La cantadora Isabel Julio tiene ochenta y cinco años. El próximo 31 de diciembre cumplirá 86. Nació en el pueblo de Evitar, un lugar del que rara vez ha salido, ni siquiera por quebrantos de salud. “Uno, así como se descompone, se compone otra vez, y vuelve a su pescao con su yuca”, y remata con una sonrisa inocente, abriendo sus ojos negros como buscando la poca claridad de la tarde que se aleja.
Tiene 1,48 metros de estatura. De espíritu sosegado y fina delgadez. Afable, inocente, parece que nada le perturbara. Su voz es serena. “Desde que estaba en mi juventud he echado mi cantada, he sido contestadora (coros), he compuesto mis versos y mis dichos y he acompañado a otras mujeres en la rueda de bullerengue, eso sí, siempre en Evitar, porque yo no he salido, es la veddá (verdad)”, me dice en el hostal Casa Román de Cartagena, lugar donde la han hospedado en un cuarto, con ocho cantadoras más. Ellas son Rosa María Rosado, de 56 años. Juana María Rosado, de 80, hermana de Rosa. Clara Ospino, de 64. Todas venidas de Evitar, al igual que Isabel Julio.
También estaban Mayo Hidalgo, de 59 años. Rosita Caraballo, de 51. Pabla Flórez, de 64, todas las anteriores de María la Baja. Completaba el grupo, la señora Manuela Torres, de 84 años, natural de Barranca Nueva, y Joselina Llerena, de 47, la menor de todas, hija y heredera de la cantadora mayor, Petrona Martínez. Algunas de ellas hicieron parte del álbum Voces del bullerengue, anónimas y resilientes, nominado al Grammy Latino, en la categoría de mejor empaque.
A ese grupo, se le sumó la cantadora Martina Camargo, que vive en Cartagena y que nació hace 59 años en el municipio de San Martín de Loba, depresión momposina, sur de Bolívar.
Lo que siguió, fue la muestra de canto y tradición vivo más excelso que se haya presentado en Cartagena. Fue el viernes 11 de octubre en la denominada “Noche de candela y bailes cantados”, organizada por el Instituto de Patrimonio y Cultura de Cartagena, IPCC.
El tamborero Janer Amarís abrió la rueda con una décima cantada, sonó el tambor. Stanly Montero anunció a Isabel Julio, la mayor de todas. Detrás de ella, una línea de nueve cantadoras, con sus vestidos coloridos, entre todas sumaban 649 años de tradición, de patrimonio musical.
Isabel Julio con Stanley Moreno en la “Noche de candela y bailes cantados”
Stanly Montero, en gancho de brazos con Isabel Julio, comunicó al público la edad de la cantadora, su procedencia, y comentó que era la primera vez que venía a Cartagena. Ella sonrió con el micrófono pegado a su vientre, y la dejó en medio de la tarima frente al público. El tambor repicó, al entonar el primer verso, se volteó y caminó hacia lo tambores, le dio la espalda al público y siguió su canto. Stanley Montero le hizo señas para que cantara frente al público, ella ni se inmutó. Entonces se le acercó, la tomó por lo hombros y giró sus 1.48 metros de estatura, pero no… ella volvió sus ojos hacia la línea de tambores, interpretados por Janer Amarís, Guillermo Valencia, Gabriel Vega, Gilberto Berdugo, y Fernando Vargas. Isabel Julio siguió cantando de espaldas al público: Ay Robalo, ay Rosalío, se ahogó,/ Rosalío, se ahogó,/ Ay robalo, tírame el coddé (cordel) Rosalío, está enfemmo /Rosalio, está enfemmo /Ay robalo, tírame el coddé.// Hasta el final, hasta que apareció Stanty Montero para apagar los tambores y detener el cíclico y bello canto de Isabel Julio. Hubo aplausos, y luego fue el turno para que cada cantadora presentara una sola canción.
La lección de Isabel Julio fue contundente. Esa tradición que ella representa sigue los tambores y no a ese público que está allí para que se le divierta con alguna payasada propuesta por el patrocinador. Esa tradición que ella representa no obedece a esos patrocinadores que moldean el espectáculo, y que imponen las estéticas del “vamos todos, con las palmitas arriba, chá, chá, chá,”. “Dónde están las mujeres solteras”, “una bulla, una bulla” o “de aquí pa’ alla, de allá pa’ aca”.
La lección de Isabel Julio está dada, la cultura y tradición que ella representa tiene claro que las formas del goce van más allá de una tarima inmensa, de serpentinas de colores, spot incandescentes, y candelas explosivas, porque son precisamente esos patrocinadores que reducen la vida cultural al éxtasis efímero, vacío y superficial de las audiencias.
La tradición que Isabel representa no obedece a patrocinadores que moldean el espectáculo
La lección de Isabel es clara, la cultura no puede ser manejada por quienes creen que la gestión se centra en equipos inmensos de comunicaciones y merchandising para imponer la dictadura de los “like” en las redes sociales, que es hoy la forma más sofisticada de la estupidez.
Al final del concierto, caminé al lado de Isabel Julio, desde la plaza de la Aduana hasta el hostal donde estaba hospedada. Algunos espontáneos le pedían una foto, ella detenía su paso, para que el deseoso se pusiera a su lado, seguía, y así paró varias veces. Me hizo una pregunta que aún sigue sin respuesta “Esa gente para qué quiere un retrato con una vieja que no conocen”. Fue entonces cuando le pregunté por qué había cantado de espaldas al público: “Lo que pasaba es que había mucho resplandor, me dejaba ciega, pero la verdad es que si no escucho el tambor, si no lo veo, entonces me pierdo”.
Fotos: David Lara Ramos
Publicada originalmente eñ 16 de octubre de 2019