Todos estamos sufriendo del complejo de Eróstrato, tal vez sin notarlo. Eróstrato era un parroquiano obsesionado con alcanzar el reconocimiento, ambición que no se llegaba a materializar, sin embargo, había determinado que su nombre resonaría a cualquier costo.
Decidió entonces incendiar el templo de la Diosa Artemisa, construcción incluida como una de las siete maravillas del mundo antiguo; dicen que aparte del valor religioso, el templo albergaba en su interior el libro del filósofo más famoso de Efeso: Heráclito. Fue tal la furia del monarca de la época que prohibió que tan siquiera se mencionara el nombre de Eróstrato. Según las narraciones cuando las llamas se expandían el incendiario se extasiaba gritando su nombre.
Las obras de caridad se han convertido en un insumo eficaz para que nuestros "influencers" criollos, aumenten sus seguidores, pues la imagen de benefactor es cautivante para el desprevenido; sin embargo detrás de esa generosidad se pueden esconder lucrativos negocios.
De hecho muchos de nosotros sin ser influencer hemos cometido el error de registrar en redes las obras de beneficencia en perjuicio de la imagen de los ciudadanos, es algo que debemos corregir.
Hace poco un tiktoker australiano que andaba regalando rosas fue denunciado por una mujer que se sintió utilizada y deshumanizada "me entregó flores pero el regalo era para él" sentenció la víctima.
En conclusión cuando se trata de alcanzar reconocimiento no todo es válido; si lo que queremos es incendiar nuestro propio templo de Artemisa instrumentalizando el cuerpo o ventilando la vida privada, estamos en nuestro derecho, pero lo que sí no podemos hacer es hacer fama en detrimento del otro.
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