Argentina y su larga lucha por las Islas Malvinas

Argentina y su larga lucha por las Islas Malvinas

La puja entre el país patagónico y el reino de Isabel II va a estar presente durante muchos años, ambas partes se niegan a ceder

Por: Sergio Alejandro Gómez Velásquez
junio 06, 2019
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Argentina y su larga lucha por las Islas Malvinas
Foto: Gastón Cuello - CC BY-SA 4.0

En un pequeño punto del inmenso y frío Atlántico Sur se encuentran las Islas Malvinas. Ese conjunto de más de 200 islas e islotes menores desde su descubrimiento ha estado en una continua disputa que tras años de infructuosa labor diplomática desencadenó en 1982 la Guerra de las Malvinas. Este conflicto bélico enfrentó a los soldados británicos contra el gobierno argentino, el cual quiso recuperar el control de las islas y reivindicar a una dictadura cada vez más rechazada.

Enclavadas en el mar desde hace cientos de miles de años sin más presencia que la fauna y la flora autóctona del lugar no registran datos exactos de los primeros visitantes en llegar a las Malvinas. Algunos registros —especialmente británicos—coinciden con que el primer hombre en descubrir las islas fue el navegante inglés John Davis el 14 de agosto de 1592. Otros registros hablan que el pueblo indígena patagónico de Yámanas en sus travesías nómadas por balsa llegó a avistar esos parajes. Así mismo, más estudios hablan de navegantes chinos, desertores de la expedición de Magallanes o hasta de Américo Vespucio durante un naufragio en el mar.

La teoría más generalizada y aceptada habla de que el primer avistamiento documentado fue realizado por el capitán holandés Sebald de Weert el 24 de enero de 1.600. En su travesía por el mar del sur logró ver un pequeño grupo de islas dentro del gran archipiélago de las Malvinas. Actualmente dentro de este conjunto de islas, además de las dos principales (Puerto Soledad y la Gran Malvina), se ubican unos islotes al norte conocidos como “las sebaldinas”. Totalmente deshabitadas, durante siglos estos pequeños archipiélagos se constituyeron en el hábitat natural de millones de pingüinos que, durante de la expedición de los británicos en el siglo XIX, fueron exterminados para la extracción de su aceite.

Con una historia ligada principalmente a los expedicionarios y colonizadores europeos, las Islas Malvinas han estado muy pocas veces en manos argentinas. Después de un dominio casi completo de los británicos desde su “descubrimiento”, en 1764 los franceses se adjudicaron la posesión de la parte oriental (Isla Soledad) dejando a sus enemigos europeos la parte occidental (la Gran Malvina). Con la colonización española, en 1774 estos tomaron el control de las Malvinas argumentando su “posesión” sobre toda Sudamérica. Ya con la independencia argentina del Imperio español en 1816, el naciente país reclamó su soberanía sobre esa parte del Océano Atlántico.

La escasa presencia argentina sobre esas islas facilitó al Reino Unido que en 1833 ocupara nuevamente las islas alegando un derecho de soberanía en razón de su descubrimiento. Con casi 150 años de ocupación británica, el 2 de abril de 1982 soldados argentinos desembarcaron en las Malvinas. Allí, tras una ocupación militar y armada, la potencia mundial envió la respuesta bélica que desencadenó una guerra que, tras 74 días, terminó con la rendición definitiva del país sudamericano.

Sumado al envío de más de 28.000 unidades británicas para la retoma de las Malvinas, la dictadura argentina encabezada por Leopoldo Galtieri no tuvo un buen manejo económico social y militar de la guerra. Más que buscar reivindicar está acción como el “pago” de una deuda histórica en pro de todos los argentinos, fue una decisión desesperada para recuperar la aprobación y legitimidad de un gobierno cada vez más fragmentado. Galtieri durante un discurso público en la Plaza de Mayo afirmó: Este pueblo está dispuesto a escarmentar a quien se atreva a tocar un metro cuadrado del territorio argentino”. La idea de llevar al pueblo a una guerra forzada más que disolver la tensión social terminó por contribuir al desmoronamiento de una dictadura militar que, hasta el día de hoy sigue constituyéndose en el periodo más oscuro de la historia argentina.

