Uno de los principios geopolíticos invariables determina que los Estados son seres vivos, por lo tanto, nacen, se alimentan, crecen y con el tiempo pueden llegar a desaparecer. Para garantizar su supervivencia se expanden en el llamado “lebensraum” o “espacio vital”, expresión que, utilizada por el geógrafo alemán Friedrich Ratzel y sucesivamente por Karl Ernst Haushofer, indica el área de influencia de una nación.
Por medio de esta definición se explica la actual disputa entre Rusia y Ucrania. La razón es que Moscú considera a Kiev como una zona bajo su dominio, la cual está determinada a no perder. Sin embargo, desde el derrumbe de la Unión Soviética, el Kremlin ha sido sometido a un cerco geoestratégico por parte de Estados Unidos y sus aliados de la OTAN. Empero, Moscú ha intentado romper este cerco poniendo a su vez un contracerco en países bajo la influencia estadounidense, como Nicaragua, Cuba y Venezuela, para hacer un ejemplo en Latinoamérica.
En este sentido, el coronel español Pedro Baños explica en su libro Así se domina el mundo que, por medio de la estrategia de cerco y contracerco, se busca controlar o ejercer presión sobre los puntos estratégicos del adversario, para así debilitarlo y afianzarse en una posición de poder. Además, cuando intervienen varias potencias que intentan defender sus intereses, solo mediante el equilibrio de fuerzas y la diplomacia se logra evitar un conflicto.
Esta visión geopolítica podría ayudar a entender por qué Rusia trata de quebrantar el asedio que padecen los países de la antigua URSS. Para Moscú, la península de Crimea, que se encuentra en Ucrania, es una pieza clave, pues le garantiza la entrada a aguas calientes como el Mar Negro.
De esta manera, t 4 años después del final de la Guerra Fría, la lucha de poder entre los dos bloques parece continuar, aunque esta vez entre la OTAN y Rusia, lo cual se presenta como una continuación de la historia. Todo esto se da en un mundo muy diferente al de entonces, donde se han perdido los protagonismos y, en vez de una lucha entre dos potencias ideológicamente opuestas, lo que se vive es un reordenamiento de poderes.
En la actualidad, la controversia nace cuando Putin ordena el posicionamiento de tropas en la frontera con Ucrania y la OTAN responde pidiéndole una desescalada, pero el Gobierno ruso exige que los militares extranjeros abandonen Europa del Este y se garantice que Kiev no se unirá nunca a la organización de defensa transatlántica. Por su parte, Estados Unidos y sus aliados han rechazado las peticiones del Kremlin, afirmando que los países tienen derecho a decidir su propio destino y no permitirlo sería volver a los criterios de la Guerra Fría.
Dados los acontecimientos, el interrogante que surge espontáneamente es si este nuevo ejercicio de poder se limitará a la intimidación recíproca, con una consiguiente neutralidad de Ucrania, o si, por el contrario, este disputado país pasará a la Alianza Atlántica, ignorando los reclamos de Putin, quien ha declarado que no tiene ninguna intención de invadir la ex-República Socialista Soviética. De lo contrario, podría incurrir a fuertes sanciones económicas por parte de la Unión Europea.
Finalmente, para potenciar el cerco geoestratégico, Estados Unidos y sus aliados deberían fortalecer las relaciones con el gigante asiático; de esta manera, la antigua Unión Soviética quedaría aislada y sin aliados fuertes. No obstante, los lazos entre Rusia y China parecen estrecharse cada vez más, olvidando los conflictos pasados y actuando en un interés común.
Por lo tanto, la presión insistente de la OTAN podría provocar exactamente lo contrario y unir aún más a Moscú y Pekín. Todo indica que un acercamiento mayor entre estas dos potencias podría no revelarse estratégico para un Occidente que, parafraseando al profesor Iván Gatón, ha dejado de ser el centro del mundo.