En mis tiempos escolares no faltaban en las aulas los Pintos que rompían todo: los pupitres, el tablero, el mapamundi, los cuadernos y hasta las inescrutables e inmutables canicas con las que jugábamos. Nadie quería ser su amigo. La armonía del grupo y el ambiente de las aulas no era el deseado con ellos acechando por ahí. Hoy eso lo conocemos como bullying.
El extécnico de Millonarios a lo mejor fue uno de esos. Aunque es una mera especulación personal, Pinto encaja muy bien en la nomenclatura del sociópata, sin alcanzar el grado (¡ni más faltaba!) de Erzsébet Báthory o de Enrique VIII (que tampoco fueron los peores), para mencionar solo a dos de los más famosos de la historia.
Si bien es cierto que lo de Pinto, porque lo conocemos, ya parece una simple anécdota, su caso, por su contumacia patológica, merecería un cuidadoso análisis pero lejos del ámbito futbolístico y de la banalidad intrínseca con que los comentaristas deportivos manejan el asunto.
Aquello de que “a Pinto se le sale lo santandereano, no es más que una pintoresca estupidez a la que muchos de ellos nos tienen acostumbrados. Lo santandereano se le puede salir a alguien, a cualquiera de esa región, en su gusto por la pepitoria, por ejemplo; o porque nada satisfaga su sed si no, aunque parezca una redundancia, tomándose una kola hipinto de un solo empujón.
Ni lo santandereano, ni lo costeño, ni lo opita se salen en el genio de nadie. Tal vez en sus costumbres, en su cultura, en sus atavismos, en el énfasis con que se canta el himno de su tierra chica. Lo otro son tópicos que la tradición y la colombianidad inventaron como parte del folclor. Esto no necesita de hermeneutas. Pinto es así porque sí. Esos son sus modales. Simplemente, no se sabe relacionar con los demás. Ni sus constantes fracasos en el fútbol se lo van a hacer ver. Él cree lo contrario y terminará sus días luchando contra sus propios demonios, a los que no va a derrotar.
Millonarios, como todos los equipos de Pinto, fue anodino, sin gracia, estéril. Encima de todo, lo que mejor hizo el azul este año fue pegar patadas. Y no porque estemos hablando de fútbol. Comanda el ranking de expulsiones y de tarjetas amarillas del campeonato. Esa estadística no hace sino reflejar el estado de ánimo de sus dirigidos, que, como todos los que pasan por la fusta de Pinto, lucen neurasténicos desde antes de rodar la pelota. Basta ver sus caras cuando desfilan hacia el campo.
No se puede negar que Pinto enjareta mejor en el perfil de Torquemada que en el de San Francisco de Asís. En muchas obras teatrales de las que se han creado sobre el nefasto personaje de la Inquisición, como la muy celebrada de Augusto Boal, Pinto lo representaría con lujo de detalles.
Más que sacerdotes jubilados y aprendices de exorcistas, lo que los grupos de Pinto necesitan es una ayuda de los discípulos de Freud. En la antesala de una consulta freudiana el primer digiturno lo debe tener el entrenador. Mucho ayuda reconocer el problema y la voluntad de querer curarse. Eso es lo que dicen los terapeutas. Yo solo transmito lo que oigo y no le estoy insinuando nada al técnico en cuestión.
Lo que afirmo no excusa al plantel, que demostró su falta de profesionalismo y de convicciones, especialmente en la parte que acaba de terminar para ellos. Pinto solo no puede cargar con toda la responsabilidad del fracaso. Esta debe recaer también en el resto del cuerpo técnico y en la junta directiva. Entre todos mataron la ilusión de la hinchada