La inteligencia vial del Invías es brutal

La inteligencia vial del Invías es brutal

"Viajaba en carro de Barranquilla a Medellín. Tuvimos que parar por un trancón de padre y señor mío, pensamos que era el ELN, pero no, era la inoperancia"

Por: Juan Raúl Navarro
febrero 25, 2022
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La inteligencia vial del Invías es brutal
Foto: Juan Raúl Navarro

El pasado 23 de febrero viajaba en carro de Barranquilla a Medellín, en compañía de mi señora y dos amigos, y a las ocho en sombra de la noche, luego de cruzar la neblina del paso de Ventanas, tuvimos que frenar en seco por un trancón de padre y señor mío que nos encontramos de repente en la enésima curva, al salir de la centésima nube.

Al comienzo pensamos que se debía al paro armado del ELN y, un poco atemorizados comenzamos, a atisbar entre los vehículos, a ver si en la distancia descubríamos indicios de alguna revuelta: gente voleando piedras, blandiendo palos o atizando incendios.

Pero el problema resultó ser el paro armado por los encargados del peaje de los Llanos de Cuivá, entre Yarumal y Santa Rosa de Osos, que cerraron el carril por el que transitan los vehículos que van hacia Medellín con el fin de reparar, al lado de la caseta de cobro, un tramo de pavimento de escasos 30 metros.

Como la vía solo tiene un punto de recaudo en cada sentido, el taco que se formó fue de kilómetros, y eso que había poco tránsito debido a las amenazas de los Elenos. Nuestra espera fue de una hora, a pesar de que adelantamos varias tandas de camiones, los que se tardaban en arrancar cada vez que daban paso. Los pasajeros de los carros particulares que no los rebasaron debieron demorarse, al menos, el doble de tiempo que nosotros.

Es de celebrar que arreglen las carreteras, así sea con pañitos de agua tibia como los que ponen en ese sector, uno de los que está en peor estado en todo el trayecto entre Curramba y Paisalandia. Lo que no se entiende es que colapse la circulación porque los responsables de las obras no implementan sencillas medidas preventivas.

Cuando al fin llegamos a la caseta de cobro, nos sorprendió descubrir que apenas había dos obreros sudando el uniforme en la calzada, mientras cuatro supervisores los observaban y conversaban con frescura. Le pregunté a uno de esos parlanchines por qué los empleados que veíamos cruzados de brazos no caminaban hacia los carros –que “pasito a pasito, suave suavecito” se aproximaban al peaje– para ofrecerle a los choferes la posibilidad de pagar por adelantado con el fin de agilizar la movilidad, y sin sonrojarse me respondió que no tenían tiqueteras.

Para colmo de males, la joven encargada de hacer el cobro se demoraba una eternidad con cada vehículo que llegaba, sobre todo si se trataba de una tractomula. Cabe resaltar que el tramo de la vía Medellín-costa Caribe donde se encuentra el peaje en cuestión está a cargo del Instituto Nacional de Vías (Invías).

Colapsos como este podrían evitarse contando personal proactivo y menos indolente, que tenga imaginación y sepa lo que es la anticipación. Su solución no requiere de una logística compleja. Bastaría con pedir talonarios suficientes para tenerlos listos antes de comenzar las reparaciones. O, en caso de no contar con ellos, con hacer lo más sensato y honesto: suspender el cobro del peaje mientras se realizan ese tipo de arreglos de corta duración. Así los usuarios de las vías –las que los contratistas se han robado tantas veces–nos sentiríamos un poquito menos estafados.

A los conductores nos piden “inteligencia vial”, y a los encargados de cuidar nuestras carreteras no se les exige nada distinto a multar y cobrar. Se limitan a ejercer lo más básico de las funciones que les corresponden, sin hacer ningún esfuerzo que implique solidaridad con los usuarios.

No hay derecho, insisto, a que hagan este tipo de trabajos sin prever lo que va a suceder. A los viajeros, que ya tenemos bastante con los innumerables pare y siga que hay nuestras vías –muchas de ellas trochas con peaje en las que nos jugamos la vida–, nos enloquecen con demoras desesperantes y cobrándonos por lo que, más bien, deberían indemnizarnos.

Viajar en Colombia por carretera es arriesgar alma, vida y sombrero; y manejar, en el mejor de los casos, es exponer huesos y amortiguadores, además de una parte de nuestro patrimonio, amenazada por los cientos de cámaras de foto multas implementadas de mala fe. Al parecer, la consigna del Estado y la de sus contratistas es ordeñarnos a toda costa.

A punta de comparendos, impuestos y peajes, les llenamos las arcas a los chanchulleros, y ellos calculan que nos aguantaremos, aunque llevemos del bulto y solo nos toquen las migajas. ¿Cuándo entenderemos que, frente a los abusos, nuestro deber es protestar?

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