Por años, en Soacha, muchos hemos creído en la posibilidad de construir una izquierda auténtica, comprometida y ética, que se aleje de las prácticas corruptas y clientelistas que tanto criticamos en otros sectores, sin embargo, esa esperanza se ha desvanecido frente a una cruda realidad: lo que alguna vez fue un espacio de lucha social se ha convertido en un nido de egos, traiciones y mediocridad.
Hablo desde mi percepción, en mi adolescencia me vinculé con entusiasmo a los procesos de izquierda en el municipio, convencida de que era posible forjar un cambio verdadero para entonces, sin embargo, me alejé porque al pasar el tiempo, la decepción fue inevitable, lo que encontré no fue una estructura sólida ni una comunidad de camaradas comprometidos con la justicia social, sino una secta disfrazada de movimiento político, una secta cerrada al debate, plagada de líderes que, mientras se echan flores entre ellos, se apuñalan por la espalda con la misma facilidad.
Desde 2018, pandemia, y post estallido social, ese patrón se confirmó, en lugar de aprovechar el momento para consolidar una plataforma sólida, los mismos de siempre se dedicaron a capitalizar la indignación ciudadana para sus fines personales, no eran líderes, sino buitres que giraban en torno a sus egos y sus agendas, mientras fingían representar al pueblo, sus dinámicas internas han seguido un ciclo vicioso: autoproclamarse prodigios y brillantes mientras se destruyen mutuamente en la sombra.
Hoy, en 2024, ese círculo sigue girando, cada vez más deteriorado, los actores que dominan la llamada "izquierda de Soacha", que a hoy son los “dueños” de una Soacha Humana, que de humana no tiene nada, sindicalistas incapaces de movilizar más de seis personas, figuras del Polo Democrático que ni siquiera se reconocían hace diez años y que ahora académicos dicen ser dueños de toda narrativa, y feminismos de cartón, que brillan por sus títulos académicos, pero son incapaces de generar prácticas coherentes con la realidad de las mujeres.
Peor aún, quienes se atreven a criticar estas dinámicas o se niegan a participar en ellas son sistemáticamente aislados y señalados, no basta con descalificarlos: también se dedican a dañar su buen nombre, en un intento desesperado por mantener el control del poco poder que tienen, en lugar de gestionar soluciones reales para el municipio, se dedican al espectáculo, al circo vendedor que solo busca titulares rimbombantes para redes sociales.
¿Y qué hay del compromiso con los derechos de las mujeres? Es inexistente, las dinámicas internas del “movimiento” permiten que se encubran presuntos abusos sexuales, maltratos verbales y prácticas machistas por parte de los mismos hombres que se llenan la boca hablando de equidad y justicia, siendo tapados por las mismas lideresas del sector, no existe sororidad, no hay empatía real, solo silencio y complicidad.
La izquierda de Soacha solo es un cascarón, siendo lo mismo que jura combatir. No es un movimiento político: es una secta, cerrada, autorreferencial y decadente; una secta que opera como cualquier politiquero tradicional, pero desde un disfraz de dignidad que ya no engaña a nadie, ningún actor dentro de este proceso se salva; todos han contribuido a su deterioro, y cada vez van a peor.
El cambio no vendrá de quienes se aferran al poder para alimentar sus egos. Si la izquierda en Soacha quiere sobrevivir, necesita una reconstrucción total: ética, autocrítica y, sobre todo, compromiso con la gente que dice representar.
Mientras eso no ocurra, seguirá siendo más de lo mismo: un circo vendedor, indigno del nombre de la lucha social.