El envío de jóvenes a retomar las Malvinas fue un hecho catastrófico. Aún desde antes del desembarco del ejército británico, los argentinos ya contaban con inconsistencias y problemas logísticos que al correr de los días fueron costando cientos de vidas. Además de una llegada caótica, los militares no contaron con alimento e implementos médicos, los abrigos no eran impermeables para los días de lluvia, las armas estaban deterioradas y obsoletas, el calzado no estaba diseñado para el terreno rocoso del lugar y las pocas mudas de ropa no eran suficientes para el frío y los fuertes vientos que azotaban a las islas en esa época del año.

Aún peor resultaba que la mayoría de los miembros de la fuerza armada argentina no tuvieron un entrenamiento militar, físico y psicológico adecuado. Antes de llegar a las islas, los infantes fueron enviados a la ciudad de Río Gallegos. Allí, a 640 km de las Malvinas, acuartelaron a muchos de los “pibes” que por el azar, obligación militar o decisión propia fueron enviados a un lugar del que nunca habían escuchado. Muchos de esos regimientos además de desconocer las condiciones de las islas, ignoraban las labores que tenían que hacer lejos de sus familias. Particularmente en esa guerra el rol de combatientes fue puesto a los humildes hijos de barrio, estudiantes y trabajadores que, con un boleto casi seguro a la muerte, sustituyeron a los milicos —como eran llamados los militares en la dictadura argentina— mantenidos y entrenados con el dinero de los impuestos y recursos públicos de la nación.

Ya a los primeros días del desembarco en las Malvinas comenzó a escasear la comida. La carne, la leche, los huevos y el pollo se estaban convirtiendo en un lujo que para muchos solo llegó a ser una realidad después de la guerra. Para empeorar aún más las cosas, el frío además de trabar las armas, estaba comenzando a enfermar a los imberbes soldados, los cuales durante esos eternos meses se mantuvieron vivos por el caldo, el mate cocido y el peligroso saqueo que hicieron a algunas granjas locales.

Mientras el hambre y el frío azotaban a las Malvinas, en tierra firme la cúpula de gobierno seguía desinformando y tomando decisiones erradas. Desde un principio subestimaron el poderío militar de la naval más grande del mundo. Los regimientos y medios de comunicación simpatizantes de la dictadura expresaban con orgullo la victoria anticipada, veían a las Malvinas como un bastión inexpugnable, acreditaban la incapacidad inglesa para llegar hasta esos territorios y vaticinaban un triunfo aplastante porque, según ellos, las condiciones climáticas extremas “terminarían” con los europeos. La realidad fue que con el transcurso de los días estas mentiras fueron cayendo por su propio peso. Margaret Thatcher poniendo en juego su reelección en el resultado de la guerra envió a los mejores soldados británicos a sortear las condiciones climáticas más difíciles, cuadruplicó el número de aviones y buques de guerra respecto al pobre ejército argentino y formó alianzas estratégicas con países como Chile, Estados Unidos y Francia.

Una confrontación directa entre dos bandos tan desiguales ya daba un claro ganador en la contienda. Desde el inicio los argentinos quedaron sin suministros alimenticios, higiénicos y médicos para afrontar el largo trecho del conflicto. Los hospitales estaban a kilómetros de las trincheras, no se tenían carreteras para movilizar los equipos, los refuerzos y relevos de tropa nunca llegaron ante el asedio británico, los radios de pila pronto dejaron de funcionar al no encontrar baterías y las labores medicas de rescate fueron en muchos casos infructuosas ante la falta de alcohol, curas, morfina y analgésicos para el tratamiento de las heridas.

Con la pérdida total de las islas para los argentinos, en los años posteriores a la guerra se fueron revelando detalles de las inconsistencias y consecuencias de las batallas. En total se registraron 629 colimbas —soldados argentinos— fallecidos durante el conflicto (323 de estos fallecieron por el hundimiento del crucero argentino ARA General Belgrano), 1082 heridos y un poco más de 450 suicidios durante y después de la guerra. Muchas de estas bajas por el hambre y el frío fueron víctimas de las propias fallas logísticas, poca voluntad de rescate y los robos a la comida que les iba a ser entregada. Gran parte de los suministros donados por miles de argentinos durante esos meses ni siquiera salieron de los cuarteles y, los que alcanzaban a llegar a la isla quedaron vencidos y podridos en galpones que, por inoperancia, poca planificación y por el cerco montado por los ingleses; jamás llegaron a los hambrientos soldados que en sus trincheras soñaban despiertos con un plato caliente.

