Desde su fundación hasta los primeros años del Siglo XIX, San Juan de Pasto era una de las más importantes y prósperas urbes de América. Estaba a nivel de Quito, Bogotá y Caracas, dentro de un eje estratégico por ser paso de obligada conexión entre Caracas y Lima. Era un importante centro suramericano que permitía grandes referencias y decisiones, por lo tanto su dominio apetecía a muchos. De mantenerse esa consideración y estatus debería ser tan desarrollada y trascendente al menos como Bogotá o Quito. Pero aún más, dadas las condiciones de sus estoicos habitantes (que a través de los años evolucionaron de manera distinta al resto del país) era la mejor candidata a ser capital de la Gran Colombia y posteriormente de la misma Colombia.
Sus relaciones con la corona española fueron por ello bastante buenas y era de los pocos lugares latinoamericanos, donde los ‘chapetones’ no se sentían tan extraños. Los pastusos nativos alcanzaron a hacer una importante empatía, ya que el entendimiento y trabajo en equipo, a diferencia del resto del país fueron valiosos. La colonización y dominio poco se notaban hasta el punto de convivir sin muchos recelos nativos y forasteros europeos.
Es natural deducir que en ese punto, los pastusos ya valoraban más los logros y beneficios de la colonización que el dominio imperial, que ya en la praxis era más retórico y tal vez de orgullo propio latinoamericano. No obstante ello no quería decir que había hecho carrera un gran conformismo. No. Prevalecían más sentimientos de gratitud y lealtad con la corona española, sin ser siervos ni vasallos. Guardando y buscando su propia autodeterminación, como la historia se encargaría de demostrarlo posteriormente, lo cual permitió forjar una identidad muy propia y característica de la estirpe pastusa.
Las contradicciones con el ‘otro’ país colombiano no tardaron en aparecer. Con la llegada de próceres y libertadores criollos, buena parte de ellos envalentonados y venidos a más sin mayores méritos, los enfrentamientos fueron inevitables. En ese orden ante los gritos de independencia populistas pusieron en el ojo del huracán a la floreciente y magnífica ciudad de Pasto. Inevitablemente fue destruida en varias ocasiones causando históricamente los más aberrantes asesinatos por cuenta de una mal llamada descolonización.
Pasto despertó celos y envidias entre los precarios estamentos de poder del norte y centro del país. Se convirtió en objeto de conquista a cualquier precio. En ese momento aparece uno de sus más poderosos líderes y gran batallador, el nativo Agustín Agualongo responsable de memorables gestas al enfrentarse al encopetado, encumbrado y soberbio ‘libertador’ el venezolano Simón Bolívar.
La historia oficial solo enseña y muestra a un Bolívar patético, como un Dios, hombre perfecto, idealizado al extremo. La historia de las escuelas poco cuenta de las masacres y asesinatos causados al pueblo pastuso, por cuenta de su ciega causa libertaria. No cuenta que es el padre del Partido Conservador y de toda su extrema derecha convertida posteriormente posiblemente en uno de los estigmas del país. En nicho de la generación de la mayor violencia de la nación responsable de múltiples masacres y posiblemente del mayor atraso del pueblo colombiano.
La ‘Navidad Negra’ de Pasto
Ese Bolívar de instinto asesino, en Navidad es todavía aún más de ingrata recordación entre los pastusos. Es el responsable directo y autor de la llamada ‘Navidad Negra’ de Pasto. Sobre este nefasto, luctuoso y triste hecho, Julio Cepeda Sarasty nos hace una compilación, como producto de la investigación de reconocidos autores, en el siguiente texto:
“El 24 de Diciembre de 1822 el pueblo del sur fue invadido, pisoteado y abusado, la libertad se tiñó de sangre, se perfumó de muerte, se vistió de persecución, de masacres y sacrificios. Sobre el pie del Galeras, Bolívar bautizó con muertos las calles, con violaciones las iglesias, con represiones a la valentía; no dejó un sueño vivo porque sólo su sueño era posible, porque la independencia debía depender solamente de sus ideales.
El 23 y 24 de diciembre de 1822, después de rudo combate en el barrio Santiago de Pasto, en horrible matanza que siguió, soldados, hombres, mujeres, niños y ancianos fueron sacrificados y el ejército “libertador” inició un saqueo por tres días, asesinatos de indefensos, robos y otros desmanes; hasta el extremo de destruir, como bárbaros, los libros públicos y los archivos parroquiales, cegando así tan importantes fuentes históricas. No respetaron los templos donde el pueblo pastuso buscó protección.
Bolívar quien nos llevó a la llamada libertad, el de la Navidad Negra, el de la temible espada, el del caballo blanco, el de uniforme rojo, el que llenó los ojos de los pastusos de dolor y de llanto, el que dejó cientos de niños huérfanos y una multitud de madres y viudas llorando a sus hombres inmolados. En defensa de sus creencias el pueblo pastuso no secundó la lucha por la independencia, no renunció a sus rancias convicciones por un hombre que los desterró y los humilló hasta la muerte.
El cruel Libertador, el que manchó de muerte las calles, el que nos liberó de la corona pero que nos manchó de miseria, dolor y llanto. La historia de esta patria en construcción nos cuenta que el Libertador asesinó y sacrificó a nuestra pueblo en nombre de la libertad y de la independencia; pero no olvidemos que dejó las huellas de su espada en nuestras gentes, que sometió y humilló nuestros ancestros, que pisoteó nuestro pueblo y que fue el autor de una macabra obra perenne en la memoria de nuestro pueblo.” (Hasta allí la transcripción)
Ese es el Bolívar que equivocadamente se sigue idealizando y que cual Cid campeador se sigue mostrando como el ‘Dios salvador’ de América. Es evidente que la historia oficial ha sido escrita y contada por la clase de poder, por la extrema derecha dominante, por los perfumados y grandes hacendados del continente. Bolívar fue convertido en ícono, que menos mal los pastusos (la mayoría) jamás se tragaron ese cuento, aun a pesar del unanimismo continental. Allí está la historia de los pastusos. Totalmente en contravía de la política oficial. Contestatarios y rebeldes como Agualongo.
Por ello Nariño y su capital han recibido maltrato y desatención desde el gobierno central, salvo lo ganado a pulso como hoy acontece, cuando está llegando por fin la nueva y verdadera independencia. Nariño es el único departamento colombiano de izquierda legítima y moderna. El más progresista de todos, con una identidad acentuada que ha ayudado a mejorar su propia autoestima y trabajo en equipo. Ahora que llegamos posiblemente a resolver el gran conflicto que por 60 años ha golpeado al país, por cuenta especialmente de los violentos partidos inspirados en Bolívar, es la hora del gran levantamiento para cobrar con creces esa enorme deuda histórica contra la masacre del pueblo pastuso.
Sin ninguna duda esta región surcolombiana (por ahora) es la mayor victimizada por esta violencia que inicia con Bolívar y terminará muy posiblemente con el acuerdo entre el Estado y las llamadas FARC. En el resarcimiento en el ‘posconflicto’ Pasto y Nariño deberían tener el máximo de atención e inversión, de lo contrario es la hora de volver a reflexionar sobre aquello que alguna vez escribió Gustavo Álvarez Gardeazábal: ‘Colombia perderá a Nariño como perdió a Panamá’.