El siguiente es un diálogo hipotético, puede parecerse a la realidad pero es solo mi imaginación.
Un poderoso mandatario, desesperado por la necesidad de que el Concejo de la ciudad le aprobara la utilización de recursos provenientes del endeudamiento, llamó a su despacho al funcionario de mayor confianza, su secretario de Gobierno y le dijo:
—Guille, ¿cómo hacemos para que esos mafiosos del Concejo aprueben algo? Torpedearon el POT y ahora nos quieren dejar sin plata. ¿Qué les pasa a esos sinvergüenzas?
—Así es, así es, señor. Pero las cosas pueden resolverse –dijo sabiamente el secretario—. Lo que quieren es un cariñito, una muestra de… —pensó con cuidado sus palabras y dijo —una muestra de consideración. Estamos en vísperas electorales y hacer política cuesta, señor alcalde.
—Que cariñito, ni que ocho cuartos. Mándelos pa´la…
—Pues si es su voluntad, la cumplo. Claro le recuerdo que se viene la tal revocatoria y una forma de contrarrestarla son las obras, la inversión. ¿No le parece, alcalde?
—¡Ahhh, verdad! —El mandatario, reflexionó y con tono conciliador le ordenó a su subalterno —Entonces vaya y los convence. ¡Como sea!
—¿Cómo sea, señor?
—Sí, ¡como sea!
El buen funcionario se fue a cumplir su encargo y lo logró. En medio del entusiasmo colectivo y el compromiso con el bien supremo el Concejo aprobó el endeudamiento. El prestigio de la administración estaba a salvo gracias a que dispondría miles de millones de pesos para obras.
Todos felices: el alcalde, administración y concejales, que llenos de dicha sonreían y sentían ya el sabor dulzón a mermelada. Parecían aquel perrito de Pavlov que con el solo sonido de la campana ya salivaba esperando la comida, así ellos, botaban saliva de pensar en lo que vendría como recompensa a su colaboración.
Solo faltaba un detalle. Acordar con el mandatario como se darían las recompensas. Había que concretar la oferta, el “precio, peaje, estímulo, colaboración o CVY” que el eficiente funcionario había ofrecido a cambio de los votos. Haciendo cuentas en su cabeza, el secretario llegó al despacho del mandatario con una listica de deseos para ser satisfechos.
—¿De qué me habla? ¿Será que usted se volvió también mafioso? —Gritó descontrolado el supremo señor de la ciudad—. Aquí mismo usted me dijo que los convenciera, como fuera y yo le cumplí.
—¡No sea bruto! Usted no puede ofrecer coimas, esta administración es impoluta. No hacemos pactos mafiosos.
—Un momento, alcalde, no me puede decir mafioso por cumplir sus órdenes, no se lo tolero.
—¡Qué ordenes? ¡Cómo se le ocurre que voy a ordenar un acto de corrupción ahora que estoy nominado a mejor Alcalde de Iberoamérica!
—Pues si no lo hacíamos, usted iba a ser el mejor exalcalde de Iberoamérica porque le revocan el mandato.
—Váyase a endereza esa estupidez ¡Pero ya mismo!, muévase —gritó descompuesto el mandatario.
—Me voy sí, pero de esta administración y usted será el que le ponga la cara a esas fieras que me mandó a alimentar.
Con un portazo el eficiente funcionario salió del despacho supremo. A sus espaldas se escuchaban los gritos del alcalde mayor.
—¡Desleal, mafioso, bruto! Ya no se puede confiar en nadie, en nadie… Y siguió un largo lamento desconsolado.
Allá en el salón de sesiones del Concejo los engañados concejales se escondían detrás de sus curules para librarse de la ira de Dios. Ellos saben que los mandatarios pasan pero las instituciones quedan y sobre todo, que en juego largo siempre hay desquite.
www.margaritalondono.com
http://blogs.elespectador.com/sisifus/
