Quería esperar más tiempo para escribir esta columna, pero me animé al seguir encontrando en los medios de comunicación convencionales la misma constante: superficialidad en los debates sobre la educación virtual.
Ahora, después de este inicio que muchos podrían juzgar como arrogante, quiero aclarar que no voy afirmar categóricamente en este texto si la educación virtual es buena o mala, me voy a limitar a compartir algunas ideas con el ánimo de señalar horizontes sobre los cuales se deberían orientar las discusiones sobre la calidad de la educación virtual.
Para empezar, sin atacar a nadie en particular, procederé a señalar algunas discusiones que considero superficiales, no porque me moleste la superficialidad, la mayor parte del tiempo, la mayoría de los seres humanos, somos increíblemente banales y hay que aprender a convivir con eso; expreso mis ideas de esta manera porque el tema cobra una relevancia particular en las circunstancias actuales en las que se hace “obligatoria” la educación virtual y creo que las comunidades académicas (o los pensadores, o los educadores, o quienes han estudiado el tema) tienen (o tenemos) la obligación de destacar lo que sí es relevante en el contexto de cada región.
Una queja frecuente es que muchas personas en Colombia no tienen los recursos necesarios y suficientes para enfrentar los retos de la virtualización; en menos de una semana (con mucho amarillismo) varios medios han identificado como noticia casos de niños que deben encaramarse a un árbol para coger la señal de internet; he compartido con personas de clase media-media y media-alta (aunque no estoy seguro de qué quiere decir esto, pero dejemos así por el momento), que se quejan porque tienen que teletrabajar y compartir su(s) equipo(s) de cómputo con sus hijos(as); algunas estadísticas, en Colombia, señalan dificultades en el acceso a recursos como computadores y/o internet entre un 40% y un 60% en zonas urbanas, con variaciones entre ciudades, y cifras mucho mayores en zonas rurales. Acá el debate no es superficial, el problema es que está incompleto.
Es un debate incompleto porque no contempla una paradoja en los procesos educativos, que aplica tanto a contextos presenciales, como a ambientes virtuales de aprendizaje. Basil Bernstein (experto en sociolingüística y educación, señalaba las desigualdades en el contexto del Reino Unido a mediados del siglo XX, para quienes no lo conocen recomiendo leer a Mario Díaz Villa, un colombiano que ha traducido y estudiado gran parte de su obra) señalaba que la educación no puede suplir las fallas de la sociedad, es decir, aunque se requiere de la educación para mejorar la sociedad, la educación no se desarrolla de la nada, la calidad y el tipo de educación desarrollada en un contexto social particular depende en gran medida de las características de dicha sociedad. Por otra parte, Paulo Freire (pedagogo brasilero, muy reconocido en América Latina) planteaba que, si bien podría afirmarse que la educación no cambia la sociedad, si podía transformar a los hombres (y mujeres) que cambiarían a la sociedad. Estos pensadores no son opuestos, el reto al analizarlos consiste en contextualizar sus aportes para conjugarlos al momento de hacer propuestas realistas para que la educación genere cambios significativos en una sociedad particular.
Bien, ahora el punto es que Colombia es uno de los países más desiguales del mundo, ocupamos el lugar 2 o 3 en la región, y entre el 7 y el 9 en el planeta, de acuerdo a diferentes rankings recientes; de esta manera, el confinamiento actual ha puesto sobre el tapete la discusión de la desigualdad porque la hace más evidente.
Y acá resurgen debates recurrentes que aplican, nuevamente, tanto en la educación virtual, como en la presencial. Por ejemplo, una cuestión importante es: ¿la educación en Colombia es un derecho o un servicio? Si la educación (virtual, por ejemplo) es un derecho, el Estado debe hacer un esfuerzo gigantesco por garantizar la cobertura (incluyendo internet y equipos, si fuera el caso), pero si la educación es un servicio, es válido aceptar las condiciones desiguales entendiendo que se debe respetar la “libertad” de los “usuarios” a escoger el servicio que mejor se adapte a sus necesidades. Por ejemplo, en el caso de Estados Unidos, el discurso que más se maneja plantea que la oferta educativa es tan amplia que las personas pueden escoger el mejor “servicio” educativo incluso de acuerdo a su personalidad. Pero tanto allá como acá hay personas en condiciones vulnerables que esperan que sus hijos puedan “disfrutar” la educación con alta calidad (por lo general privada) pagando a precio de “pública” (véase la película Waiting for Superman). Ahora, el debate es complejo y no puede limitarse a afirmar que es mejor la educación privada sobre la privada (lo cual es una idea peligrosa, que también puede circunscribirse a la paradoja ya mencionada, en cuanto a que la calidad de la educación y su potencial para transformar la sociedad depende de la sociedad en la que se desarrolla).
