En este mundo de horrores, entre los que ocupa el primer lugar el asedio al que se encuentra sometida Palestina, ocurren paralelamente otro tipo de hechos, quién lo creyera, estimulantes y esperanzadores, que nos permiten apreciar cómo la condición humana no solo abriga lo peor, odios y violencias, sino también sentimientos como la generosidad, el perdón y la reconciliación.
De ello puedo dar cuenta tras viajar a Ginebra y Berna, en Suiza, donde verdaderamente saben valorar lo que eso significa, haciendo parte de una delegación invitada por el Reino de Noruega, la Confederación Suiza y diversas agencias de Naciones Unidas.
La delegación estaba integrada por Rodrigo Londoño Echeverri, el ex coronel del Ejército Luis Fernando Borja, el ciudadano italiano Danilo Conta y María Margarita Flórez Pineda, los dos primeros, victimarios en el lenguaje jurídico, y los dos segundos, víctimas del conflicto colombiano. Nos sumábamos Juliana Rodríguez y yo, asesores y asistentes de Rodrigo Londoño. Y Cécile de Caunes, la abogada francesa que maneja las relaciones internacionales de la Comisión de Seguimiento y Verificación a la Implementación del Acuerdo Final de Paz de 2016, conocida más por la sigla CSIVI, instancia bipartita nacida del Acuerdo.
Cuando volábamos sobre el Atlántico descubrí el amanecer por la ventanilla. Normalmente es la alborada la que llega hasta nosotros, pero tuve la sensación de que éramos nosotros los que nos acercábamos a ella, una fascinante luz violeta y rosada que crecía lentamente al avanzar hacia el oriente. Un rato después era de día, navegábamos por encima de una espesa capa de nubes. No tuvimos ninguna clase de contratiempo. Llegamos a París a la hora indicada.
Al descender del avión y tomar el pasillo del aeropuerto, nos topamos con dos guardias corpulentos que nos pidieron el pasaporte. Se los pasamos y luego nos ordenaron esperar a un lado. En cuanto apareció Cécile, que venía unos metros atrás de nosotros, los guardias la saludaron cortésmente en francés y español, y pasaron a identificarse como enviados por el Ministerio de Asuntos Exteriores de Francia, con la misión de ayudarnos a cruzar sin ningún obstáculo hasta el terminal donde abordaríamos el vuelo a Ginebra. Teníamos algo más de una hora para el trasbordo.
Otro jet de la misma aerolínea, más pequeño que el anterior, se encargó de llevarnos hasta Ginebra. Ya entrada la noche nos registramos en el hotel Cornavin, donde nos tenían reservadas las habitaciones. Desde la puerta del hotel se divisaba la estación internacional del tren, y al contemplar el panorama, no quedaba duda alguna de que nos hallábamos en el corazón del mundo desarrollado. Las luces de la ciudad, las bonitas edificaciones de baja altura, los avisos iluminados, el tipo de los automóviles, gente de las más diversas apariencias hablando distintas lenguas entre sí, el movimiento de los modernos transportes públicos, todo muy refinado.
Por ser comienzo del otoño se preveían temperaturas bajas, quizás alguna lluvia, pero el verano parece haberse prolongado unos días, con un clima envidiable. Al día siguiente, al llegar a la sede de la embajada colombiana, nos condujeron a una sala. En instantes apareció el embajador, acompañando por su segundo, el doctor Álvaro Ayala Meléndez. A simple vista se veía que eran excelentes personas. El doctor Gallón tomó asiento a la cabeza de la larga mesa y la delegación ocupó las demás sillas. A poco empezó la conversación. Rodrigo Londoño, el antiguo jefe guerrillero, ahora con apariencia de abuelo bondadoso, expone al embajador el motivo de nuestra visita a Suiza y a su despacho. Éste va dando luego la palabra a cada uno de los presentes.
Lucía muy reservado y escuchó atentamente cada palabra, sin interrumpir. Se habló de la justicia transicional en Colombia, la surgida del Acuerdo de Paz de 2016, la Jurisdicción Especial para la Paz. De su carácter restaurativo fundado en la verdad, en el reconocimiento de responsabilidades por los hechos más graves del conflicto, en la afirmación, el respeto y la reparación a las víctimas, en el propósito de no repetición. De la teoría, que estaba de más tratándose de con quien se hablaba, se dio paso a la práctica, a cómo se ha venido avanzando en esta materia en Colombia.
