Siguiendo los análisis acomodaticio-prospectivos para la segunda vuelta presidencial, recordé las elecciones presidenciales francesas de 2002 y me pregunté si algo de esa experiencia constituye una lección para Colombia de cara a la segunda vuelta presidencial, en particular para la errática posición de la izquierda y la centro derecha.
En las elecciones presidenciales de 2002 en Francia, 16 candidatos se disputaban la residencia en el Palacio del Elíseo. El entonces presidente Jacques Chirac se enfrentaba con 15 candidatos de los partidos Socialista, Frente Nacional, Unión para la Democracia Francesa, los verdes (los de verdad: de izquierda y ecologistas), el Movimiento Republicano y Ciudadano, y los comunistas (la unión comunista de la Lucha Obrera, la Liga Comunista Revolucionaria y la Liga Comunista Revolucionaria, cada uno con candidato propio).
El ultra-derechista Jean-Marie Le Pen, del Frente Nacional, le ganó al respetado Primer Ministro Lionel Jospin, del Partido Socialista, el paso a la segunda vuelta con el candidato presidente Chirac. Le Pen consiguió un 16,86% de los sufragios, frente al 16,18% que alcanzó Jospin.
La división de la izquierda y de los sectores adversos al presidente Chirac, y la consecuente atomización del electorado, le permitió a Le Pen llegar a la segunda vuelta haciendo temer a los demócratas, no solo franceses, por el radical cambio de rumbo que acontecería si el Frente Nacional llegaba al poder. Sus políticas eran calificadas de xenófobas (expulsión de los inmigrantes no legales de Francia), aislacionistas (denuncia de numerosos acuerdos internacionales, como Schengen entre otros, y retorno al franco francés), antisemitas (en Alemania está condenado por el delito de “negación del Holocausto”) y punitivas (restablecimiento de la pena de muerte a militares).
El paso de Le Pen a segunda vuelta urgió a que socialistas, comunistas y otros sectores se organizaran, muy a su pesar, a favor de Chirac con tal de impedir que Le Pen llegara a la presidencia. Gracias a esta unión Chirac alcanzó en segunda vuelta un 82,21% de los votos, mientras Le Penn obtuvo un 17,79%. Si la división entre los partidos en pugna se hubiera mantenido, este resultado sin duda hubiera sido muy diferente.
En Colombia más de medio siglo de conflicto nos han quitado incluso la posibilidad de soñar, de imaginar un país mejor: industrializado, con crecimiento y desarrollo, con bajo desempleo, más justo, donde no solo unos pocos sean beneficiarios del progreso y donde se imponga el paradigma de la economía libre pero solidaria de mercado. Ocho años de “seguridad democrática”, de ese gasto monumental en defensa, hizo creer a muchos colombianos que a las Farc se les podía derrotar militarmente. La seguridad democrática tuvo algunos resultados positivos, pero los negativos los superan. Más o menos el mismo número de muertos en los ataques del 11 de septiembre en Nueva York, fueron los inocentes asesinados y disfrazados de guerrilleros para responder con la eficacia que demandaba la ahora añorada seguridad democrática. De cualquier forma, quizá su efecto simbólico fue más importante que el fáctico.
Aquí la izquierda y la centro-derecha, divididas más por rencillas que por ideologías, han dejado el camino prácticamente libre para que la extrema derecha se reúna, convenza, manipule y tenga candidato en la segunda vuelta. La izquierda política, la academia crítica y la prensa comprometida con su rol en la construcción de una democracia, no solo deben escoger individualmente entre lo menos peor disponible, como han sostenido algunos, sino también defender un proyecto pero sobre todo una forma de hacer política y, de este modo, a quien la encarna.
Aquí y ahora, ante un muy probable escenario de voto finish y como hicieron diversos sectores políticos en Francia ante el pavor de un ascenso de la extrema derecha, la izquierda y la centro derecha deben ser históricamente responsables, en desmedro incluso de la estricta coherencia política. Deben enfocarse no en los muchos puntos de desacuerdo con un candidato, sino en los pocos pero trascendentales puntos de acuerdo con otro.
En la política de la vida real puede llegar a producir desastrosos efectos aquello de que, en palabras de Voltarire, “Lo perfecto es enemigo de lo bueno”, como piensa el senador Robledo.
*Universidad EAFIT-Departamento de Gobierno y Ciencias Políticas