Zanjar este debate no es una tarea sencilla, por ahora me limitaré a afirmar que se debe procurar políticas educativas públicas estables, un problema recurrente es que (como dicen varios analistas políticos) no tenemos políticas de Estado sino políticas de gobierno; por esto, sin desconocer la importancia de instrumentos importantes como los planes decenales de educación, se debe adelantar esfuerzos para encadenar los procesos educativos del país con proyectos estables de crecimiento (justo, equitativo, con los valores y/o principios que mejor apliquen), para lo cual podemos aprender mucho de la experiencia de países asiáticos que han mejorado exponencialmente sus resultados en décadas recientes. Obsérvese que no estoy hablando propiamente de limitar libertades individuales, ni de favorecer derechos colectivos.
Otra “noticia” (opinión), recurrente, tiene que ver con la idea de qué la educación virtual no puede limitarse a una videollamada (póngale por Meet, Teams, Zoom, lo que quiera) y a compartir contenido (póngale archivos PDF, páginas web, lo que quiera). El problema con la mayoría de este tipo de artículos es que se limitan a denunciar lo que NO debería ser un proceso de educación virtual, pero no proponen lo que SI debería caracterizar un proceso de educación virtual con alta calidad.
Un ejemplo de superficialidad, similar, lo digo con mucho respeto, también lo podemos encontrar en quienes atacan la educación virtual sólo porque no es presencial; esto parece un contrasentido, pero, precisamente por eso vale la pena destacar lo que hace falta. En lugar de pelearnos contra el establecimiento por las circunstancias actuales, con actitudes sectarias, deberíamos aportar argumentos constructivos sobre lo que sí debería caracterizar una educación virtual con altos estándares de calidad.
Perdonen si me pongo muy acartonado, pero quiero citar acá una idea interesante para reflexionar, Clark y Meyer (2016) señalan que en los ambientes virtuales de aprendizaje es posible identificar “arquitecturas receptivas basadas en el punto de vista de la adquisición de la información, arquitecturas directivas basadas en el ensanchamiento de los puntos de vista (…), y arquitecturas de descubrimiento guiado basadas en una perspectiva de construcción de conocimiento”. Lo que quiero destacar es que sí es posible pensar el uso de tecnologías para la construcción del conocimiento y no solamente para la transferencia de información.
Nuevamente, hay debates que caben en contextos presenciales y virtuales, por ejemplo: ¿los “servicios” educativos son principalmente para gestionar el conocimiento o para que cuiden nuestros(as) niños(as)? Si pagamos para que cuiden a nuestros(as) hijos(as) (entiéndase educación preescolar, básica primaria, secundaria y media), en este momento más de un(a) padre(madre) estará pensando en sacar a su hijo(a) del colegio.
Acá podemos abrir varios horizontes.
Podríamos hablar de filosofía y epistemología, sobre la naturaleza y el alcance del conocimiento, entonces, las preguntas serían: ¿el conocimiento en ambientes virtuales de aprendizaje tiene un alcance más limitado que en entornos físicos?, ¿qué características debe tener un objeto virtual de aprendizaje para que se diferencie de un repositorio de información?, ¿los estudiantes son receptores de información, sujetos cognoscentes o sujetos epistémicos, capaces de generar conocimiento?, ¿qué nos mueve más: la búsqueda de la verdad o la supervivencia económica?
Para refrescar el debate, Elliot cuestionaba: “¿dónde está la sabiduría que hemos perdido en el conocimiento?, ¿dónde está el conocimiento que hemos perdido en la información?”. Acá, me permito agregar: ¿será que vivimos en una era de conocimiento, pero estamos lejos de una era de sabiduría?
Ahora, vale la pena también incluir en el análisis aspectos antropológicos. Algunos consideran que los procesos de educación virtual “despersonalizan” por la evidente falta de interacción humana. Si bien, estoy de acuerdo con los pensadores que plantean que la educación merece ser salvada por el sólo hecho del encuentro humano, también es cierto que hay altísimos niveles de personalización (o individualización, si se quiere) con tecnologías como el learning machine y la inteligencia artificial.