El caso 01 de la JEP trata sobre el secuestro. Las antiguas FARC han aceptado su responsabilidad, reconocido su carácter inhumano y su crueldad, han pedido perdón a las víctimas y celebrado numerosos actos de reparación con ellas. Rodrigo Londoño, como antiguo jefe máximo, recuerda que aún antes de iniciar las conversaciones de paz con el gobierno de Juan Manuel Santos, las FARC habían renunciado expresamente a esa práctica, conscientes del daño que causaban. Lo que no borra los miles de casos del pasado.
El señor Danilo Conta, de origen italiano y víctima del secuestro, habla de su experiencia, de los perjuicios morales y materiales sufridos. De su aproximación con la guerrilla desarmada tras el Acuerdo de Paz. De cómo llegó a perdonar. De la creación de una fundación, Renacer para vivir en paz, Revipaz, que busca acompañar y reparar a las víctimas del secuestro, y que está conformada por siete miembros del que se llamó Secretariado de las FARC y siete de sus víctimas por secuestro, ahora trabajando juntos.
El excoronel Luis Fernando Borja Aristizábal se expresa con seriedad militar imperturbable. Cuenta que como comandante de la Fuerza de Tarea Conjunta de Sucre fue responsable por cerca de 70 asesinatos de colombianos inocentes, a quienes se acusó falsamente de ser guerrilleros. Él, en persona, se encargó de dar esas órdenes, e incluso, en algunos casos, de materializarlas. Y habla de su experiencia personal, familiar y profesional tras haber decidido contar toda la verdad. Su drama íntimo, la confesión ante su familia, el desprecio y el estigma que le ha significado esto ante sus compañeros del Ejército. A juicio de estos, había que salvar la institución por encima de cualquier otra consideración. Luis Fernando dejó de creer en eso hace mucho tiempo. La institución se manchó de sangre inocente y no lo pueden negar. Había orientaciones, exigencias, muchas presiones por parte de sus superiores. Él hizo parte de semejante engranaje.
Cuenta con un esquema de seguridad para proteger su vida. Y está convencido de que la confesión sincera y abierta, sin excusas, es lo que corresponde a los demás en el Ejército. Él comenzó un camino que deben recorrer otros muchos. Solo eso evitará la repetición de crímenes semejantes en el futuro. Y sólo eso abrirá las puertas a la reconciliación entre los colombianos. De hecho, está ahí, en compañía de una de sus víctimas, María Margarita Flórez Pineda.
Ella le ayudó a completar el relato. Se conocieron en un acto de reconocimiento de responsabilidad ante las víctimas, la justicia y la comunidad internacional. Allá, en Toluviejo, él acepto haber ordenado la muerte de 11 jóvenes inocentes. Uno de ellos, su compañero de vida. María Margarita era por entonces una muchacha de 16 años, en embarazo, y convivía con el padre de la criatura, uno de los asesinados. El excoronel no vaciló para definir los hechos. No fueron errores, como podría hablarse con tono exculpatorio, sino crímenes, asesinatos cobardes. María Margarita narra lo que sintió aquel día, frente al hombre que, con la mano en el corazón, no sólo reconocía lo que había hecho, sino que les pedía perdón a todos, si les era posible perdonarlo algún día. Tras todas las manifestaciones de las demás víctimas, finalizado el acto, ella decidió acercársele. De aquel diálogo inimaginado surgió una resolución aún más increíble. En adelante, los dos, trabajarían juntos, por la verdad, el perdón, la reconciliación y la no repetición.
El excoronel le ayudó a crear una fundación, la Asociación de Víctimas Hijos de la Verdad, con sede en Toluviejo, y así como se encontraban en Ginebra en ese momento, su idea era trabajar conjuntamente para recabar ayudas y solidaridad para con las víctimas de las ejecuciones extrajudiciales, llamadas eufemísticamente falsos positivos en Colombia. No quedaba la menor duda, la JEP sí producía resultados, tal y como se los esperó al crearla. Los ejemplos saltaban a la vista. Era lo que se quería dar a conocer en Suiza, y desde allí al mundo entero.
