El pasado 28 de octubre, la canciller, vicepresidenta Ramírez, se apareció por Marruecos y anunció que la jurisdicción de nuestra misión consular en Rabat se extenderá a todo el territorio marroquí. Para empeorar las cosas aclaró “incluyendo, obviamente, el Sahara Occidental”. Curioso, porque el Sahara Occidental, también “Sahara Español”, no es territorio de Marruecos. Le pertenece al pueblo saharaui, en cuyo nombre el frente Polisario ha venido librando una batalla de supervivencia en condiciones muy desiguales. La Corte Internacional de Justicia, a petición de la Asamblea General, dictaminó que antes de la administración española no existen evidencias de ejercicios de soberanía por parte de Marruecos que pudieran servirle de base para reclamar. El Sahara Occidental, en consecuencia, no es tierra de nadie y no está sujeta a ocupación. El pueblo saharaui tiene el derecho a la autodeterminación sobre ese territorio.
La circunscripción de un consulado requiere de la aprobación previa del Estado receptor, en cuyo territorio se ejercerán las funciones. De modo que no se trata de extender servicios consulares: la jugadita es reconocerle a Marruecos un territorio que ya habíamos reconocido a la República Árabe Saharaui Democrática (RASD). En diplomacia esto se llama faux pas. En realidad es una traición. Tiene algo de lo que los colegiales llaman “cambis cambeo”. Aunque aquí se ve el cambis, pero no el cambeo. Como diría Vargas: “¡que trueque chimbo!”.
Un adagio popular, “averígüelo, Vargas”, denota el pasmo y sorpresa por situaciones absurdas, inexplicables, contradictorias. Vargas parece que fue figura real, un funcionario en tiempos de los Reyes Católicos al que le referían asuntos difíciles con la anotación “Averígüelo, Vargas”. Ese personaje, en cierta forma, ha reencarnado en nuestro exvicepresidente y candidato Vargas Lleras, quien ojalá en alguna de sus vibrantes columnas dominicales en El Tiempo nos explique la inconsecuencia y escasa sindéresis de ciertas actuaciones internacionales del país.
Cuando el frente Polisario, movimiento de liberación del Sahara Occidental, empezó su lucha para obtener la independencia de la República Árabe Saharaui Democrática, Colombia se sumó a un alud de países que apoyaban ese movimiento. El 27 de febrero de 1985 la administración de Belisario Betancur terminó por darle reconocimiento pleno a la RASD, estableciendo relaciones diplomáticas a nivel de embajadas no residentes.
En el año 2000, tan pronto asumió la presidencia, el señor Álvaro Uribe dispuso que a los mandobles se feriaran un gran número de embajadas y consulados. Nunca se ha adelantado un debate sobre los costos y la sinrazón de esta medida. La canciller Carolina Barco envió una circular a las misiones en el exterior en la que se preguntaba por el monto del intercambio comercial. Naturalmente, ello implicaba que como a la Santa Sede no le vendemos tuercas y empanadas, había que cerrar la misión. En el Caribe fueron cerradas las cuatro embajadas que se habían creado como puntos nodales para una política con el Caribe insular. En Europa cancelamos Grecia, Hungría, Bulgaria, Rumania, los consulados generales en Hamburgo y Múnich; en otras latitudes, Australia, Haití… ¡hasta Marruecos cayó en la barrida!
Marruecos había abierto embajada en Bogotá, en cumplimiento de un acuerdo de reciprocidad. Pero el señor Uribe y la canciller Barco mandaron a cerrar la embajada en Rabat, como si fuera un boliche. De la misma forma operó el cierre de embajadas y consulados en el mundo entero. La orden fue implacable: al personal local lo echamos a la calle y que reclamen sus prestaciones como puedan. Las bibliotecas y los costosos bienes, muebles, alfombras, decoración, equipos de oficina, y hasta vajillas, cristalería y electrodomésticos… todo había que detonarlo, rematarlo, subastarlo, feriarlo por vintenes, a dos reales la pieza.
La orden se cumplió con la eficiencia con que los nazis atendían los delirios de Hitler. Y al poco tiempo se reabrieron las mismas embajadas y consulados con el noble fin de proveer acomodo a dignos personajes, entre políticos que había que alejar o hijos de políticos a los que había que callar.
La errática política internacional de madame Barco, dirigida volátilmente desde Casa de Nari, nos llevó a enfrentarnos con todos los vecinos. La señora Barco apoyó la invasión de Irak, que quizás confundía con una tienda de lencería fina. Reconocimos a Kosovo sin saber en dónde quedaba. Y así, de pronto, por algún arreglo sórdido vino de arriba la orden de suspender o congelar el reconocimiento de la RASD. Marruecos diseñó esta exótica figura, que va en contravía del derecho internacional, en particular del derecho internacional interamericano, pues fue en este continente que se definieron unos criterios para reconocimiento de Estados, quedando claro que es definitivo. Algo lógico: si se reconoce la existencia como Estado de un pueblo asentado en un territorio y capaz de gobernarse, tal acto es irreversible. Solo la desaparición de uno de sus elementos esenciales puede llevar a que ese nuevo Estado deje de serlo.
Ojalá ante las comisiones de relaciones exteriores del Congreso se pudiera debatir el punto. No es en absoluto obvio que el territorio de Marruecos comprenda el Sahara Occidental, como reza la declaración de la canciller en funciones. Trump, antes de partir, quiso patear el tablero internacional y una de sus patochadas fue negociar que Marruecos e Israel establecieran relaciones diplomáticas, a cambio de que los Estados Unidos reconocieran que el Sahara Occidental es un territorio marroquí. Pero Mr. Trump ya no está en el poder. Luego no es un mandado suyo.
¿A cambio de qué vendimos al pueblo saharaui? ¿No merecemos los colombianos alguna explicación sobre estas componendas turbias que fueron usuales en otras épocas, cuando los países nacían o se extinguían y las naciones sobrevivían o desaparecían al albur de las maturrangas en el tablero internacional? ¿En qué quedan los sagrados principios de autodeterminación de los pueblos y no intervención? ¿A qué hora se modificó el artículo 9º de la Carta, que manda que les relaciones internacionales se fundamenten en el respeto a la autodeterminación de los pueblos y en el respeto de los principios del derecho internacional aceptados por Colombia? ¿Acaso el nuevo principio se entresacó del bolero Oropel: “Amigo, ¿cuánto tienes?, ¿cuánto vales?”