Ya han pasado cinco años. Justo había sido trasladada al casco urbano de Morelia, a veinte minutos de Florencia y me desempeñaba como maestra de la Institución Educativa Cervantes, una escuela pública. Llevaba toda mi vida de maestra y les había enseñado a niños en escuelas rurales de Valparaíso, Solita y Morelia.
Pues bien, me enfrentaba a un grupo de 24 niños entre 7 y 9 años, cuando me di cuenta de que María Alejandra estaba triste y aislada del grupo. Le pregunté qué le pasaba y no me respondió, pero los amiguitos se adelantaron a contarme: una compañerita le había dicho rana blanca.
Sin embargo, ese no era el primer caso de ese tipo al que me enfrentaba. Los niños siempre ponen apodos y aunque parece un juego, es una manera de ofender. A esta niña la molestaron por blanquita y mona, pero a otros, por morenitos, bajitos, gorditos, torpes y hasta 'pelilizos'.
Decidí frentear el problema y se los planteé directamente en la clase: ¿por qué María Alejandra estaba tan 'choqueda'? Todos sabían lo que había ocurrido, así que uno de los niños tomó la delantera. Jonathan se levantó y dijo "hablemos de frente de los apodos". De inmediato llovieron las preguntas e incluso reflexiones:
- "Si se ponen apodos, las personas se sienten mal, se enojan, se sienten tristes, solitarias y hasta humilladas”.
- “Los apodos son una forma de irrespeto, no son buenos porque no nos dejan aprender, no son buenos para la convivencia”.
- “El que está colocando apodos se divierte, pero se le olvida que puede afectar a los demás, que pueden haber peleas y lo peor, ya no quieren compartir con esta persona”.
- “Me siento arrepentido. Ahora me siento apenado porque ya sé que eso es malo. Siento que no soy una persona”.
De allí salió un proyecto de aula en el que participaron estudiantes y hasta padres de familias que cayeron en cuenta de que los apodos muchas veces empezaban en casa. Del mal rato de rana blanca resultó una buena reflexión y al menos en el curso todos empezaron a llamarse por sus nombres y se pararon las quejas y los reclamos.
Los docentes que conocen a estos estudiantes dicen que son muy educados, respetuosos y muy aplicados. Todos demuestran comportamientos y actitudes prosociales. Definitivamente, estas reflexiones contribuyeron a mejorarlos como personas y como seres sociales. Para la muestra, una de estas niñas fue la reina nacional infantil del bambuco, otra también ha participado y ha ganado reinados locales y concursos de modelaje. Algunas personas que han dirigido estos eventos resaltan en estas chicas su fluidez verbal y la competencia comunicativa-relacional.