Un hombre como Gustavo Gallón, que ha dedicado toda su vida a la defensa de los derechos humanos y el derecho internacional humanitario, que sin duda siente como Publio Terencio Africano aquello de Nada de lo humano me es ajeno, no pudo evitar conmoverse profundamente con lo que oía. En algún momento pareció quebrarse, aunque sostuvo de inmediato su compostura. No era para menos. Un suave movimiento de su mano derecha le permitió extraer un pañuelo del bolsillo de su saco, que pasó disimuladamente por sus ojos y anteojos.
Conmociones semejantes pude constatar en adelante en todos los escenarios en los que se presentó la delegación. En el coctel ofrecido por la embajada de Noruega en Ginebra, la Representante Permanente de Estados Unidos ante el Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas, Michèle Taylor, no logró contener las lágrimas al oír las voces de la delegación. Después, narró que su familia había sido víctima del holocausto durante la segunda guerra mundial, por lo que era sumamente sensible a esos temas. El ejemplo de perdón y reconciliación la había estremecido. El interés del cuerpo diplomático allí reunido fue evidente, sus emociones se habían sacudido. La justicia transicional enseñaba sus frutos.
Al día siguiente estuvimos en Berna, en su Palacio Federal, la majestuosa sede del poder legislativo suizo. Una edificación imponente, que desde el exterior puede confundirse con una enorme catedral por su cúpula coronada con una cruz. Diputados como Carlo Sommaruga, amplio conocedor de la realidad colombiana y las vicisitudes de la implementación del Acuerdo de Paz, tras escuchar la delegación se comprometieron a hacer cuanto esté a su alcance para que Suiza siga contribuyendo a la implementación del Acuerdo y a la consolidación total de la paz en Colombia. Igual efecto se causó en el Palacio Federal Oeste, sede del Departamento Federal de Asuntos Exteriores, donde en pleno, el cuerpo encargado de definir la política exterior de la Confederación Suiza expresó su resolución de seguir apoyando los temas de paz en nuestro país. La justicia especial para la paz merece todo apoyo, aseguraron.
En ambos espacios fuimos acompañados por el embajador de Colombia ante la Confederación Suiza, el doctor Francisco Echeverri, uno de esos excepcionales compatriotas convencidos de que el único sentido que tiene la vida es servir a sus semejantes. Siempre puso de presente que el gobierno colombiano apoyaba la gestión de la delegación y los temas de paz, bien se tratara de la implementación integral del Acuerdo de 2016 o la búsqueda de acuerdos definitivos con otras organizaciones armadas que actúan en su país.
Podría referirme específicamente a la entrevista de la delegación con Alfonso Gómez, el gallego alcalde de Ginebra, así como al conversatorio llevado a cabo en la Universidad de Ginebra con centenares de participantes y las máximas autoridades de ese centro académico. Asimismo, a las ruedas de prensa y reuniones con diversas oenegés de prestigio internacional en temas de paz. Pero tendría que extenderme demasiado.
El cierre de la gira tuvo lugar en el Palacio de Naciones Unidas, a orillas del lago Lemán. Un acto convocado por UNITAR y las misiones permanentes de Colombia y Noruega en Ginebra, con presencia del cuerpo diplomático. Colombia, sin duda, quedó fijada en la mente de los asistentes como el último y más ambicioso proceso de justicia transicional en el mundo. Una experiencia que todos coinciden en la necesidad de asimilar y repetir en conflictos armados de otros lares.
Es que, como expresó en varias ocasiones el excoronel Borja, la guerra puede ceder ante la paz. Yo no conocí nunca a Rodrigo Londoño, en aquella época Timochenko, repetía, pero lo tenía fijado como mi objetivo predilecto para matar. Seguro que él tampoco me conocía, pero también pensaba en matarme. Hoy, confesadas nuestras culpas, reconocidas nuestras responsabilidades, tras múltiples peticiones de perdón, hemos sido capaces de reconciliarnos, de trabajar unidos por la paz y un país mejor. Es lo que, sobre la base de la verdad, tiene que hacer posible la justicia transicional, no solo con las antiguas FARC, sino con cualquier otra organización armada.