En 1920 cuatrocientas mujeres trabajadoras de una fábrica de textiles en Bello, Antioquia se levantaron en huelga y durante cerca de un mes pusieron en jaque, no solo a los administradores de la fábrica, sino a la Iglesia y al gobierno regional. Su lucha por revindicar los derechos laborales que hoy no falta quien menosprecie, marcó un punto de inflexión en la lucha sindical. Su huelga, la primera en ser denominada de esa forma, fue un hecho inusual para la época, porque fue liderada por ellas, contrario a otros eventos similares, que habían sido protagonizados por hombres.
A modo de contexto, es clave señalar que a comienzos del siglo XX, surge en Colombia y en especial en Antioquia la industria manufacturera, con características similares a las que habían marcado la revolución industrial en Europa a finales del siglo XIX. En ese momento, era común que las fabricas contrataran a mujeres solteras y niños para que realizaran trabajos por los que recibían un sueldo de miseria. La presencia femenina como mano de obra en la naciente industrialización de esa región tuvo un impacto relevante, ya que el 73 % de la fuerza de trabajo en Antioquia estaba conformado por mujeres, quienes en un 85 % eran solteras, el resto se trataba de mujeres viudas, por causa de la Guerra de los Mil Días. Una proporción similar se manifestaba en otras áreas como en las trilladoras de café o en las fábricas de cigarrillos, empresas en las que las familias humildes encontraban opciones laborales para sus hijas solteras. Sobre esto, es importante señalar que se trataba de una sociedad profundamente conservadora y temerosa de dios, para la cual, la idea de una mujer trabajando era profundamente perturbadora, en especial si se trataba de mujeres casadas, ya que trabajar, implicaba descuidar a su familia y contravenir su vocación de amas de casa. Ideas absurdas, que infortunadamente, aun se preservan en varios lugares del país.
La fábrica de Tejidos de Bello, escenario de la huelga, había sido fundada hacia 1904 por el latifundista, político y empresario antioqueño Emilio Restrepo Callejas. La fábrica contaba para 1920 con cerca de 400 mujeres y 110 hombres. Dependiendo de su trabajo, los empleados recibían, si eran hombres, entre $1.00 y $2.70 pesos a la semana, pero si eran mujeres la cifra se reducía a entre $0,40 y $1,00, aunque el trabajo que ellas realizaran fuera el mismo. A esto vale la pena agregar otro dato, un obrero de construcción ganaba $3 y $3.60, de tal forma que el nivel de explotación a las mujeres era significativo.
Sumado a esto, por el hecho de ser solteras, las mujeres obreras eran sometidas a vivir en unas instituciones a cargo de monjas y financiadas por los empresarios, llamadas patronatos obreros. En ellas, las mujeres eran vigiladas y, dado el caso, castigadas. Las monjas tenían la misión de “moldearlas” moral y laboralmente para mantenerlas alejadas del pecado, así como de las nacientes ideas socialistas que amenazaban las “buenas costumbres”, ya que apenas un año antes se había fundado el partido socialista en Colombia.
El honorable Emilio Restrepo Callejas dueño de Tejidos de Bello
las obligaba a andar descalzas porque sostenía que las mujeres llegaban tarde
a trabajar por evitar ensuciar de barro sus zapatos
Además de la desigualdad salarial y el férreo control monjil, las mujeres obreras eran sometidas a extenuantes jornadas laborales que comenzaban a las seis de la mañana y terminaban doce horas después en condiciones poco salubres. Pero no solo eso, resulta que, el honorable Emilio Restrepo Callejas las obligaba a andar descalzas porque sostenía que las mujeres llegaban tarde a trabajar por evitar ensuciar de barro sus zapatos. Como si todo lo anterior no fuera suficiente, estaban expuestas a toda suerte de abusos, acosos y violencias sexuales.
Esta colección de injusticias, fueron las que motivaron la huelga del 12 de febrero de 1920. Ese día, a la hora de entrada, un grupo de ellas, lideradas por Betsabé Espinal, que por entonces contaba con 24 años, se posó en la entrada principal y comenzó a convencer a sus compañeras de no ingresar a las instalaciones de la fábrica. Las mujeres se unieron a la causa, pero los hombres no. Por tal motivo, ellas comenzaron a presionarlos gritándoles “Pollerones pendejos” e indicándoles que debían cambiar los papeles, ponerse ellos sus faldas y ellas sus pantalones. Betsabé, hija natural de Celsa Espinal, pronto resaltó asumiendo el liderazgo. Su carácter, su don de mando, su vocación de servicio fue determinante para el éxito de la acción.
Desde el primer momento, Betsabé Espinal no se dejó amedrentar de los capataces, ni del cura párroco que llegó pronto a abogar para que dejaran aquella insensatez y regresaran al trabajo, como tampoco bajó la guardia al día siguiente, cuando se apersonó en el lugar el alcalde de Bello y los jerarcas eclesiásticos de rigor, porque la huelga ya había logrado convencer a los hombres necios que el día anterior habían tenido temor de apoyarlas y amenazaba con extender su influencia a otras fábricas.
Para el tercer día de huelga, ya era evidente que la cosa iba en serio porque respaldada por un número creciente de seguidores, Betsabé Espinal bajaba del tren que la había llevado a Medellín dispuesta a visitar la Gobernación de Antioquia y la prensa de la época, para visibilizar las penurias, malos tratos y peores pagas que aquejaba a miles de obreros. En una semana, la huelga tuvo un respaldo popular inusitado y el presuntuoso Emilio Restrepo, a regañadientes, comenzó a temer por los resultados de aquella determinación. Luego de veintiún días de inmovilidad y pérdidas económicas, tras la mediación de otros empresarios, autoridades y gracias a los buenos oficios del mismísimo arzobispo de Medellín, Restrepo optó por acceder a todos los puntos propuestos por las huelguistas. Aceptó aumentarles el sueldo en un 40 %, se reguló la jornada a diez horas, más una para almorzar, así como la posibilidad de ir calzadas a la fábrica y el despido inmediato de los capataces y administradores acosadores.
A Bestabé Espinal la ovacionó una multitud de más de tres mil almas abrasadas por el sol, que la esperaban a las afueras de las oficinas de la fábrica en Medellín donde se apersonó para sellar lo pactado. Le colocaron una corona de laurel, le hicieron serenatas y festejos. Su gesta marcó un hito sin revés en la historia sindical en Colombia, hazaña que se repitió a lo largo del país y gracias a la cual la lucha por la reivindicación de los derechos de las mujeres tuvo un impulso que no ha dejado de crecer.