También se necesita ser valiente para decir ¡NO! Tal vez en el contexto educativo actual, en el que se ejerce presión desmedida sobre las/os rectoras/es de las Instituciones Educativas (IE), decir ¡NO! es un acto de mayor valentía. Esta es la decisión que algunas/os de las/os rectoras/es de Pasto han tomado ante la propuesta del Ministerio de Educación Nacional de “subirse al bus de la Jornada Única”. Es válido considerar que aquellas/os rectoras/es que optaron por “subirse” a este “bus” también son valientes porque le apuestan a lo desconocido y, por tal razón, además de valientes también son inconscientes.
En primer lugar, aceptar esta propuesta del gobierno como una de las formas que nos conducirá al mejoramiento de la “calidad” de la educación en Colombia es aceptar soluciones superficiales e inadecuadas frente a las verdaderas necesidades de la educación de nuestras/os niñas, niños y jóvenes. En segundo lugar, aceptar que para mejorar la “calidad” educativa del país lo que hace falta es someter a las/os estudiantes y a sus familias a un ritmo de vida que se contrapone con otras dinámicas sociales (también necesarias) es aceptar que la solución a los problemas educativos del país radica en el manejo del tiempo de sus ciudadanos. Esto puede parecer un tanto exagerado, sin embargo, como dice mi compañero de trabajo Juan Carlos Enríquez: “la discusión de fondo frente a la Jornada Única nadie quiere darla”.
No se si las/os educadoras/es, estudiantes, madres y padres de familia del país somos conscientes de que esta propuesta, además de modificar la Ley 115 (Artículo 85), tiene como objetivos el fortalecimiento de la competencias básicas de los estudiantes (medibles en los resultados en Pruebas SABER) y “reducir los factores de riesgo y vulnerabilidad a los que se encuentran expuestos los estudiantes en su tiempo libre”, es decir, su comprensión de la educación y la vida se siguen reduciendo a la reproducción de un conocimiento que permite sostener este sistema inequitativo y a una comprensión ingenua de las problemáticas sociales que se resuelven encerrando a los estudiantes bajo los muros de la escuela.
Este horizonte de interpretación de la labor educativa nos llevará lejos. Sí, lejos de resolver los cuestionamientos de fondo de nuestra educación y de nuestra sociedad. Para muchas/os es conocida la visión de panóptico de Foucault sobre la que se han construido la mayoría de sociedades en el mundo (especialmente en occidente); el panóptico facilita el ejercicio del poder y el control sobre los cuerpos y, por ende, sobre la mentes. Este sistema es efectivo porque los individuos nos movilizamos dentro de un esquema que posibilita la permanente vigilancia y de paso el permanente castigo. Por eso no puede extrañarnos que un número significativo de padres y madres de familia se sientan satisfechos con esta propuesta, pues entre menos tiempo libre tengan sus hijas/os menos expuestos estarán a las amenazas externas. El presupuesto fundamental que subyace en esta perspectiva de la educación y de la vida es simple: la formación recibida en el grupo doméstico y en la escuela (ambas instituciones sociales legitimadas) es insignificante e irrelevante para la toma adecuada de decisiones, por eso lo mejor es encerrarlas/os en la escuela para así limitar los momentos vitales en los cuales tendrán que decidir. Desconocemos que una de las peores amenazas de este país es su modelo educativo servil y sumiso, por eso, para el gobierno: el control, la represión, el castigo y el aislamiento conllevarán, sin duda, a mejorar la “calidad” educativa y de vida de nuestras/os niñas/os y jóvenes.
Esta propuesta, como todas las del Ministerio de Educación, desconoce las situaciones particulares de cada contexto. Yo, al menos, no puedo concebir una Jornada Única en contextos rurales en los cuales las/os estudiantes hacen parte activa y vital de las dinámicas de sus grupos domésticos. El aprendizaje escolar es un momento del proceso de formación de las personas pero no lo es todo; existen otros aprendizajes necesarios que se dan en otros contextos, los cuales no pueden ser minusvalorados o señalados de inútiles. Por las mismas razones considero inconcebible esta propuesta dentro de los procesos formativos de las/os niñas/os y jóvenes indígenas y afrodescendientes. La responsabilidad, el respeto por el otro, la solidaridad, la compasión, la rebeldía, el deseo de lucha cotidiana, el amor y la fuerza para resistir ante los embates de este sistema que nos oprime no se aprenden en la escuela, de eso estoy seguro, o al menos, no en la mayoría de nuestros Establecimiento Educativos en Colombia y esto debe empezar a cambiar. El MEN olvidó que la educación debe ser transformadora y no exclusivamente reproductora. Si realmente queremos otro país, señorita Ministra, repensemos la educación en Colombia; la descolonización del sujeto debe ser un punto prioritario de la agenda educativa pública del país.
Por eso, considero valientes a estas/os rectoras/es que decidieron enfrentarse a la Secretaría de Educación de Pasto y decir ¡NO! a la Jornada Única. Sus razones, concuerden o no con las que planteo, dejan entrever una luz de esperanza para quienes nos oponemos a esta propuesta que no resuelve ninguna problemática de fondo. Son valientes porque a pesar de las presiones ejercidas dadas las necesidades de infraestructura, de personal, de material educativo que tienen sus Instituciones han decidido esperar, tarde o temprano (hasta el 2030 al menos), a que llegue por la fuerza su ineludible imposición. Mientras tanto resistamos y propongamos alternativas críticas que nos liberen del vasallaje, rompamos los muros, salgamos de la caverna y vamos hacia la luz… no aceptemos sin discusión y sin un mínimo de lucha colectiva las sombras que nos ofrecen.
Fernando Palacios Valencia
@FerPaval