La justicia mundial se encuentra entre paréntesis: no se sabe cómo poner en punto social sus dictámenes y, su sitio, en el mundo globalizado. Si bien se tienen Cortes Globales y Regionales, parece que se está entrando en un punto de difícil retorno; según el periódico parisino Le Monde (7/ 8 dic. No. 21738), existe un gran cuestionamiento, mejor, “acusación” contra la justicia norteamericana: sus usuarios la observan como un mecanismo de discriminación y, si se quiere, de venganza contra una población que otrora era considerada como vulnerable y, que hoy detenta nada menos que la Presidencia de la Nación. Se afirma sin dubitación alguna que en el momento en que el poder es detentado por un afrodescendiente, la persecución y, desde luego, la discriminación son del todo insospechadas; comentario en el mismo sentido se lee en The New York Times (martes 9 dic).
La preocupación es grande, al parecer se va a convertir en elemento de consideración en la próxima contienda por la Presidencia. Miren ustedes, califiquen: una justicia que trató de dar igualdad de condición a toda persona, sin distinción, tal como fue implementada por Lincoln, hasta llegar a ser definitiva en la enmienda constitucional, hoy es desestimada no solo por la acción policial, sino y, sobremanera, por los fiscales y jueces que no acusan y, que absuelven, según se dice, contra toda evidencia. Y pensar que esa forma de justicia sirvió de inspiración a la nuestra…
Para nuestros cercanos vecinos la cosa no es muy diferente, ahora con matices políticos y, de tragicomedia mortal; casi un chiste cruel que nadie entiende, pero que socava los elementos de anuencias fundantes de la carta de la Organización de Estados Americanos (OEA), como es el caso de las detenciones sin cuartel que se dan en nuestro vecino país, hermanos de sangre y de destinos: Venezuela; la ONU se ha pronunciado en rechazo, respuesta silente, solitaria, pues ningún Estado se ha referido al tema, en la creencia, pensamos, que se trata de una injerencia indebida en sus asuntos; vaya, vaya; cuando la suerte de la democracia se encuentra en dificultad, ninguna aproximación debe ser considerada injerencia y, mucho menos intervención en asuntos internos de un soberano Estado. No muy lejos, se intercepta la prensa, se persigue al contrario, se envía a las mismísimas mazmorras al contradictor: simulación de verdaderos delitos o faltas de opinión y, nadie interviene en la justicia. Algo pasa. Pero, no debe pasar.
Aquí sucede lo propio, no se persigue por el pensamiento, pero se desconceptúa a la justicia frente a sus requerimientos; se presentan propuestas que más que reformas para mejor proveer, como se decía en buen tono, se burocratiza: glotonerías… Crímenes tan horrendos como el de Álvaro Gómez, se aplazan por cuenta de un perfil o contexto; a la espera de la prescripción (¿): Ufff, un horror tras otro. La respuesta estatal a las víctimas se diluye por la muerte o persecución, desplazamiento de líderes que han tratado de alcanzar la reivindicación por sus tierras. En fin, el control social que por la corrupción se debería imponer, está distraído, escondido en 'principios de oportunidad' que antes que atender a los grandes beneficios públicos, se convierte en conatos de absolución por un trueque (¿), sin opciones reales de reparación. Se entronizó, así hay que aceptarlo, el mejor negocio por la impunidad, por la no reparación. Así están las cosas.
La justicia, en paréntesis. Qué ironía, cuando la concebíamos como la protección de la víctima, la del siglo de los jueces, la de la tutela por la democracia. Error histórico lo que se está viviendo: cuando los corchetes están abiertos, nadie desea hablar de su importancia, se arroja a los anaqueles de la ‘reforma’, a los discursos del poder que en nada llegan. Algo pasa, pero si no sacamos a la justicia del paréntesis se acaba el Estado, la democracia y la sociedad misma.
No es tiempo de la discriminación, ni de la distribución de 'un poder', es época de la estructura judicial que resuelva el conflicto, que dé a cada cual lo que le pertenece, como afirmaba el clásico y, sobremanera, que permita una democracia que sea garantía para los nuestros. La justicia sin paréntesis en una opción de diálogo y, sobre todo, de ejercicio del poder, no lo contrario.