Entiendo las luchas modernas de algunos movimientos y colectivos, especialmente feministas, por exigir su lugar en diferentes espacios, y me adhiero a esas nobles banderas. Sin embargo, desde hace un tiempo han pretendido librar una batalla estéril y absurda desde el punto de vista estructural de su víctima, la lengua española.
Estimado lector, la lengua no tiene la culpa del machismo, de la exclusión, de la misoginia o de las inequidades… pero sí el hablante.
Una de las premisas de quienes intentan expresarse con el mal llamado lenguaje incluyente es que “lo que no se nombra no existe”, pretendiendo escribir siempre todos los sustantivos con el masculino y el femenino dizque para incluir. Esos son desdoblamientos que van en contra de la economía del lenguaje (decir lo necesario sin decir tanto) y muchos de ellos son agramaticales, además de que no tienen sentido en la medida en que siempre quien pretende ser incluyente hablando o escribiendo, termina excluyendo en algún momento, y la exclusión siempre es más notable en quien pretende posar de incluyente.
Hablemos de géneros gramaticales: en el español, el género no tiene absolutamente nada que ver con el sexo del sustantivo o el sujeto; no tienen correlación alguna. Entiendo el debate de la evidente desigualdad entre mujeres y hombres en muchos campos, pero eso no tiene nada que ver con la lengua. No se deben confundir estos debates con las reglas gramaticales. Nada nos ganamos con que en una empresa se hable de empleados y empleadas, pero sigan ganando más ellos que ellas.
Entiendo también proliferación de estudios de género y la problematización de este concepto con relación al sexo, pero al César lo que es del César. Estas cuestiones en las que no me voy a detener mucho ya las plantea muy bien la académica María del Carmen Hoyos en el artículo Sexo, género y usos lingüísticos (ver).
En fin, en el español todos los sustantivos poseen género; sin embargo, la mayor parte no aluden a una realidad sexual: no tenemos por qué adjudicarle rasgos femeninos (ni físicos ni sociológicos) a una mesa o a una tabla, por ejemplo. Recuerden, además, que nuestra lengua es arbitraria y ‘la cosa’ no tiene absolutamente nada que ver con el nombre. Así, los géneros masculino, femenino o neutro de nuestra lengua, no guardan absolutamente ninguna relación con el sexo del sustantivo… a menos de que hile muy delgado.
Haciendo una gran compresión, en el español contamos con unos cuatro grupos principales de sustantivos con relación a su género gramatical:
- Sustantivos variantes en cuanto a su terminación. A estos sustantivos se les agrega la a o la o, según sea el caso, u otros elementos en algunas ocasiones: presidente/a, perro/a, alcalde/esa. Acá hay para todos, y es que la gran mayoría de los sustantivos del español permiten estos desdoblamientos.
- Sustantivos heterónimos. Totalmente diferentes para la misma “especie” o “clase”: hombre/mujer, yerno/nuera, caballo/yegua Variedad de este tipo también hay bastante.
- Sustantivos comunes en cuanto al género. Tienen la misma manera para ambos géneros gramaticales, pero varían en su artículo (también en su adjetivo): el/la psiquiatra, el/la profesional, el/la pianista, el/la feminista. En esos casos, y en muchos otros, no hay variedad en cuanto a géneros masculinos, pero no por eso los hombres nos sentimos excluidos ni tildamos a la lengua de feminista o algo por el estilo; no hay pianistos ni taxistos, aunque esa variación no esté incorrecta a nivel gramatical, hay que decirlo, pero sí es forzada a nivel de uso.
- Sustantivos epicenos. Se usan con un solo género y artículo (el o la), aunque se pueden usar tanto para hombres como para mujeres: la persona, la víctima, el águila. Este tipo de sustantivos ya han tenido una serie de modificaciones no forzadas, que van respondiendo a los cambios paulatinos de la lengua: antes, por ejemplo, no se podía decir la agente o la amante, sino el agente y el amante para referirse a una mujer. La gran mayoría de los sustantivos epicenos son en género femenino, y no por ello los hombres nos sentimos excluidos.
Aun con esas variedades del español en cuanto al género, también hay limitantes. Por ejemplo, no es adecuado el uso los y las, ni del @ ni la x, porque, además de la economía del lenguaje, en nuestra lengua debe haber una correspondencia fonética y escrita: nadie puede leer en voz alta Lxs niñxs o L@s víctim@s. Con decir las víctimas, las personas o los profesores, es suficiente.
El español es una de las pocas lenguas que tiene los tres géneros (femenino, masculino y neutro), por lo que termina siendo considerablemente incluyente, y eso no tiene absolutamente nada que ver con nuestra sociedad, que es altamente excluyente. De hecho, en Finlandia, una sociedad bastante incluyente y equitativa, solo existe un género gramatical… ¿y qué?
Ojo. Una cosa es el discurso y otra es la gramática. Las mismas palabras que Carlos Gaviria usaba para defender el Estado social de derecho las ha usado Álvaro Uribe para atacar ese mismo Estado. Ambos han usado las mismas palabras, en diferente orden y con diferentes intencionalidades… ambos han usado la misma lengua.
Es entonces el hablante el que discrimina y excluye, no la lengua. Una cosa es que el hablante discrimine, silencie u oculte a la mujer con su discurso, pero eso no quiere decir que el sistema de la lengua sea así. La discriminación y el sexismo no se instalan en el nivel lingüístico, sino en el pragmático y el social. Un titular puede ser sexista o no, dependiendo de quien lo redacte: no es lo mismo “Rivas, el hombre que convirtió en oro las rabietas de Carolina”, que “La deportista Carolina Marín obtiene el oro en los Juegos Olímpicos”: las diferencias entre ambos titulares son abismales, y es la misma lengua.
Recuerden que el poder de la lengua radica en quien la usa, no en la lengua misma, porque ella solita no sirve para nada si no existen hablantes. La académica que cité al principio, parafraseando a otra mujer, dice de manera bellísima que “nos hacemos poca justicia las mujeres si sugerimos que no tenemos el poder racional para resistir a la inercia lingüística y al mismo tiempo implicamos que la capacidad lingüística para manipular en beneficio de un sexo es exclusiva del varón: es perpetuar el mito de la incapacidad femenina y contribuir, sin saberlo, al silenciamiento de la mujer”. Creatividad, estimado lector (obvio incluyo a ambos sexos): no necesitamos inventar nuevas reglas o retorcer la estructura gramatical para transmitir el mensaje que se nos antoje haciendo uso de la lengua misma.
La evolución de las lenguas siempre ha sido lenta. Quizás en algunos años algunas de sus luchas en la lengua, siempre que guarden relación y coherencia con la estructura de esta, empiecen a incorporarse. Puede que ya empecemos a nombrar a las testigas, a los víctimos o los personos, porque a la larga son desdoblamientos válidos gramaticalmente. Pero por favor no fuercen la lengua ni los cambios, que esa ecuación de Uso de la lengua + Desinformación caprichosa de colectivos radicales, puede provocar una especie de Torre de Babel.
Pido excusas porque se me quedan muchos temas por tratar en cuanto a la relación género y sexo en la lengua española, pero una columna de más de dos páginas es una ofensa para con el lector.