Le llegaban cartas cada dos días. Cartas de amor. Afton Elaine Burton tenía 27 años, él 80. Al viejo sicópata lo enamoraban sus profundos ojos negros, su lozanía, su cabello lacio y negro. Alguna vez vivió con varias chicas parecidas a ella. Era Jesucristo, era Lennon, todos los dioses griegos. Las chicas lo veneraron tanto que le ofrecieron un sacrificio: nueve personas apuñaladas en la Mansión Polansky en Cielo Drive Los Angeles.
La anfitriona de casa, Sharon Tate, tenía ocho meses de embarazo. Ni siquiera eso los detuvo para coserle la barriga a puñaladas. Manson no empuñó el arma pero fue el instigador. Como él dijo, delirante en prisión, él no necesitaba disparar un revolver, el solo mataba con el pensamiento.
Las cartas hablaban de los dos y el recordaba cuando soñaba con ser un gran músico, un poeta como Dylan, como Jerry García, como Morrison. No tenía talento. Lo único que tenía era el fulgor de sus ojos negros y un tono de voz que tenía la fuerza de convencer legiones. Se vieron dos veces en prisión. Afton posó con él en esta foto de portada. Tuvieron una fecha para casarse, incluso pidieron una licencia de 90 días para determinar el día en que se llevaría a cabo la celebración. El 2 de febrero del 2015 Manson la dejó vencer. Él mismo dijo que fuerzas oscuras lo sorprendieron en una de sus noches en vela y lo atormentaron a gritos: Aftton solo quería lucrarse con su cuerpo. Nunca fue amor verdadero. La propia muchacha confesó sus intenciones un periodista del New York Post: quería volverse millonaria con el cuerpo de Manson que, una vez muerto, le pertenecería a ella por ser su esposa. Lo disecaría y se lucraría con su cuerpo cobrando a todo aquel curioso que quisiera tocar, ver al asesino más célebre del mundo. Ya tenía listo con su amigo Crig Hammond una cripta de cristar para mostrar el cuerpo por los siglos de los siglos.
Manson, quien creía que nunca iba a morir, se dio cuenta a tiempo. La voz del demonio le habló con su susurro sangriento