Según Sócrates, “para verdades, el tiempo, y para justicia, dios”. Y creo que tiene razón, hablando de la sanción divina, porque la justicia de los hombres, cuando es amañada o corrupta, se hace la desentendida a la hora de dar lo que corresponde a cada quien. Al menos eso creo analizando las muertes extrajudiciales, las cuales tienen dolientes a granel, pero no los responsables de su terrible desgracia: el olvido al que las quieren someter. Así que le queda al que todo lo ve, o sea, al mismísimo dios, condenar, si tenemos fe, todas las atrocidades que fácilmente se pueden describir en los falsos positivos que Uribe y otra gente quieren desconocer.
Solamente a una mente criminal, descompuesta por los intereses oscuros que corrompen el ejercicio público, se le puede ocurrir escoger a un inocente para hacerlo pasar por guerrillero y, acto seguido, matarlo en un monte como si fuera animal salvaje. De verdad que solamente eso pasa aquí, pero nadie se indigna por lo que esto representa, por el contrario, se inventan discursos para mitigar lo que realmente pasó. Con el tiempo nos dimos cuenta de la verdad de los falsos positivos, quedando en la tierra el desafío de encontrar a sus culpables, que son bien reconocidos a los ojos de todo el mundo, pero nunca imputados o judicializados. Todo el mundo habla de ellos, sin que por estos crímenes sus ejecutores hayan ido, como corresponde, a comparecer a la Justicia Especial para la paz (JEP).
Si esta situación se viviera en Europa, como ha pasado en otras ocasiones, a estas alturas ya se tendría una respuesta contundente: a la cárcel todo aquel que haya atentado cruelmente contra la humanidad. Sin embargo, aquí en Colombia, por más que se haya inventado un tribunal tan laxo como la JEP, los actores del conflicto mencionado, Uribe y los militares, ni siquiera han tenido la delicadeza de hacerse cargo del monstruo que engendraron y dejaron crecer. Le han hecho creer al incauto que son inocentes, aun cuando sus mismos cómplices los han delatado y aseguran que no se miente cuando se habla de paramilitarismo y falsos positivos. El descaro no puede ser más grande, pero esa es la triste realidad de vivir en un país como Colombia: el criminal se siente perseguido por todas partes y se niega aceptar su fechoría.
Me da mucho pesar todo lo que durante este tiempo han vivido las madres de Soacha, o lo que han vivido las demás víctimas de la tragedia de los falsos positivos, porque humildemente se aferran a una justicia que no llega. Por eso creo, sin temor a equivocarme, que como van las cosas, en esta Colombia descompuesta, ningún tribunal terreno se las dará, a menos que de una vez por todas nos liberemos del sistema corrupto que se ha impuesto. Pero como esto no va a pasar, lo más seguro es que sea el tribunal celestial el que condene o perdone a estas almas miserables, las cuales se sienten orgullosas de verse intocables en una sociedad que, así como yo, las aborrece y las va a rechazar mientras sigan procediendo como unas viles homicidas.