Tema muy difícil, pero tengo que decir algo sobre esto, porque mis opiniones han sido expuestas a muchas personas, de varios países, de varias regiones, de varias comunidades y de distintos puntos de vista tanto religiosos como políticos.
Las redes sociales, los medios y las conversaciones voz a voz, son un modo de enseñar, de razonar, de decir qué somos y cómo pensamos, pero también, como una especie de sinónimo, —uno profundamente irónico—, de arriesgarse a ser víctima de aquel monstruo llamado “libertad de expresión”. Nosotros, ustedes, yo, creamos un ser infinitamente malvado, que espera que el “otro”, nuestro objeto envilecido, nuestra ideología contraria o personaje despreciable, diga, declare o explique cualquier cosa sobre cualquier tema, para encontrar su error. Caer sobre su debilidad, disolver sus conocimientos o enfrentar su naturaleza distinta o diferente.
Son un mecanismo de denuncia, sí, pero de ¿denunciar qué? Un modo de expresarme ¿Expresar qué? Un derecho que tengo ¿Derecho a qué?
Solo he visto y experimentado, que nos convertimos en objetivos o nos ganamos seguidores, esto genera disputas y nos odiamos entre todos. Todo lo que digamos debería ser enfocado, dirigido e interpretado, como una invitación a pensar, no como una absoluta aversión por el maravilloso universo de ideas del otro.
No es grato pensar que vivimos esperando a que se caigan, a que digan alguna incoherencia, a que se equivoquen en la ortografía, a que los acusen o expongan… para usar nuestra “libertad de expresión”. No es un arma, no es un modo de cultivar o mantener calienticas las antipatías, las fobias, la tirria. No es un escudo hecho de espadas, que protege —nuestra «zona de confort intelectual o espiritual»— atacando. Es lastimosamente, la peor de las manifestaciones humanas, para decir «odiamos al que dice, pienso esto… pienso aquello» y que no somos capaces de generar campos de dialogo ni de colaboración o, de corrección.
La libertad de expresión debería contener igual que un “estilo” literario, una estructura, una forma y una idea, que no imponga «nuestra zona de confort intelectual o espiritual, y que sea claramente definido y con una propuesta, en lo posible constructiva, para definir una posición o punto de vista personal. Lo que no esté dentro de ese modelo, es crítica venenosa, ataque indiscriminado, reproche traicionero o propaganda innecesaria.
Si tomamos como ejemplo a la religión —y en su defecto a los creyentes—, pues no manejan precisamente la “libertad de expresión”. Su fuerte es la propaganda, la imposición y la censura, si hubiéramos concebido un formato de “libertad de expresión”, prácticamente ningún creyente habría manifestado una opinión realmente, en ningún momento de la historia, solo, se condensaron en sí mismos y repitieron lo que han escuchado o aprendido, eso es diferente.
No debería ser como el “arte de tener razón” (Schopenhauer); de la falacia impuesta, del capitalismo depredador o del comunismo alucinante, sino del “arte de la síntesis social”, alimentada por todos, estructurada por todos, en búsqueda del equilibrio, el bienestar y la verdad más verdadera.
Sin embargo, muchos no-creyentes también actúan así…
Si vivimos contemplando nuestra “libertad de expresión”, de ese modo, con ese formato, resaltaríamos absolutamente todos, en cada instante, porque equivocarnos y pensar diferente es lo que somos.