La lectura y la escritura más allá de la escuela

La lectura y la escritura más allá de la escuela

Por: Marlon Martínez martínez
junio 18, 2014
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La lectura y la escritura más allá de la escuela
Imagen Nota Ciudadana

La lectura es más que un proceso lógico de decodificación de signos y de relación de significados a partir de unidades léxicas. Por su parte, la escritura no es solo traducción gráfica del pensamiento. No podemos separar, sin embargo, el acto de leer y escribir de estas distinciones formales, pero tampoco podemos, ni debemos, limitarnos a entenderlo solo desde perspectivas reduccionistas como las positivistas, lingüísticas, gramaticales y psicológicas, que, además, ignoran su carácter sociocultural y su naturaleza epistémica.

Lo que quiero decir con esto, es que tanto la lectura como la escritura son actividades cognitivas, que requieren de los mecanismos de codificación y decodificación verbal, así como de ciertos procesos como la planificación, relectura, esquematización, revisión, entre otros, pero no hay que concebirla solo a partir de estos referentes. La lectura y la escritura son actividades que están inmersas en muchas de las actividades que marcan nuestra cotidianeidad, están fuertemente determinadas por la cultura y poseen un valor epistémico referido al desarrollo y fortalecimiento del saber propio.

Elsa Ramírez, acudiendo a los fundamentos de Paulo Freire, defiende la idea de que la lectura no es sólo decodificación, mecanización ni memorización de contenidos puestos en los textos, ya que de esta forma no se estimula el conocimiento, sólo lo encasilla dentro de áreas específicas. Para Freire, la verdadera lectura abarca momentos que oscilan desde la lectura del contexto y el mundo, pasando por la lectura de las palabras (no decodificación ni desciframiento) hasta la relectura y rescritura del mundo. Para Freire, la letra y la palabra son formas de liberarse de la opresión para construir una sociedad democrática y la escuela debe enfocar sus esfuerzos para lograr dicha tarea.

Así como no se puede separar a la lectura de la definición científica, tampoco se puede deslindar del ámbito institucional o académico. Sin embargo, no podemos ignorar que la lectura traspasa las fronteras escolares para instalarse en marcos sociales y culturales y, así, constituirse en una práctica desligada de parámetros y normas que además de regirla, pretenden constreñirla.

Virginia Zabala (2008), quien escribiera un valioso texto sobre la literacidad, mantiene la idea de que los textos no nos deben imponer el significado que el autor le ha impreso, sino que los lectores pueden darle diferentes sentidos que respondan a un propósito social concreto y unas necesidades determinadas. La literacidad, expone Zabala, imbrica lo que la gente hace con los textos y las diferentes formas de leer en actividades socioculturales reales.

La literacidad, o maneras de usar la lectura y la escritura, rebasan los marcos institucionales y trasciende hacia sectores que permiten que la gente le dé sentido y diferentes funciones a los textos de acuerdo con sus experiencias, expectativas, creencias y propósitos. Así, entonces, la lectura no sólo es una forma de aprender o conocer, sino que es un acto, en el sentido extenso de la palabra, que admite hacer, construir y llevar a cabo labores cotidianas concretas. Zabala ratifica esta posición cuando afirma que “si nos fijamos en los usos de la lectura y la escritura, más allá de la escuela, podemos darnos cuenta de que leer y escribir no son fines en sí mismos: uno no lee y escribe para leer y escribir. Al contrario, son formas de lograr objetivos sociales y prácticas culturales más amplios…” de este modo; “podemos afirmar que los textos que leemos y escribimos se insertan en las prácticas de nuestra vida y no al revés” (pág. 24).

Del mismo modo, Delia Lerner (2001) defiende la idea de abstraer la lectura y la escritura del ámbito escolar para redefinirlas y recontextualizarlas a partir de la atribución de nuevos sentidos y funciones. Para esta autora, la escuela debe centrarse, además de enseñar a leer y a escribir para reducir los niveles de analfabetismo, en tratar de “incorporar a todos los alumnos a la cultura de lo escrito… y esto supone adquirir una herencia cultural que involucra el ejercicio de diversas operaciones con los textos y la puesta en acción de conocimientos sobre las relaciones entre los textos… y su contexto”.

Asimismo, sostiene que integrar a los estudiantes a la cultura escrita demanda redefinir o reconstruir el concepto tanto de lectura como de escritura partiendo de las bases escolares y de los principios socioculturales: “…es necesario reconceptualizar el objeto de enseñanza y construirlo tomando como referencia fundamental las prácticas sociales de lectura y escritura. Poner en escena una versión escolar de estas prácticas que guarde cierta fidelidad a la versión social (no escolar) requiere que la escuela funcione como una microcomunidad de lectores y escritores.

Los dos autores anteriores propenden por hacer de la lectura y la escritura actividades funcionales, esto es, que le sirvan a las personas en su cotidianidad, más que para aprender sobre conceptos o contenidos escolares, para resolver los diferentes problemas a los que se enfrentan, para analizar los fenómenos sociales y tratar de darles explicación, para tener visiones criticas del mundo, para investigar, etc., y hasta para llevar a cabo acciones sutiles como cocinar, dormir a un niño leyéndole cuentos, construir o armar un juguete o cualquier objeto partiendo de las instrucciones escritas, enamorar o disculparse a través de cartas, para compartir ideas, desacuerdos, sentimientos a través de comentarios escritos en redes sociales, etc.

En síntesis, proponer un nuevo concepto de lectura y de escritura no significa que separemos estos objetos del terreno académico ni institucional, debido a que la enseñanza, en general, depende del manejo y adecuación de dichas prácticas y de los discursos pedagógicos que se generen en este ámbito. La escuela, no obstante, debe centrar sus esfuerzos en la construcción de lectores asiduos e intérpretes y productores de la palabra con el fin de redundar en la construcción de la cultura de lo escrito y de una comunidad, no sólo de escritores y lectores, sino de seres críticos, reflexivos, visionarios, etc., y de personas conscientes de que la lectura se sumerge en todos los rincones de nuestra vida, nuestras actividades, nuestras ideas, nuestras emociones y lecturas del mundo, nuestros éxitos y errores, etc.

Para lograr tal hazaña, la escuela debe romper con los paradigmas pedagógicos reinantes en teorías positivas o científicas que conciben la enseñanza como un proceso de trasmisión de conocimientos prestablecidos y a la lectura como un mecanismo formal de descomposición de palabras escritas, para crear un discurso que ligue la enseñanza con los espacios sociales, culturales e históricos, y propugne porque la sociedad esté inmersa en el contexto escolar y académico y no lo contrario.

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