Con un nivel de corrupción tan asqueroso como el que se ha ido destapando, se enfrenta uno mentalmente a esas situaciones en las que va a coger algo inmundo y no sabe por dónde arrancar, y lo piensa, y lo mira, y lo vuelve a pensar… y se queda impávido, hasta que procede.
Que los políticos -no todos, pero sí muchos- sean corruptos, no le extraña a nadie. Pareciera ser parte de su existencia. Suena al colmo decirlo, pero hasta a eso nos hemos acostumbrado. No debiera ser, pero esa es la realidad… ¿Pero también la justicia? ¿¡LA JUSTICIA!?
Alguna vez, canaleando en la muy regular televisión por cable, me encontré con el programa Acumuladores. Se trata de los casos de personas que, con unas dificultades emocionales muy grandes –carencias, rencores, ausencias, desamores para ser más precisos- comienzan a guardar todo lo que creen que les va a hacer falta en su vida a futuro, para –sin ser conscientes- llenar los vacíos de sus desagracias. Ellos no vuelven a recoger ni siquiera una mota de mugre en su casa y terminan viviendo en un chiquero tan horrible que se ven obligados a pedir ayuda, o lo hacen sus familiares o amigos al ver semejante cosa.
Ante ese llamado, llega una brigada especial a la casa del acumulador, con sicólogo a la cabeza; aunque suene extraño, es el más importante, porque el acumulador generalmente sabe que necesita ayuda, pero no se quiere desprender de nada; o simplemente quiere vivir así y no colabora. Regularmente, ya casi no tienen por donde caminar dentro de su propia casa, duermen sobre montañas de cosas y cohabitan con la mugre.
Hasta aquí parece solo cuestión de sacar todo y volver a ordenar, pero no es tan fácil. El acumulador debe comenzar por aceptar varias cosas: su problema emocional, su problema con las autoridades (casi siempre están por quitarle la casa por constituirse en un problema de salud para el vecindario) y hacer la limpieza en el entendido de que tiene que salir de un montón de cosas que no quiere dejar; es entonces cuando entra la brigada y comienza el horror.
Nunca en mi vida había visto, ni me había imaginado, algo tan espantoso. Acumuladores los hay de libros, muñecos, ropa, zapatos, vajillas, cobijas, cajas, empaques… de lo que quieran, pero también de comida que termina pudriéndose, de cachivaches sucios y hasta de los cadáveres malolientes de sus mascotas. ¡Sí, tal cual! Algunos los dejan descomponerse en cualquier rincón del caos, ¡o hasta llegan a congelarlos por años!
Se imaginarán ustedes cuando comienzan a levantar toda la mugre lo que emerge. Todo va desde latas y cajas de comida descompuesta, hasta cucharachas y familias completas de ratones que corren por todas partes. También hay baños que no se limpian hace mucho, lavaplatos tapados que ya no funcionan y estufas inservibles chorreadas de comida de hace quién sabe cuánto tiempo. ¡Qué asco!
Cuando comienzan a levantar toda la mugre
emergen desde latas y cajas de comida descompuesta,
hasta cucharachas y familias de ratones
En este punto aterrizo de nuevo en la corrupción de la justicia en nuestro país y me pregunto, como muchos colombianos: ¿Qué hubiera pasado si no ayuda el gobierno norteamericano? ¿Cuáles nombres hacen falta por mencionarse? ¿Cuántos de los que no se sabe no están durmiendo hoy por cuenta de su complicidad en esto? ¿Cuánto más falta por saberse? ¿Cuántos están condenados y señalados de por vida sin merecerlo? Pero también ¿cuántos caminan libres por las calles también sin merecerlo? ¿Se imaginan ustedes la revisión a la que deben ser sometidos los fallos proferidos en por lo menos la última década? Entonces le encuentro mayor sentido a la existencia de los abominables carteles de los falsos testigos, porque siempre pensé que no debían ser tantos como para llamarlos carteles, pero viendo hoy lo que estamos viendo, el andamiaje del “Cartel de la justicia”, o del “Cartel de los magistrados” tiene más tentáculos que un pulpo y requería de todos estos servicios.
El programa Acumuladores es la mejor expresión visual de lo que se está destapando con los políticos y magistrados, insaciables acumuladores de riqueza mal habida y de repudio: ¡estamos hablando de los administradores de justicia de Colombia!… Háganme el favor. La gran diferencia es que los magistrados no pidieron ayuda, más bien los pillaron y los delataron; no tienen necesidades emocionales, sino las propias de cualquier delincuente de tenerlo todo a cualquier precio y contra quien toque; y no necesitarán sicólogo que los ayude a aceptar su problema, sino una justicia de verdad que los castigue de la peor manera, como se merecen.
Aquí estoy como lo que describía al comienzo de esta columna, que no sé de dónde agarrar ni qué hacer con esta cosa tan asquerosa.
¡Hasta el próximo miércoles!