“No nos hagamos los distraídos. Hay mucho de complicidad. ¡La pregunta es para todos! En nuestras ciudades está instalado este crimen mafioso y aberrante, y muchos tienen las manos preñadas de sangre debido a la complicidad cómoda y muda”: Papa Francisco
Una tarde de 1986, un poco antes del anochecer, las instalaciones de La Laguna fueron consumidas por las llamas y una gigantesca cortina de humo cubrió los espacios de la otrora Villa de Miraflores, como el cielo de Hiroshima y Nagasaki calcinado al finalizar la Segunda Guerra Mundial.
Una explosión hizo temblar la tierra en decenas de kilómetros en el país de Cacataima donde sus habitantes hacen cientos de años libraron intensas luchas en defensa del territorio, su riqueza y sus baldíos. Esta vez los Chapíes y Guacoes no pudieron entender cuanto estaba ocurriendo o habría de ocurrir en sus históricos labrantíos y colinas como si acaso Melquíades hubiera regresado a Macondo a entorpecer con sus cachivaches el sueño sagrado de los Pijaos.
Pero no. Todos sabían que algo raro se estaba cohonestando en la pequeña ciudad empobrecida, lo imaginaba el cura, el alcalde, los concejales, los políticos, la policía, los comerciantes y las fursias venidas de la capital que en las noches desfilaban ofreciendo sus encantos a los nuevos mecenas que invadían el comercio y las cantinas y los hoteles y los bancos, llegados presuntamente desde Santa Elena, la capital de las flores.
Flamantes camionetas de última generación estacionadas frente al pabellón y la plaza de mercado y hombres espigados de lenguaje paisa bebían cerveza entre un ruido ensordecedor de música guasca y corridos prohibidos. Llegó la plata, dijeron los de abajo y los adalides del centro, los de en medio, los de arriba y los pastores de las ermitas, felices de la buena nueva, dispuestos a perdonar los pecadillos a todos sus feligreses.
En las semanas que antecedieron a la explosión incierta comenzó a llegar maquinaria pesada para mejorar la trocha carreteable que conducía a La Laguna. Los carrotanques iban y venían cargados de combustible y grandes canecas que invadían el suntuoso paisaje de La Laguna venturosa provistos de gasolina, éter y acetona, dijeron algunos.
Otros personajes abismados por lo que avizoraban en sus alrededores manifestaban que podría ser una gran empresa industrial extrajera que iría a proveerse de materia prima para producir artículos de suma importancia para la exportación y emplear cientos de trabajadores y traer desarrollo a la región. Una avioneta sobrevolaba semanalmente los espacios de los chapíes y las instalaciones de la empresa en comento, significando un entusiasmo no común entre los pobladores. Unos dijeron que era Pablo Escobar y Santofimio que iban a construir una pequeña ciudad para regalarle casas a los más pobres.
Que era el hijo de Gentil Cruz, Iván, el aviador que visitaba a sus padres que vivían en centro de la ciudad y ocasionalmente los saludaba desde aire, decían otros. Un frenesí invadió las calles y los centros de consumo y los establecimientos comerciales comenzaron a proveerse de artículos para atender la demanda que se avecinaba y los balnearios a embellecer sus instalaciones turísticas para proveer los requerimientos de los nuevos visitantes venidos desde más allá de los mares y el paraíso de las flores.
Rovira habría de convertirse en un emblemático lugar para el mundo y un “Encanto de manantiales” por sus riquezas hídricas la hacen una población privilegiada; cercana a la capital del Tolima y sin pagar peajes, ofrece a todos los turistas una inigualable belleza en la que usted podrá disfrutar desde acampar a cielo abierto y rodeado de naturaleza hasta descansar en cabañas de lujo con todas las comodidades, o desde disfrutar de una piscina natural con agua corriente hasta modernas instalaciones con tobogán, jacuzzi y baño turco, aparte de sus paisajes y sitios naturales posee atractivos turísticos tales como el parque natural de Martínez, Charco Azul, La Rochela, Villa Ana María, Los Guayabos, El Palmar, La Tatacoa y La Laguna entre otros; en Rovira lo espera gente cariñosa y de paz que desean compartir su “Pedacito de Cielo Tolimense”, tal como lo expresara la nota publicitaria de la alcaldía en su página de internet.
