La libertad de expresión es un derecho fundamental que fortalece las democracias; expresar libremente las ideas, indistintamente de la categoría a la que pertenezcan, garantiza y respalda la democracia. Sin embargo, en la coyuntura actual de nuestro país, donde el autoritarismo ha llegado a niveles preocupantes, los medios de comunicación se han convertido en aliados del establecimiento y su función de informar se ha transformado tan solo en la oportunidad de inundar a la sociedad y los ciudadanos de falacias cuidadosamente elaboradas para mantener el poder.
La impopularidad del gobierno actual es evidente y es entonces cuando resulta más que necesario controlar la opinión para garantizar el sometimiento de los gobernados, dejando a la ciudadanía como simples espectadores, pero nunca como participantes; en especial se genera una exclusión de la fuerza económica del país que es el motor de una nación.
La estrategia es elemental y milenaria: crear distractores que apelen a la emotividad de las personas para así evitar que los ciudadanos conozcan los problemas sociales que verdaderamente les aquejan y la búsqueda de las soluciones a estos.
Hacer periodismo crítico es todo un reto, ya lo mencionaba Sócrates, quien decía que hablar claro era la causa de su impopularidad. Sócrates, opositor de los sofistas, por el empleo de sus argumentos astutos pero falaces, rechazó este tipo de dialéctica y diálogo que es al que acuden las élites políticas.
Es claro que nuestro país esta en manos del más grande tirano, obsesionado con sofocar cualquier crítica hacia él y a su ejercicio de poder, en el que lleva desde 2002. Cómplices de sus crímenes de odio está la prensa, que se autodefine libre y equilibrada, pero está presta a ceder con facilidad a las presiones, limita la independencia del periodista y restringe la información verás que normalmente llega a la ciudadanía de manera sesgada, en especial cuando se cubren noticias sobre las necesidades sociales, de las que debe encargarse el Estado. Es ahí en donde el deporte y la farándula toman todo el protagonismo: pan y circo.
La libertad de expresión debe cimentarse en la racionalidad y no en el hecho de ser mantenida por quien tiene el poder o por unas mayorías. Sócrates no estaba de acuerdo sobre que la voluntad de la mayoría tuviera razón y fuerza de ley, porque esa mayoría, abusando de ese poder, podría llegar a convertirse en una dominación.
Incluso antidemócratas como Aristóteles y Platón sostenían el principio de mayor libertad de discusión, por lo menos en cuestiones filosóficas. Con Sócrates lo que se logra es democratizar el aprendizaje, ponerlo en la plaza pública, y considerar que todos tienen algo propio que aportar a la verdad. Esta contribución tiene unos efectos importantes en los asuntos de interés público.
No es nueva la relación entre filosofía y argumentación; al contrario, es uno de los temas más abordados. Pero no por eso deja de ser necesaria su referencia frente a ciertos aspectos. Con Sócrates se incorpora el diálogo y la dialéctica como forma genuina de argumentación filosófica; su interés no iba tanto hacia el saber técnico sino a tener claridad sobre sí mismo y tener la disposición a fundamentar.
Hay que buscar el aspecto pragmático del diálogo al que hacia referencia Sócrates, donde no se busca ganar el debate sino un diálogo en común para acceder a lo universal. No es más que esto lo necesitamos en nuestro país, un diálogo en común.