En los años 30, Bogotá era un villorrio de 300 mil habitantes. La violencia y la falta de oportunidades fueron moviendo a la gente de Boyacá y otros departamentos aledaños a la capital. Uno de los lugares que ocupaban era la Hacienda Quiroga, 108 hectáreas que luego se transformaron en uno de los barrios más tradicionales de Bogotá.
En los años 40, sus primeros habitantes se fueron dedicando a la actividad que ha caracterizado el barrio, la creación y fabricación de zapatos. Las fábricas pululaban como los hongos después de la lluvia. Sin embargo, tras la pandemia y durante la alcaldía de Claudia López, el sitio empezó a deteriorarse y corromperse.
En las zonas aledañas al Restrepo, hay una invasión de espacio público sencillamente terrible. Los vendedores ambulantes y los vehículos invaden los andenes con furia. No hay espacio para caminar. Sin embargo, este no es el principal problema de uno de los lugares más tradicionales de Bogotá. La delincuencia también pulula.
Algunos delincuentes se camuflan como gota a gota para cobrar viejas deudas a los vendedores. Aparecen en las alcantarillas, debajo de la tierra, vigilan y cobran por cuidar carros sin tener ningún tipo de permiso. El ambiente es opresivo, asfixiante, las fábricas empiezan a oxidarse. El Restrepo se convierte, poco a poco, en uno de los lugares más indeseados de la capital
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