Los primeros agentes que llegaron al sitio de la explosión no encontraron supuestamente a nadie, habían huido dejando el lugar en completo desorden, dijeron los sabuesos. La sorpresa fue inmensa ante el supuesto que se trataba de la planta bendita, hecha polvo, un polvo blanco de valor incalculable en los mercados neoyorquinos y europeos, abandonada en grandes bandejas que habrían de inventariarse para dar cuenta a los malandrines de la clase alta y el gobierno que vivían del negocio apoltronados en sus sillones mal habidos.
Se observaba además una mancha en proceso tratada con sofisticados líquidos en grandes calderas y mesones y bombillas incandescentes de alto voltaje e instalaciones eléctricas y un arrume de grandes canecas de plástico. Habían hallado El Dorado, la leyenda fantasiosa que buscaron durante siglos los invasores de la maldita madre patria y “no podríamos desaprovechar la oportunidad del oro blanco que nos ofrecía La Laguna, dirían los sabuesos al servicio de la institución policiaca.
Horas después llegaron las jueces y sus secretarias a practicar las diligencias de rigor e iniciar las investigaciones del caso que debían contar con la presencia del Ministerio Público. En la noche, el sargento de la estación local me traslado en la camioneta de la policía al lugar de los hechos para dar fe de las ocurrencias y el desastre de las instalaciones.
Yo ocupaba el cargo de personero municipal y debía dar cuenta a la Procuraduría Regional sobre los acontecimientos y vigilar el desarrollo de tales acciones. Los policías iban y venían y el sargento y algunos civiles amigos de unos y otros entraban y salían, algunos con alimentos. No me atreví a revisar las bolsas y paquetes que llevaban en sus manos los agentes, tampoco lo exigían los jueces. Antes de media noche se suspendieron las diligencias judiciales para ser reiniciadas al día siguiente quedando custodiado el lugar por los mismos agentes de la estación local.
En la tarde, después de realizadas las diligencias judiciales, del rigoroso conteo y la autorización de los jueces, fue trasladada la mercancía incautada a las instalaciones de la estación policial con la anuencia de personal de justicia del departamento. Cientos de bolsas blancas quedaban en custodia ahora, en el distrito policial en espera del qué hacer con el “maná” que sin imaginarlo había caído del cielo.
Dicen algunas buenas y malas lenguas que las bolsas “benditas” fueron cambiadas en su totalidad durante la noche por harina de trigo que supuestamente les suministró uno de los comerciantes de la población. Habían concluido las investigaciones de la primera parte de este histórico episodio que habría de ensombrecer la tranquilidad de los habitantes de la otrora Villa de Miraflores en Cacataima, el país de los heroicos pijaos.
Álvaro Gutiérrez, la Pulga, quien se desempeñaba para la época como secretario de la Personería Municipal, no dejó de mostrar su desencanto por no haber participado como parte del Ministerio Público en las labores de incautación de La Laguna. Había decidido como personero que no debía cerrarse el despacho y era deber como secretario atender los requerimientos ciudadanos. Decía Álvaro, qué vaina, inculpándome, “todos se enriquecieron, todos” y nosotros sumidos como siempre en la pobreza”.
Poco después fue asesinado por sicarios en la ciudad de Ibagué, el capitán Reyes, quien se desempeñaba como comandante del Distrito de Policía Rovira cuando explotó el laboratorio de Cocaína supuestamente de propiedad de Pablo Escobar. Versiones de unos y otros suponían que el capitán había recibido una gruesa suma de dinero por prestar seguridad a la empresa procesadora de la hierba maldita dada su amistad con un exoficial cercano al Cartel de Medellín.
Otras voces dejaron traslucir que los agentes de la policía se tomaron por asalto el laboratorio la noche de la explosión provocando la desbandada del personal sin que el oficial Reyes hubiera sido informado oportunamente. Otros indicaron que fue una acción premeditada del capitán y que su muerte estaba relacionada con tales hechos atribuidos a Pablo Escobar. Nunca pudo saberse la verdad de los unos y los otros.
El capitán Reyes descansa en paz.