En este momento en Barranquilla están prohibidas las fiestas. La gente debe contenerse. Si a alguien le da un infarto en la arenosa se muere. Las UCIS están en 100 % de ocupación. El paraíso de los Char, que nos habían vendido los medios de comunicación comprados, se desvanece. Sin embargo estos muchachos del prestigioso colegio Parrish, hijos de los hombres más poderosos de la ciudad, celebraron como si no hubiera mañana sus grados de bachiller.
Para ellos no hay ley ni muerte. Ni siquiera la sombra de la peste les puede hacer mella en sus egos inflados de niños bonitos. El problema grave es que no sólo ellos caerán rendidos por el Coronavirus sino los meseros, las aseadoras, los DJ que van a amenizar sus fiestas. La rumba no va a parar en la arenosa y nos moriremos todos ahogados en ron, vallenato y Coronavirus.
Es que en plena pandemia se celebran matrimonios, se festejan cumpleaños, en la imaginación de estos incautos no exista la muerte. Lamentable, un cachetazo para el alcalde Jaime Pumarejo que es del Parrish. Si uno ve los comentarios en redes sociales se da cuenta la indignación que despiertan estos ricachos. No es resentimiento, es rabia por la insolencia de esta gente. Tan bien peinaditos, tan colombianos de bien. Esa superioridad moral los hace creer inmunes al virus pero los alcanzará. Barranquilla debe entrar por fin en cuarentena absoluta, militarizar si es posible. Pero yo creo que los curramberos burlarán todos los cercos, lo harán todo con tal de ser felices y malditos.
Porque en este momento uno tiene que ser un maldito para pensar en rumbear en medio de una pandemia que ha matado a cientos de miles de persona en el mundo