No salgo de mi asombro de ver cómo vivimos en un mundo de fantasías. Muchas veces nos mienten; otras, nos echamos mentiras y seguimos por la vida como si no pasara nada, repitiendo las mismas frases pomposas que nos enseñan los burócratas, como esas de “seremos una universidad de talla mundial”, “Colombia es la democracia más antigua de América”, “Cali, la sucursal del cielo”, “el turismo es una industria limpia” o “el futuro está en el emprendimiento”.
La ingenuidad es una plaga muy extendida en la humanidad porque los sistemas escolares se ocupan de formar a los ciudadanos de acuerdo con los medianos estándares de cada sociedad, dejando de lado algo tan fundamental como enseñar a pensar con cabeza propia. Por eso ahora que se habla del turismo espacial, la mayoría de la gente está maravillada creyendo que eso es el progreso y que a la vuelta de unos años todos tendremos la oportunidad de flotar en el espacio.
Pero el turismo espacial es una absoluta irresponsabilidad.
Cuando el emprendedor Cristóbal Colón zarpó con rumbo a “América” la reina le vio como un “buen muchacho” “un hombre probo y valiente” que abriría las puertas del progreso para España, los indios y la cristiandad. Cuando regresó a la madre patria fue recibido como un héroe, sobre todo porque cada vez que pudo le llevó una buena ración de oro a su majestad. Detrás de él llegaron otros aguerridos emprendedores como don Hernán Cortés, Pizarro y Sebastián de Belalcázar, que crearon ciudades y trajeron la civilización. Por eso es que los adoradores de la iniciativa privada les construyeron estatuas. Más adelante otros visionarios europeos se entusiasmaron y fundaron compañías outsourcing que, gracias a la “confianza inversionista”, nos trajeron la mano de obra negra que se necesitaba para la extracción minera. Miles de esclavos murieron en el viaje, pero se creyó que era un mal menor. Así fue como se fundaron estos tiempos felices donde la iniciativa privada hace en el mundo lo que se le viene en gana.
En el capitalismo el empresario es un semidiós al que todos guardamos cierta reverencia. No le decimos asesino por andar borracho matando a la gente; simplemente lo mencionamos como el empresario alicorado que cometió una imprudencia. Lo más común es que quien tiene dinero funda una empresa y si por culpa de su negocio pierden la vida algunos de sus clientes o empleados, entonces a veces el Estado “trata” de ponerlo en cintura. Ejemplos hay todos los que quieran, pasando por los fabricantes de armas, plaguicidas, herbicidas y hasta bebidas azucaradas; por desgracia se cree que esas muertes son banalidades, o como dicen los economistas, “externalidades”.
Lo último es que mientras a unos multimillonarios supervisionarios les dio por lanzarse hacia la carrera espacial para promover el emprendimiento turístico con las alabanzas del vulgo, suenan en las esferas de las burocracias internacionales el cuento de enfrentar el calentamiento global. Eso no es más que una contradicción absurda donde nadie capta el problema.
¿Sabe usted cuántos recursos naturales se desperdician cada vez que a uno de esos ricachos les da por subirse a la nave a darse el gustico de tomarse fotos desde el espacio? En la fabricación de un cohete se gastan miles de partículas que van a la basura y en cada segundo de vuelo se quema una buena cantidad de oxígeno. Y luego ¿qué sigue? Seguramente la conversión de la luna en una factoría para producir chucherías, la exportación de mano de obra con contratos basura. Y en medio de la refriega por los mercados turísticos o industriales, ¿vendrán las guerras espaciales?
Por fin, entonces, ¿haremos realidad “la guerra de las estrellas” y toda esa serie de películas futuristas que transfieren las mezquinas y estúpidas pulsiones humanas al resto del universo? Vamos viendo cómo empiezan estos emprendimientos, pero ¿acaso no podemos adivinar cómo terminarán?
Tenemos tantos problemas sobre la faz de la tierra, por ejemplo, la miseria de millones de personas y los conflictos sociales, que vivir pendientes de las excentricidades de los millonarios es un absurdo, como seguir permitiéndoles que hagan lo que se les dé la gana. Claramente, como dicen en el gobierno, estos son temas sobre los cuales deberíamos discutir con más frecuencia, pero desarrollando argumentos y no escribiendo trivialidades en las redes “suciales”.