Cuando llegó al continente americano la justicia de los españoles obró de la misma manera que cuando llegó a España la justicia de los romanos, época en que fue su colonia.
Saque usted sus conclusiones, la historia del poder para imponer su justicia es la historia del crimen, del quebrantamiento de la paz, de la falta de armonía, de las profundas desigualdades sociales y políticas que han las soportado las sociedades humanas.
Las civilizaciones han intentado entrar a los huracanes de la violencia protegidos por el fanatismo, la suerte, los dioses y las armas, pero está probado que la destrucción del otro con argumentos justos no se ha logrado todavía.
En ninguna sociedad se ha vivido de una manera saludable, la idea del paraíso terrenal o del edén es una utopía fantástica, un sueño para un salto del salvajismo a la civilización.
¿Alguien puede creer que alguna vez existió alguna zona regida por arcángeles?
La uniformidad del pensamiento, la fraternidad por la fraternidad, el pensamiento único, no se dio en las comunidades primitivas, ni se ha dado en las sociedades modernas.
Cuando el ser humano en las sociedades remotas dijo con señas y el garrote como garantía de su rapiña y codicia individual: “esto es mío”, tratándose de un animal cazado, una cueva predilecta o una mujer especial, comenzó la presunción de la propiedad sin la necesidad de que fuera consensualmente aprobado. De facto el uso de la fuerza y la amenaza hizo presumir la pertenencia.
Si acudimos a la teoría de Max Weber, expresa que “el poder es la capacidad de individuos, grupos y organizaciones para imponer su voluntad aún frente a la resistencia de otros”.
Y, el poder, primigeniamente, tenía una jurisdicción especifica allí donde se imponía el garrote, que implicaba admiración, aprobación y acatamiento hacia quien lo usaba como instrumento dominación.
El enfoque de la marginalidad comienza en ese momento, surge cuando los otros no pueden, por razones físicas, participar en el uso de la violencia y al sentirse marginados se convierten en rechazados, postergados o esclavos.
Se abre en las hordas el circuito de los más fuertes, se establecen diferencias corporales y con la marginación aparecen los primeros síntomas de los poderes dominantes.
Si la fuerza, como relación humana, avizora el triunfo del poder, o, sea de la política, el advenimiento histórico de la arbitrariedad se acentúa con los procesos productivos y este proceso no ha terminado.
Toda una historia universal de conjura, trama y confabulación.
Grupos humanos, civilizaciones y naciones que vencieron necesitaron estructurar mitos, ficciones y fábulas, inicialmente religiosas, para afirmar el control social.
Quienes vencieron y sojuzgaban a los pueblos, tenían la necesidad de apagar el día de los vencidos, obscurecer toda huella de libertad. Recordemos que cuando apareciera el mito del Incarri, que después de ser descuartizado y su cuerpo enterrado en distintas regiones para impedir que se reencontrara y volviera a luchar, la leyenda liberadora dijo que por debajo de la tierra ese cuerpo avanzaría hasta encontrar la unidad y emanciparse.
La justicia de los invictos, los triunfadores, de los conquistadores y famosos tiene la necesidad de difundir su propia historia, no puede dejar en manos de los sometidos la tarea de recrearla.
El olvido no es histórico, es intencional y madurado por las manos adocenadas y amaestradas de los nuevos historiadores, que tienen el trabajo de eliminar el conocimiento, la leyenda y las fabulas de los sujetados.
Los mitos de nuestros pueblos indígenas eran ruines, mezquinos y hacían roña, cuando encontramos en ellos una imaginación maravillosa.
La justicia de los vencedores, de los invencibles y triunfadores es lo “último en guarachas”, es la justicia autentica, es la suprema justicia, la deidad infalible y, de allí en adelante, el poder justifica el crimen para mantenerla.
¿Quebrar el orden constituido? ¡Mamola!, para eso están los falsos positivos, las sentencias arregladas, la eliminación del otro, los medios, las telenovelas, la escuela, la universidad, la iglesia, la prisión, la vigilancia, la expulsión, la somnolencia y el letargo de los intelectuales.
Celebramos la democracia económica basada en el “laissez faire”, o en la participación real de las mayorías en las riquezas y el poder de un Estado más justo.
Dios no ha muerto, el que murió fue el ingenuo de Nietzsche, la humanidad debe celebrar su escapada del Vaticano, de los conventos y monasterios, hay que recuperar la razón, ¿acaso no observa el orden de las estrellas y el mundo celular?, claro, no me refiero al IPhone.
Piense en el tripolar síndrome de la democracia, la igualdad, la fraternidad y la libertad, la formalidad del contrato social que usted no ha firmado, todos ellos expresiones de una ideología que sustenta el poder de los vencedores. Hasta pronto.