Colombia vive un panorama desolador, devastador. Al tiempo florecen más que nunca la esperanza y el derecho a soñar en un futuro mejor, esquivo hoy para la inmensa mayoría de los colombianos.
La dialéctica y dinámica de los procesos sociales ha llevado a un punto de quiebre o inflexión de nuestra historia: quedarnos sembrados en el pasado, o, hacer un pacto entre todos y para todos, tendiente a sentar las bases de un nuevo país, un mejor país, a la medida de nuestros sueños, para nuestros hijos, nietos y futuras generaciones.
Viejo y nuevo país entran en disputa producto de clamores, reclamos y exigencias de un pueblo que se cansó de los abusos y manoseos de los mismos con las mismas, por fin se despertó y entendió que sí quiere una mejor forma de vida, futuro, dignidad, esperanza y bienestar, aquello no depende de los designios de Dios, ni de la suerte, mucho menos de buena voluntad de los políticos o gobernantes de turno, sencillamente es un derecho del pueblo soberano a elegir libremente, a conciencia gobiernos propios, leyes e instituciones, Democracia le llamaron en la Grecia Antigua a ésta forma de vida.
La clase política tradicional ha manejado el país como a su finca y a colombianos como peones, se creen dueños hasta de nuestros sueños, piensan que Colombia les pertenece, no que ellos pertenecen a Colombia, se consideran intocables, irremplazables, insustituibles.
Por eso los gobernantes han sido siempre los mismos, mismos partidos y movimientos políticos, mismos gamonales que rubrican con sus apellidos el poder en territorios, regiones y departamentos (Char, García, Blel, Gnecco, Vives, Diazgranados, Guerra, por citar algunos del Caribe), Uribes, Santos, Pastranas, Gavirias, Samperes, Ospinas, Lleras, López, etc., a nivel nacional.
Lo que más repudia el pueblo de la dirigencia política en Colombia es su falta de pudor y lo insaciable que son, no se cansan de saquear los recursos públicos, robaron sin asco, a manos llenas, sabían que eran vistos sin antifaz cometiendo todo tipo de delitos y ni siquiera se sonrojaban, les importaba un pito el castigo de la justicia y ciudadano.
Con la certeza de que en Colombia todo pasa y nada les pasa, convirtieron la institucionalidad en escudo de sus fechorías, los organismos de control fueron controlados, igualmente la justicia y los medios de comunicación con el “tapen tapen” encubridor de la verdad.
Afortunadamente los días de festín del despojo están contados, no obstante, entregarán un país hambriento de carencias, quebrado, destruido, arruinado, desmigajado, empobrecido, un país para reconstruir, con la necesidad de garantizar gobernabilidad para encarar el futuro, trazar nuevas rutas y retos promisorios de esperanzas para todos los colombianos, de allí la necesidad de garantizar mayorías en el Congreso y el triunfo del progresismo en primera vuelta presidencial.
La indignación llegó a su culmen, las calles fueron escenario de ese desborde multitudinario, diverso y majestuoso a finales del año 2019, ensimismado por la necesidad de supervivencia como consecuencia del Covid-19, lo cual permitió acumular fuerzas para las gestas del 2021, en todo ese proceso jalonador, aglutinador y de despertar de país descollaron las juventudes, los estudiantes, las ciudadanías libres y todos los despojados por el sistema, sin nada más que perder y muchos derechos a conquistar.
Muchas cosas se definen en Colombia este 13 de marzo y 29 de mayo del presente año 2022, la izquierda, el progresismo y lo alternativo solo ha gobernado en lo local y departamental, nunca nacionalmente. De allí lo participativamente estrecho, lo asfixiantemente bipartidista de nuestro tradicional sistema democrático.
Cuando la propaganda de Gobierno incita al odio, la estigmatización y el señalamiento por el avance del progresismo, actúa con violencia, la fuerza ha sido siempre su argumento, en cambio, cuando la izquierda desnuda los fracasos de la nación producto de los gobiernos perversos actúa con la fuerza de los argumentos, la verdad, evidencias y pruebas irrefutables (hambre, pobreza, miseria, desempleo, inflación, devaluación, concentración del ingreso, falta de oportunidades, corrupción, paramilitarismo, asesinato de líderes sociales, narcotráfico, etc.).
Ciertamente, la izquierda democrática no ha podido llegar al poder del Estado, no porque no haya querido, simplemente no la han dejado gobernar, sea porque le han eliminado violentamente figuras destacadas (Gaitán, Galán, Pizarro, Jaramillo o Pardo Leal), o políticamente, con el robo de elecciones (Rojas Pinilla en 1970, Petro en 2018). Históricamente las opciones reales en donde acarició el poder del Estado fueron con Gaitán en 1948 y Petro en 2018.
La opción de poder popular hoy es mucho más factible que en 2018, hay mucho más conciencia, coincidencias y convergencias ciudadanas, tiemblan los todopoderosos de siempre, por eso engañan, manipulan, venden temor, compran votos por montón, juegan a la política estomacal, con las necesidades del pueblo, sienten pasos de animal gigante, voluntad de cambio de un pueblo dispuesto a castigarlos democráticamente, políticamente.
Este 13 de marzo y 29 de mayo no será una elección más, estamos ante una jornada electoral histórica, en donde el voto libre, consciente e informado tiene el poder de transformar a Colombia, la oportunidad de brindar a las presentes y futuras generaciones lo que merecen, lo que a las generaciones pasadas les fue arrebatado, dignificar la vida de todos los colombianos, vivir en paz, ser felices.
He ahí lo que está en juego este 2022, el derecho a soñar. Los colombianos tenemos derecho a soñar, soñar alimenta la búsqueda y concreción de los demás derechos fundamentales, soñar no es un delito; según Eduardo Galeano soñar da a beber e inspira a todos los derechos, sin sueños los derechos en todas sus generaciones morirían de sed, una sociedad sin sueños está condenada a vivir sin futuro, esperanzas, porvenir.