Hace no más de un mes, el Reino Unido se veía afectado por serios disturbios sociales incentivados por malas personas que aprovecharon un incidente muy triste, el homicidio de varios menores, para promover y crear marchas xenofóbicas y racistas. En menos de 10 días identificaron varios de los involucrados, los capturaron, juzgaron y condenaron.
De esa manera, cuando el ministro de Justicia británico, aún en el trabajo de controlar lo que venía ocurriendo, advirtió que quienes difundieran mentiras o, de otras maneras, promovieran esos actos violentos, se exponían a severas consecuencias, fue muy creíble y el tema hoy está plenamente controlado.
Es muy diferente cuando la justicia cojea para llegar, pues cuando llega ya no se necesita y no sirve. Para que la justicia cumpla sus propósitos sociales, no solo se precisa que sea justa y se cumpla, sino, principalmente, que sea oportuna. Y, no solo en grandes causas o procesos penales, sino en todos los casos.
Ciertamente, el efecto preventivo o disuasivo depende mucho más del miedo a que sí se aplique algún castigo, comparado a la dimensión o severidad de la sanción.
También, si se pretende que se dé ejemplo sobre lo que les ocurriría a futuros infractores por medio de una sentencia, es necesario que haya inmediatez entre los hechos y la decisión.
Un infractor no se rehabilitará si puede vivir por muchos años gozando del producido de su delito y que, al cabo del tiempo sea condenado
Las víctimas deben, siempre, ser el foco de todos los esfuerzos y, por eso, esperamos que las sentencias produzcan un efecto reparador. Para que se dé ese efecto, se necesita que la cura llegue cuando aún sirve. El ejemplo más doloroso es la reparación de las víctimas del conflicto armado en Colombia,— que llegará varias generaciones tarde.
A no dudarlo, un anhelo de nuestra política pública es que los infractores y criminales se rehabiliten. Pero, un infractor no se rehabilitará si puede vivir por muchos años gozando del producido de su delito y que, al cabo del tiempo sea condenado. Las posibilidades de que esa persona recapacite sobre su actuar y decida vivir una vida de bien durante lo poco que le quede, luego de haber pagado su deuda con las víctimas y la sociedad, son cero. Para que eso sea posible debe haber inmediatez entre el hecho y la pena.