Anthony José Zambrano era la última esperanza de Colombia en unos juegos olímpicos no del todo satisfactorios para el país. El de Maicao era el cuarto del mundo pero el último año, acaso por los meses que tuvo que guardarse para protegerse de la pandemia, estuvo cercado por las lesiones. Los viejos dolores reaparecieron en las pruebas previas a la final de los 400 metros planos. El domingo en la mañana, cuando se clasificó sobrado de lote a las semifinales, un dolor en su pie izquierdo lo atormentaba. Engañó a sus rivales con su tumbao, con su sonrisa amplia, su aire confiado, pero en realidad sentía dolor.
Para la clasificación a las finales también apretó por culpa del dolor, se aferró a todo el santoral, a Dios y pensó en su mamá. Entonces consiguió la hazaña que hoy nos tiene felices. Colombia es el único país latinoamericano en conquistar dos preseas olímpicas en los 400 metros planos. Un bálsamo en medio de unas justas que, para nosotros y después del robo al Yuberjén, no fueron tan apoteósicas como creíamos.
Sin duda que este plata, el tercero que consiguie el país, vale oro.