De esta manera, podemos cuestionarnos qué tipo de persona queremos formar (debate típico cuando se habla de modelos pedagógicos): personas para el mundo laboral (el homo faber, criticado por Herbert Marcuse en el siglo XX, señalando las contradicciones de la civilización, su unilateralidadad o unidimensionalidad); personas capaces de comunicarse adecuadamente (homo loquens); ciudadanos capaces de administrar, de convivir, de gobernarse y gobernar a otros (homo politicus); seres humanos capaces de conocer, saber y amar (homo sapiens); personas capaces de aprender con experiencias enriquecedoras (Dewey), incluso mediante el juego (homo ludens); entes capaces de calcular, mediante el uso de la razón, la mejor utilidad y rentabilidad (homo œconomicus).
De acá podemos derivar otro tipo de debates, por ejemplo, con relación a la integralidad de la formación: ¿es posible una educación que combine posturas eclécticas con rigurosidad y profundidad?, ¿qué tan multidimensional debe ser la educación, para que sea al mismo tiempo lo suficientemente incluyente y lo suficientemente pragmática?
También valdría la pena considerar algunas cuestiones psicológicas. En este escenario, entre muchos otros tipos de preguntas, podemos cuestionar: ¿qué hace motivante un proceso de educación virtual, depende únicamente de qué tan gratificantes (o aversivas) han sido las experiencias personales?, ¿qué tipo de estrategias pedagógicas pueden resultar más convenientes de acuerdo al desarrollo evolutivo, sin caer en estereotipos?, ¿cómo generar ambientes “reales” partiendo de escenarios “simulados”?, ¿cómo orientar procesos de desarrollo de pensamiento y no solamente transmisión de información?, ¿cómo aportan los estudios sobre sensopercepción para hacer más estimulante la educación virtual?, ¿en los ambientes virtuales de aprendizaje, conviene más la perspectiva propedéutica o la simultaneidad en el abordaje de los contenidos? Esta última pregunta es muy importante, no tengo la respuesta, pero es curioso que muchos dan por sentado que lo más conveniente son los ciclos propedéuticos, me atrevo a plantear como hipótesis que esto se debe más a cuestiones relacionadas con la administración educativa que a resultados de investigaciones serias.
Schumacher, el mismo autor del famoso libro Lo pequeño es hermoso, en su libro Una guía para los perplejos, diferencia los problemas convergentes de los divergentes; en el caso de los problemas divergentes, a medida que se adelantan debates sobre un problema de este tipo aparecen nuevas diferencias y se profundizan las existentes; la educación puede catalogarse como un problema divergente. Esto puede resultar molesto para algunos, como también puede resultar apasionante para otros. La educación puede servir a fines revolucionarios y también a fines reaccionarios; ha servido para derrocar reyes y también para conservar hegemonías. Todo esto hace que hablar de educación pueda resultar un fenómeno complejo, irónicamente o paradójicamente, a pesar de su complejidad, los educadores debemos hacer sencillo lo complejo, para que “todos” podamos discutirlo.
La referencia a Schumacher la tomé de la presentación (escrita por Germán Bula Escobar) de un libro escrito por Álvaro Galvis Panqueva, publicado por el Centro de Investigación y Formación en Educación de la Universidad de los Andes, titulado Ambientes Educativos CLIC –creativos, lúdicos, interactivos y colaborativos- para aprender en la era de la información. Por cierto, para los interesados en investigaciones sobre educación virtual en Colombia, recomiendo ampliamente los libros de Álvaro Galvis Panqueva y el trabajo del Observatorio de Tecnología e Innovación Educativa del Centro de Tecnologías para la Academia de la Universidad de La Sabana. También quiero destacar que la mayoría de las reflexiones plasmadas en este texto las pude madurar gracias al apoyo de maestros de la Universidad Nacional de Colombia, como Fabio Jurado Valencia, Carlos Miñana Blasco, Gabriel Restrepo, Ovidio Delgado, Víctor Florián, José Guillermo Ortiz y Jeffer Chaparro, entre otros docentes, la mayoría vinculados al Instituto de Investigación en Educación, en esta Universidad.
Este texto se podría ampliar mucho más si empezamos a considerar las particularidades de cada disciplina que se enseña, una cosa sería la didáctica de las matemáticas y otra sería la didáctica de la lengua castellana, por ejemplo. Tal vez por eso no he podido encontrar la profundidad que busco, porque se requiere analizar los contextos sin dejar a un lado las disciplinas. Los verdaderos intelectuales (yo no me considero uno) entienden que “el problema con el mundo es que los ignorantes están llenos de dudas, mientras que la gente ignorante está llena de certezas” (Charles Bukowski).