada construidos con fondos públicos mediante contrato “llave en mano”, incluida la construcción de un nuevo tramo Calarcá – La Paila, Valle, dejando de lado los núcleos urbanos del Quindío, la actual gobernadora rasgó sus vestiduras y se declaró en contra de tal posibilidad. Bastaron pocos días de lobby de Odinsa y el guiño presidencial a favor de estos últimos. Tanto gobernadora como alcaldes de los municipios afectados, se sumaron de inmediato al coro de alabanzas al proyecto.

Haber contado durante casi noventa años con un tramo de la Carretera Panamericana y una encrucijada vial de importancia estratégica nacional, poco o nada ha significado para el Quindío. A su gente, a su dirigencia, esta realidad nos deja indiferentes. No nos sumamos a las corrientes productivas globales. Vemos pasar los tractocamiones, los modernos buses nacionales e internacionales, sufrimos los impactos ambientales del tránsito automotor, de los crecientes trancones y trastornos en la circulación doméstica, de la construcción de túneles y calzadas, mas no atrapamos mayor cosa en la vertiginosa corriente económica. Casi nada nos llega del puerto, casi nada, aparte de bultos de café remitimos a este. La actividad del transporte de carga, de importante presencia en La Tebaida, en Calarcá, donde habitan con sus familias centenares o miles –¿quién lo sabe?- de propietarios de vehículos, conductores, prestadores de todo tipo de servicios para estos y aquellos, la creciente oferta de alojamiento y negocios conexos, a nadie parecen importarle. Los transportadores constituyen un gremio invisible y mudo, de nula incidencia en la comunidad quindiana. Como tampoco a nadie atañen los lavaderos de vehículos a la vera de la vía, los muchachos sin futuro colgados de los camiones, las pandillas barriales liadas a garrote y machete en plena vía, las barras bravas, indeseables pasajeros autores de delitos y desmanes -otra violencia transeúnte-, la banda de los “pastilleros”, con presencia en la variante sur de Calarcá durante más de cincuenta años, cuyas víctimas son conductores nóveles quienes caen en las trampas de falsos mecánicos de frenos, las niñas trabajadoras sexuales… Nos han vendido a precio de ganga, la idea del bucólico paisaje cafetero como fuente única de subsistencia y desarrollo socio-económico, determinando un perverso statu quo, reditual solo para quienes detentan el poder político y económico.

A la vía troncal de occidente le harán pronto un indoloro bypass coronario a la altura del Quindío. Nosotros, ni nos enteraremos.

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