La lamentable educación pública en Santa Marta

La lamentable educación pública en Santa Marta

Un hombre que pasó por varias instituciones públicas de la capital de Magdalena da una cruda perspectiva a partir de su experiencia

Por: CARLOS ANDRÉS SALAS
agosto 31, 2020
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La lamentable educación pública en Santa Marta
Foto: Pixabay

La educación es uno de los factores más importantes para el progreso de las personas y de cualquier sociedad. A través de ella se impulsa el desarrollo cultural, social y económico. De hecho, es la fórmula para terminar con las brechas sociales existentes. Ahora bien, en el departamento del Magdalena estas brechas están muy acentuadas y el nivel educativo es paupérrimo.

De acuerdo con los resultados de las pruebas Icfes, la ciudad de Santa Marta siempre ha estado por debajo del promedio nacional. ¡Es una vergüenza! Esto no ha dejado de ser así a pesar de los cambios en las administraciones locales y sus diferentes corrientes políticas. Han construido megacolegios, entregado elementos electrónicos, como tablets y computadores, dotaciones de distinta índole; se han implementado los planes de alimentación escolar y el resultado es el mismo. ¿Qué pasa entonces? ¿En qué fallamos?

Hacer un análisis completo de cada uno de los factores en la educación pública de la ciudad requiere un estudio muy complejo a cargo de expertos en diferentes áreas, que tracen una ruta de trabajo para mejorar cada uno de los indicadores y mi intención está muy alejada de suplir a los expertos.

Pero hoy quiero destacar una de esas causas que nos ubican tan mal en materia educativa en el país: los docentes. Como estudiante de varios colegios públicos tuve muchas experiencias que solo hasta hoy, después de 12 años de salir del bachillerato, logro analizar con mayor madurez. Casualmente esta semana vi a algunos de mis profesores después de mucho tiempo, a unos ni los recordaba y otros me sorprendió que aún siguieran con vida. Recordar a mis profesores me causa alegría, aunque unos más que otros. Ahora, de manera concienzuda, encuentro carencias tanto en los métodos pedagógicos como en sus conocimientos.

Quizás sonaré malagradecido y pido disculpas de antemano a cada uno de mis maestros si los ofendo. ¡No se preocupe, profe, que su nombre no aparecerá en ningún lado! Aunque sé que varias docenas de compañeros de clase seguramente lo reconocerán.

Para ponerlos en contexto, hablemos inicialmente de mi experiencia con el pensum académico. Pasé por tres instituciones educativas diferentes en tres años, los tres primeros del bachillerato: sexto, séptimo y octavo. Sexto lo hice en un colegio público de la ciudad de Bogotá. Séptimo lo cursé en uno de los más icónicos de Santa Marta. Octavo lo estudié en uno cercano a mi casa. Para resumir, lo que me enseñaron en sexto en Bogotá lo repetí aquí en Santa Marta en séptimo y octavo, pero con un contenido y una pedagogía pobre. Creo que por ello no terminé siendo un experto en célula animal y vegetal o en fracciones, a pesar de estudiarlo por tanto tiempo.

En cuanto a los docentes, les contaré la historia de “la seño” (término utilizado para denominar a las profesoras en la costa caribe colombiana) de ética y valores: no podía recordar ni sus clases, ni los cursos, ni los estudiantes, ni el contenido de su materia. Tal vez la carga laboral o quizás los años enseñando. Cuando iniciaba su clase preguntaba a sus alumnos “muchachos, ¿qué tema les dije que nos tocaba hoy?”, a lo que todas las veces contestábamos “la honestidad, seño". Pasábamos semanas en clase de honestidad hasta que nos aburríamos de que repitiera lo mismo. Ella me dio clases tres años.

Hace un tiempo conversé con uno de los profesores más queridos y admirados, pensaba que era excelente, aún después de terminar mi colegio. Sin embargo, luego noté que su excelencia provenía de su capacidad de aprenderse taxativamente el libro guía de su materia y comprendí que si cualquier estudiante hubiese querido indagar o profundizar no hubiese encontrado bases ni sostén en aquel maestro. Por suerte para él, el alumnado también es un problema. A los jóvenes se les debe impulsar a seguir investigando, a exigir una educación autodidacta pero dirigida, que permita un desarrollo integral de los conocimientos y consecuentemente, la selección acertada de su profesión u oficio.

Las anécdotas son muchas, por ejemplo, las del docente que era un “bacán” porque salía con nosotros y nos brindaba trago, pese a que al final siempre terminaba echándoles los perros a nuestras compañeras. El profesor que extrañamente en su materia siempre les tocaba recuperación a un pequeño grupo de mujeres. La maestra que le hacía la vida imposible a dos o a tres en el curso y termina citándolos en su casa para ponerlos al día, lamentablemente para ellos no era una supermodelo de ensueño sino de pesadilla. El coordinador que disfrutaba de la compañía de los varones, que en ese momento no alcanzaban la mayoría de edad: a más de uno de ellos los vi con zapatos nuevos o manejándole el carro. También tuve ese docente de educación física que no hacía absolutamente nada, solo nos dejaba jugar lo que quisiéramos, nunca antes había analizado que le pagaban por nada, etcétera. Hoy me preocupa como padre, la educación de nuestros hijos y las situaciones conocidas que no quisiera que se repitieran en tantos jóvenes de quienes confiamos su educación a instituciones públicas…

Gracias a Dios, no todo es malo. Quiero destacar que en el camino que recorrí fueron más los buenos profesores, que los malos. A todos esos buenos siempre les daré mis agradecimientos de corazón. Al final, el tema no es ese. Lo que debería ser foco de preocupación es la calidad de los docentes y cómo se filtran los menos capacitados en la educación pública. ¿Cómo llegaron ahí? La respuesta es sencilla y muy preocupante: por palanca.

La educación debería tener como marco la transparencia en el proceso de selección de los docentes; que dicha escogencia se cimente en los conocimientos y la pedagogía; que se les exija seguirse capacitando y que, periódicamente, se evalúen sus capacidades, para definir su permanencia en la planta permanente o provisional de profesores; que los resultados de los estudiantes en las pruebas estatales repercutan en la calificación de los educadores.

Desde siempre la Secretaría de Educación ha estado politizada, no solo en la ciudad, también en el departamento. Muchos de los docentes mediocres y pésimos que mencioné terminaron ahí por recomendación política o por haber votado por x o y. Esto deja por fuera un análisis exhaustivo de la calidad del docente que debería ser lo más importante a la hora de ser seleccionados para ocupar esos cargos. A los expertos que vengan a examinar que nos pasa en educación, desde esta columna les señalo, que uno de sus principales problemas radica ahí. ¡Échenle el ojo!

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