La lectura, más allá de la inmediatez del meme

La lectura, más allá de la inmediatez del meme

Hay un mundo de ideas que son necesarias para entender el mundo, para hacer un ejercicio serio de reflexión y crítica, y para vivir otras vidas y otros sueños

Por: Juan Carlos Camacho Castellanos
enero 07, 2020
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La lectura, más allá de la inmediatez del meme
Foto: Pixabay

“Un lector vive mil vidas antes de morir. Aquel que nunca lee vive solo una” (George R. R. Martin).

Es muy raro ver a alguien leyendo un libro, sea en su formato impreso o digital, y esto, por lo general, es la excepción a la regla. El promedio de lectura es, en Colombia para el 2017, de 5.1 libros al año para personas de 5 años y más (datos del Dane). Pero, si vamos más allá, debemos examinar si esa lectura es “de calidad” y obedece a razones que no sean un “porque me toco” o “es que era un ejercicio académico solicitado por un docente”, es decir, la lectura comprometida porque se disfruta del sano ejercicio de la imaginación frente al texto impreso o del efecto de la lectura crítica ante la opinión o ideas de los demás plasmadas en papel.

Es necesario, también, establecer si el lector se enfrenta a un promedio de páginas de lectura de un determinado texto (lectura de calidad) o se considera lector porque diariamente se enfrenta a 140 caracteres de un Twitter y considera esa acción de algún provecho, lo que, en realidad es recibir miles de fragmentos de información que puede generar o no un conocimiento claro de un determinado tema ya que las redes sociales son ejemplos de fragmentación y minimización de la información. Valga el dato de que El Quijote de Cervantes tiene un total de 2.059.005 caracteres que, de acuerdo a un tuitero que se dedicó a la noble tarea de compartir esta obra maestra por la reconocida red social implica el envío de 17.000 tuits, que incluye por supuesto los espacios en blanco para que la cuenta nos cuadre.

Pero, nuevamente, ¿qué diferencia hay entre leer un texto de Twitter de 140 caracteres y una obra como Cien años de soledad de García Márquez o La guerra del fin del mundo de Vargas Llosa? ¿Cómo desarrollar sentido crítico ante un fragmento de información que destaca un aspecto del sistema de gobierno de ideología x contra la obra en texto de más de 1000 páginas que sustenta dicha ideología? Es aquí donde se encuentra un ser humano cuyo hábito de lectura se mide por el tiempo que pasa leyendo fragmentos de información contra aquel que se dedica a establecer un análisis profundo frente a un documento completo y concreto de un autor determinado. La tiranía del “meme” (una idea, comportamiento, estilo o uso que se transmite de persona a persona dentro de una cultura [1]) es un ejemplo de cuán poco se valora la información compleja frente a una avalancha de información y datos que, gracias a las nuevas tecnologías de la información, nos aturden e invaden a través de las redes.

Frente a los youtubers o influencers el pensamiento crítico se ha decantado por el motivador emocional derivado de una persona que nos mueve o enfoca en una cultura de lo efímero y del espectáculo temporal y, a menudo, insípido, incoloro y estúpido. Nos venden ideas en 30 segundos, en 140 caracteres o con una imagen mil veces repetida junto a un texto cambiante y acomodaticio de acuerdo a las circunstancias.

El humor chabacano o inteligente se ha difuminado sobre el lienzo de un dibujo que se repite hasta la saciedad y el experimentar con el pensamiento se ha dejado de lado para que en las redes sociales se nos lleve a pensar y a sentir de acuerdo a el número de likes o corazones para expresar nuestra aprobación o de caritas (emoticones) tristes o asombradas para mostrar nuestra impotencia o de rostros furiosos para expresar nuestro desacuerdo.

No quiere decir que esté mal el uso de las redes sociales pues su componente de abrazo virtual emocional de carácter psicológico es muy claro, no estoy en contra del uso de sistemas de información breve y concisa como el Twitter o Instagram para llevar contenidos que pueden obligar a la reflexión o al análisis; pero es necesario restituir el hábito de la lectura profunda y el uso de la creatividad para diseñar textos más allá de un meme o del relato caricaturesco de tres simples viñetas donde solo se cambia el texto del mensaje (el famoso meme del gato y la mujer airada).

No podemos caer en la dictadura de la inmediatez o de lo fácil al momento de crear. Es la diferencia entre el reguetón y la obra de música que se trabaja con cuidadoso detalle para lograr motivar al alma y no, por el contrario, con el rap o el reguetón, a las glándulas sexuales y sudoríparas.

Es necesario que aprendamos a distinguir lo real del fake news, como, por ejemplo, cuando se toma la foto de cualquier figura pública (viva o muerta) y se colocan frases de cajón o reflexiones intrascendentes para mover likes, corazones, caras tristes o asombradas o rostros furiosos en las redes sociales o, en el peor de los casos, se promueven odios y descalificaciones contra cualquier figura pública o privada al manipular imágenes o información.

La lectura nos abre puertas y mueve a la imaginación; nos demuestra que más allá del meme o de los 140 caracteres hay un mundo de ideas que, gustenos o no, son necesarias para entender el mundo que nos rodea, para hacer un ejercicio serio de reflexión y crítica y, además, para vivir otras vidas y otros sueños.

La tiranía de la información comprimida, del rápido avanzar frente a un mundo lleno de bytes de datos y de la inmediatez de las redes sociales nos lleva a no buscar o indagar más allá de la comida rápida que nos ofrece Twitter, Facebook o Instagram, dejando de lado el delicioso sabor de una novela de García Márquez o de un escrito motivador de Richard Bach; nos alejan de la poesía de Mario Benedetti o de la magia del Ulises de James Joyce y nos privan de la magia aterradora de Kafka, Poe o Lovecraft.

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