¿La limosna hace al méndigo?

¿La limosna hace al méndigo?

Hay que educarnos para eliminar los dogmas sociales desde lo trascendente e incluyente. El problema es de todos

Por: Juan Felipe López Sánchez
abril 30, 2019
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¿La limosna hace al méndigo?
Foto: Adriana Hidalgo Zamora - CC BY-SA 3.0

—¡Oiga!— renegó una voz femenina— ¿No me va a colaborar con una monedita?

Dirigí la mirada hacia mi derecha y me di cuenta de que aquel regaño provenía de una mujer que se encontraba sentada en el suelo, afuera de una panadería. Al principio no le di mucha importancia, pero otro reproche llamó de nuevo mi atención.

—Miren que tengo a un niño aquí. Él necesita comer.

Me sorprendía la actitud con la que aquella mujer pedía dinero, pues exigía con prepotencia. En eso, un señor que pasaba por ahí realizó un comentario que me llamó la atención.

—Definitivamente la limosna hace al méndigo— comentó aquel desconocido.

Lo que aquel señor había dicho me llamó la atención y recordé lo planteado por Friedrich Nietzsche: “si solo se dieran limosnas por piedad, todos los mendigos hubieran ya muerto de hambre”. Así que decidí preguntarle por qué expresaba eso. Aquel extraño solo se limitó a contestar: “Porque después de que uno les da plata la primera vez, se acostumbran a que les estén dando y hasta se vuelven groseros cuando no se les dan”.

Era inquietante aquella percepción sobre lo que pasaba con la señora, y quería saber qué otras ideas tenían las personas sobre esa situación: decidí quedarme a La observar por un momento. El aire permanecía sereno, contrastándose con la algarabía que en el sector se generaba. Las personas que pasaban cerca a la señora, que ahora arrullaba a su hijo, ignoraban lo que sucedía: el cuerpo de ella y de su hijo habían sido desdibujados por la mente de los otros; después de ser sordos habían pasado a ser invidentes. La mujer estaba ahí para mí, pero no para los demás. Después de un rato, aburrido ya, preferí irme del lugar, pero algo que ocurrió atajó mis movimientos: de pronto la mujer volvió a hacerse visible, pues una joven, de aproximadamente 20 años, se acercó a ella y le regaló un pan. Cuando ya se retiraba del lugar, me le acerqué con rapidez y le pregunté por qué le había regalado el pan y no dinero, como la mujer pedía.

—Si le doy dinero, es probable que no se lo gaste en lo que dice, o sea, en su hijo, y más bien compre otras cosas que no le ayudan a salir de su condición. Por eso es que las personas casi no confían en esos que piden limosna, y lo peor es que exponen a sus hijos solo para dar lástima.

La curiosidad me impulsó a preguntarle a otras personas sobre el mismo hecho, encontrándome argumentos discrepantes. “Es mejor darles comida y no plata”, decían la mayoría. Otros, como don Carlos, vendedor ambulante de limonadas, comentó que “uno les ofrece trabajo para que consigan lo que necesitan, pero no lo aceptan”, explicando que las personas que piden limosna eran perezosas; pero, por otro lado, Camila, joven estudiante, formulaba que “también hay que entender que esas personas no tienen la capacidad necesaria para trabajar, ya sea por problemas físicos o psicológicos”. Diversos comentarios chocaban entre sí, por lo que existía una dificultad no solo con la situación de esas personas, sino también con la noción que implica el ser “limosnero”.

Era algo complejo, pues con este caso me daba cuenta que aquella problemática social debía ser analizada desde diferentes puntos de vista, y no solo desde prejuicios que la sociedad se ha encargado de imponernos, lo que termina en una segregación, agudizando aún más el problema. Ponte a pensar: ¿alguna vez has discriminado a una persona en esas condiciones? Nos dedicamos a cuestionar lo que “está bien” o “está mal” con las personas que piden dinero en las calles, pero no intentamos percibir qué hay detrás de eso. Manuel Belgrano, colega en lo académico, propuso que “el mejor medio de socorrer la mendicidad y la miseria es prevenirlas y atenderlas en su origen, y nunca se puede prevenir si no se proporcionan los medios para que se busque su subsistencia”.

La educación es la herramienta más poderosa para combatir la ignorancia colectiva. Educar desde lo íntegro, educar para la diversidad, educar para la comprensión, educar desde una postura crítica y así formar personas con la capacidad para afrontar las diversas situaciones que se presentan en el flujo espacio-temporal de la vida, además de comprender las diversas realidades que se entretejen en el mundo. Así se evitaría creer en estrategias que solo se piensen desde una postura más política y económica que social. Entonces, hay que educarnos para eliminar los dogmas sociales desde lo trascendente e incluyente. El problema no es de uno, del que pide dinero en la calle. El problema es de todos. Tuyo y mío.

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