Por su parte, las huellas físicas y mentales del Armagedón siguen retumbando por el resto de la vida a todos aquellos que fueron al frente de guerra. Las balas y los gritos de dolor se siguen escuchando en muchas noches de insomnio que, tras días temerosos han conducido a muchos a la locura y la tristeza. En las conmemoraciones, entrevistas y eventos públicos los veteranos de guerra relatan cómo vieron morir a sus compañeros por congelamiento o inanición, alertan los casos de los soldados que se pegaron tiros en sus propios pies para que fueran evacuados y revelan más detalles que hoy en día siguen sorprendiendo y entristeciendo al pueblo.

La guerra le arrebató a la juventud argentina muchos sueños y proyectos. Por ejemplo, Marcelo Lapajufker, excombatiente de las Malvinas, durante una entrevista señalaba que, “cuando terminé el secundario quería ir a la facultad y tener una vida normal. Eso no pasó”. Él y todos sus compañeros fueron víctimas anónimas de la guerra. Personas que fueron conducidas a una catastrófica guerra hasta hoy no han recibido un perdón o “me a culpa” institucional por los errores cometidos. Después de la rendición el 14 de junio de 1982, los excombatientes fueron olvidados y desatendidos por el Estado durante muchos años. Esto los obligó a crear varios centros municipales y provinciales que dieron forma a la Confederación Nacional de Veteranos de Guerra.

Con una serie de luchas que hoy continúan han logrado gozar de una atención diferencial a través del PAMI (Programa de Atención Medica Integral), han contado con cobertura de medicamentos al 100 %, bonificación en impuestos, tarifas diferenciadas en el transporte público, exención del pago de peajes en rutas provinciales y beneficios salariales a los que trabajan en la administración pública nacional.

A esto se le suman los continuos homenajes, condecoraciones y monumentos a su honor. Esto ha generado un avance, pero no va ser suficiente para recuperar las vidas y los sueños sepultados en uno de los puntos más fríos de la tierra. Muchos veteranos denuncian la falta de atención psicológica continua a sus procesos y otros han tenido que pasar meses sin una cobertura médica completa y pago de la obra social.

Mientras todo eso pasa en el continente, las Islas Malvinas o “Falkland Islands” siguen bajo el control inglés. Después de haber hecho la mayor movilización naval desde la segunda guerra mundial llevando por más de 17.000 km a 28 mil soldados, hoy los británicos gozan de recursos pesqueros y petrolíferos considerables (rondando los 1,000 millones de barriles de petróleo). Así mismo, su ubicación cerca de la Antártida les facilitó la construcción de la base de la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte) sobre el mar argentino que, les ha garantizado una posesión y control geopolítico sobre el polo sur (el acuífero y reservorio de agua dulce más grande del mundo).

Argentina sigue reivindicando a las Malvinas como parte fundamental de su territorio. Denuncian la práctica colonial e incursión inglesa sobre territorio sudamericano expresando la pertenencia de esos recursos a los millones de argentinos. Pero, materialmente la mayoría de los 3.389 pobladores de las islas son descendientes directos de los europeos y han manifestado su apoyo, incluso con referendos, a los británicos.

Esta puja entre el país patagónico y el reino de Isabel II va a estar presente durante muchos años. Mientras que casi todos los mapas del mundo llaman a esas inhóspitas islas como Falkand Islands y a su capital como Puerto Stanley. La geografía y los mapas oficiales argentinos resisten en llamar a estos puntos como Islas Malvinas y puerto argentino respectivamente. Sumado a esto, en los colegios públicos y privados reivindican estas ideas nacionalistas en las clases, invitan cada año a excombatientes para que hablen del tema con los chicos de todos los niveles y preparan a los estudiantes para los conversatorios y proyecciones sobre la guerra.

Hoy en día hay un fanatismo de muchos “pibes” por saber más esa parte de la historia. A algunos por la calle se los ve con pulseras, botones, parches, cuadernos o incluso tatuajes en los que esas islas están pintadas de celeste y blanco. Los nombres de poblados, restaurantes, estadios de fútbol, calles y colegios las recuerdan y renombran. Casi todos los poblados del extenso país gaucho tienen plazas dedicadas a los caídos y en cada conmemoración o marcha se sigue escuchando más fuerte: “Las Malvinas son argentinas”.

 

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