Las Farc son de izquierda, pero la izquierda no son las Farc. Esta es una verdad incontestable, más allá de las paparruchas que llenan las redes sociales y la obsesiva necesidad de algunos por sobresimplificar la realidad en aras de poder aprehenderla. Pero el próximo 20 de julio, cuando se posesione el nuevo Congreso de la República es probable que el nuevo partido político, surgido del acuerdo de paz, sea el único vocero parlamentario de la izquierda colombiana. Esto si el domingo 11 de marzo se ratifican los cálculos y las otras dos listas de izquierda, el Polo Democrático Alternativo (PDA) y Decencia —coalición de la ASI, MAIS, Colombia Humana, UP y Todos somos Colombia— obtienen los exiguos resultados que se creen.
El PDA, partido que hace apenas cuatro años estuvo a punto de fracasar alcanzando el umbral electoral, llega a estos comicios más dividido y desgastado que en 2014, por lo que no es descabellado imaginar un Congreso sin ellos o, confiando en la capacidad de movilización de sus principales líderes, con menos senadores y representantes que los que tiene ahora. Los autodenominados "decentes", por su parte, siendo una confederación de movimientos minoritarios, con muchas caras nuevas y tímidos resultados en las más recientes elecciones, también deberán luchar por alcanzar el umbral, y, aún haciéndolo, no parece posible que consigan una alta representación parlamentaria. En cambio las nuevas Farc —ahora Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común— gracias al Acuerdo del Teatro Colón no solo tendrán garantizada personería jurídica y presencia legislativa, sino además un mínimo de 10 curules, tal vez más que las dos listas anteriormente mencionadas.
Que los "comunes" lleguen al Congreso no es el problema; este fue el costo de la paz y como tal debe ser reconocido. El lío está en que su ideología, aunque dentro del espectro de izquierda difiere, por mucho, de la defendida por el Polo y por Decencia, siendo estas dos últimas —estoy convencido— mayoritarias en este sector del electorado. O, lo que es lo mismo, Robledo, Avella, Pizarro o Cepeda, son mucho más representativos de esta parte de la población que lo que puedan llegar a ser Márquez o Sandino. En ese sentido, que el partido de izquierda que menos personas representa y que hasta hace muy poco le apostó a la guerra como motor de cambio, pueda ser el único dentro de este espectro con presencia parlamentaria, por encima de aquellas colectividades que le han apostado a la democracia, resulta una paradoja difícil de digerir, paradoja que dejaría al país con una democracia desequilibrada y amorfa, así como un mapa político que alimentaría los miedos más irracionales de aquellos que confunden izquierda con comunismo y comunismo con terrorismo.
Este hipotético escenario no sería culpa de las Farc ni, mucho menos, del acuerdo de paz. La responsabilidad solo podría recaer en los dirigentes de la izquierda democrática, incapaces como han sido de unirse y de mantenerse unidos, confirmando aquella máxima apócrifa de Jorge Eliécer Gaitán: "El problema con la izquierda es que sus líderes están interesados en llegar al poder, pero no en que la izquierda llegue al poder".
Muchos se alegrarán si esto ocurre, ignorando que las democracias saludables no son las más homogéneas sino las que representan de manera fiel la pluralidad de la población. Colombia, por supuesto, no es un país mayoritariamente de izquierda, y eso se ha visto y se verá reflejado en las urnas el próximo domingo. Pero tampoco es un país exclusivamente de derecha o de centro, y mucho menos uno en el que la cosmogonía fariana es la única portavoz de los socialismos. Con esto, por supuesto, no se está abogando por un voto de caridad por el PDA o por Decencia; sus resultados electorales hablarán por ellos y corresponderán a lo que hayan sembrado, para bien o para mal. El llamado es a que la izquierda democrática aprenda de sus errores, deje de lado los caudillismos y demás ismos que históricamente han entorpecido su cohesión —leninismo, maoísmo, bolivarismo y un gran etcétera.— , y eviten, si no ahora en los comicios venideros, que la única voz cantante de esta sombrilla ideológica sea la de las Farc, no porque esta sea mejor o peor, sino porque no es representativa.
Es posible que la profecía no se cumpla. Al fin y al cabo la política es dinámica y los analistas electorales estamos para predecir el futuro y para después explicar por qué no pasó lo que esperábamos. Por el bien de Colombia espero que así sea, y que el 20 de julio, en la instalación del Congreso 2018 - 2022, el salón elíptico sea una plétora multicolor de derechas, izquierdas, centros y movimientos alternativos democráticos.