La invención del todo
Opinión

La invención del todo

Consumir sin control para encontrar respuestas existenciales es tan absurdo como tomarse una aspirina para saciar el hambre

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febrero 19, 2024
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La naturaleza de la vida humana está conformada por la precariedad, la ausencia y la dificultad. En eso consiste su encanto y es allí, entre esos tres atributos, en que se encuentra su sentido o significado. A pesar de que vivimos inmersos en una sociedad narcisista que se basa en la apariencia de que todo se puede tener y todo se puede ser, la realidad compleja, burlona y arbitraria -como el dinosaurio de Monterroso- sigue ahí. Por efecto de la tecnología al servicio del consumo, el deseo humano, el más preciado combustible, se ha reducido, al exagerarse, al engañoso paso omnipotente de un dedo por una pantalla. El celular ofrece, entre muchas otras más estafas, la felicidad imperecedera, la belleza rotunda y la riqueza irrevocable. El poder de la virtualidad consiste en confundir el acontecimiento con su permanencia.

Por efecto de nuestra tirana memoria, solo algunos pocos pasajes de una lectura tienen la capacidad de clavarse con sutileza en el recuerdo y hacerlo presente; como la astilla que apenas cuelga de la yema de un dedo. El filo de la palabra que corta la vida en dos. Así me sucedió con una breve declaración de Abad Faciolince en El olvido que seremos en el cual relata la llegada del fin de la felicidad de su vida cuando se enteró de la enfermedad mortal que padecía una de sus hermanas. El episodio tan solo ocupa un par de páginas pero su contundencia me llegó a ser dolorosa e inolvidable. Pensándolo bien lo que quizás quiso decir el escritor no fue tanto la llegada del final de la felicidad sino la comprensión brutal de que no todo puede ser completo. Y que es probable que esa idea del “todo” aluda mas a la insensatez que a la codicia. Porque sin duda, más que avaro sin remedio, aquel que pretende inventar una vida plena interrumpe adrede su cordura y buen juicio. Un desquiciado tosiendo arrobas y numerales en sus perfiles de redes sociales con millones de seguidores.


El repertorio de antídotos emocionales que se enfrascan, empaquetan y están tan solo a un clic de distancia es interminable


Hoy en día es bien sabido que la Coca-Cola, preocupada por sus bajas ventas en los gélidos inviernos, adaptó el relato de Santa Claus en su propio beneficio, vistiéndolo de rojo y convirtiendo al personaje en un viejo de mejillas rojas, trineos voladores e invasor de chimeneas. El truco publicitario funcionó mejor que cualquier otro salvo en el caso de la venta de otra ficción mucho más degenerada: la plenitud de la vida al alcance del consumo. El repertorio de antídotos emocionales que se enfrascan, empaquetan y están tan solo a un clic de distancia es interminable. Con seguridad, desde hace décadas, el gremio de la publicidad sabe muy bien de la precariedad de la vida humana y ha actuado en consecuencia. Como en el caso del personaje de El principito que se emborrachaba para olvidar que era un borracho, se promociona plenitud pasajera para que se diluya por un rato la certeza de que siempre -y por fortuna- estaremos insatisfechos. Consumir sin control para encontrar respuestas existenciales es tan absurdo como tomarse una aspirina para saciar el hambre. Por no hablar del inmenso mercado de la salvación de almas que pululan en cada rincón social, atajos seudoespirituales que en muchas casos niegan lo irreversible y esencial: el dolor, el sufrir y el padecer. La naturaleza humana combatida con empalagoso optimismo y frases gritonas llenas de motivación sudorosa. Gurues de ocasión, insoportables e invadidos de una secreta oscuridad que no tarda en salir a la luz.

Mucho mejor evitar la invención del todo y permitir el paso yermo de la precariedad. Un mecanismo inmejorable para hacer la cuenta de las posesiones y los despojos de cada quien y de esa forma abrir las puertas de las conclusiones y los cierres. Ya sea con amargura, beneplácito o renuncia. Desde luego ninguna vida es igual, ni es sus sumas o sus restas, lo que no significa que no estén unidas de forma indisoluble por simples condiciones fatales: lo que falta, lo que se extraña y, por encima de todo, lo que se anhela.

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