Indudablemente Ernesto Macías, expresidente del Congreso, es un hombre de jugaditas. De hecho, efectivamente le hizo una jugadita al bachillerato clásico. Dice él que estudió formalmente hasta segundo de bachillerato y “se retiró para dedicarse de lleno a la política”, o sea que para hacer política no se necesita estudio según su lógica. Luego realizó un fast track (vía rápida) o un bachillerato exprés, donde se reducen los requisitos en tiempo y materias para la graduación. Es la laxitud de esas validaciones, en donde se paga un dinero y solo hay que asistir los sábados y los gradúan rapidito sin ningún obstáculo académico, una verdadera vagabundería aprobada por el Estado.
Pues bien, esta no era la primera ni la última jugadita que realizaría el precoz Ernesto. Aunque antes de adentrarnos en el tema vale decir que los que gastamos seis años de formación académica en el bachillerato clásico nos sentimos ofendidos cuando dicen “es que Macías solo es bachiller”. Ser bachiller es un honor que cuesta… o costaba. Es el sacrificio de seis años de estudio, con una intensidad horaria acentuada, donde solo quedaba tiempo para la dedicación académica. Así lo concebimos los que nos graduamos a principios de la década de los años setenta.
De hecho, retaría a Macías a que saque la hipotenusa en el teorema de Pitágoras, nos diga cómo se le saca el área a un paralelogramo, nos cuente cuál es la fórmula de la circunferencia o qué es el pi (3.14.16) y para qué se usa. Que nos diga también qué son las funciones trigonométricas de quinto año (seno, coseno, tangente cotangente y secante aplicadas a un plano cartesiano), que nos haga el cálculo infinitesimal de sexto año o un balanceo de ecuaciones en química inorgánica, que nos exponga cuál es la ecuación de la recta o nos explique la teoría de conjuntos y logaritmos. Me imagino que en una ecuación Macías no despeja una x con una pala. Eso para solo hablar de matemáticas en bachillerato, muchas otras materias se ven. Era un universo formativo.
El bachillerato es la columna dorsal de la formación académica. Es el espacio en que se logra, o se lograba, las bases sólidas en las ciencias exactas: las matemáticas, el álgebra, la trigonometría, el cálculo, la física y la química orgánica e inorgánica. En cuanto a la formación humanística, se veía la filosofía en el grado quinto y sexto, hoy llamado décimo y once. La materia religión se dictaba en todos los grados. Ni hablar de la acentuada formación en las ciencias sociales, como la prehistoria, la geografía universal, la geografía de Colombia, la historia de Colombia y la universal. También la anatomía, la biología, el español y la literatura estaban presentes. En idiomas veíamos en todos los años de estudio el inglés y en quinto grado, hoy grado décimo, se veía el francés. Además, se dictaba una materia llamada instituciones en quinto año y en primero se veía la cívica. En cuanto la literatura teníamos que leernos los clásicos de la literatura universal y el buen manejo del español, la ortografía y la gramática era esencial. Si no se es un buen bachiller, difícilmente se será un buen profesional. Si no se tenía estas bases fundamentales del conocimiento, era muy difícil aprobar los exámenes de admisión de la Universidad del Valle.
Era toda una formación integral, apoyada en los laboratorios y la disciplina deportiva llamada la educación física. El respeto por los profesores era inmenso, tanto así que cuando el profesor ingresaba al salón de clase todos teníamos que pararnos y saludarlo. Si un profesor expulsaba un alumno de su clase por mal comportamiento eso se asumía con respeto y se acataba dócilmente: era una causa para mejorar nuestra formación. Así mismo, era muy difícil que todos se graduaran de bachiller clásico. La exigencia era draconiana y muchos se quedaban rezagados. Era tal la exigencia que algunos desertaban o perdían el año.
Hoy me encuentro con todos mis profesores de bachillerato y los llamo por sus nombres, los recuerdo gratamente y agradezco lo que me inculcaron. Algunos ya han fallecido. Hemos organizado reuniones de exalumnos del Colegio Departamental Eustaquio Palacios de Cali, donde me gradué de bachiller en 1972, y los invitamos para homenajearlos.
Ser bachiller del Colegio Santa Librada de Cali era un orgullo inmenso, lo mismo ser bachiller del Gimnasio del Pacifico de Tuluá, el Colegio Cárdenas de Palmira, del Eustaquio Palacios de Cali, el Politécnico, el Antonio José Camacho (llamado inicialmente Escuela de Artes y oficios), el Académico de Buga y el Gran Colegio General Santander de Sevilla Valle, de donde egresaron bachilleres ilustres, que hoy son destacados profesionales en diferentes disciplinas.
Sostener que “todo tiempo pasado fue mejor” se convierte en algo insostenible, pero sí podemos decir que había mayor compromiso del Estado con la educación pública. La educación pública era de excelente calidad para su tiempo y su férrea exigencia hacía que egresaran bachilleres de muy buena calidad académica. ¿Qué pasa hoy en día? Así como hay avicultores inescrupulosos, que engordan pollos en dos semanas con base a esteroides anabólicos, así mismo los mercachifles de la educación prometen bachilleres en seis meses al estilo Macías. El Estado de manera irresponsable le ha cedido su responsabilidad a mercachifles, que son los menos interesados en la calidad del bachiller.
Estos comerciantes prometen bachillerato acelerado en seis meses, ¿ah? Un proceso de seis pacientes años de formación, ellos en seis meses lo sacan de su cubilete de magos e inescrupulosos negociantes de la educación. ¡¡Qué genialidad!! La laxitud del Estado y la pasividad de los docentes impresionan. Hoy los profesores perdieron la autoridad frente a los alumnos, que alcahueteados (no todos) por sus propios padres enfrentan a los profesores y estos terminan siendo los culpables hasta por sus deficiencias en principios formativos, que se tienen que dar en el hogar mismo. ¡¡Pobres profesores de hoy en día!! Cómo los considero. Es saludable y reconforta que todavía existan colegios tradicionales, que contra viento y marea conservan esa calidad educativa, que hacen de los jóvenes, buenos bachilleres. Macías es un pésimo ejemplo.