La insoportable pesadez del ruido

La insoportable pesadez del ruido

Compete a las autoridades cerciorarse, antes de expedir licencias y permisos, de que los establecimientos cumplan con los parámetros de ruido en sus locales

Por: Olga Lucía Riaño
mayo 09, 2024
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La insoportable pesadez del ruido

Son las 9 de la mañana de un domingo de puente festivo. En la casa campestre todo está dispuesto para un delicioso desayuno familiar, organizado con amor al aire libre para poder contemplar los cerros tutelares, en medio del canto de los pájaros y el rumor de la suave brisa que se cuela por los árboles y jardines.

Es el sueño perfecto de quienes optan por pasar unos días en estas tierras, alejados del agitado y sonoro mundo citadino; es la esperanza de quienes invirtieron los recursos conseguidos durante su vida laboral para pasar en un lugar idílico su retiro; es la alegría de quienes tienen proyectos ecológicos, aman la naturaleza y decidieron invertir su vida en ella.

De pronto, sin imaginarlo, un estruendo insoportable arrastra a los convidados a una realidad abrumadora: es el irrespetuoso del parlante de un vecino que considera que tiene derecho a acabar con la tranquilidad de todos y que le importa un bledo cualquier ser humano que lo rodee.

Más de uno de los agresores tienen la absurda idea de que se trata de su derecho al trabajo y alegan, incluso, «bien común», pero en una corta lógica, en cualquier legislación, priman los derechos de 40 vecinos sobre los de uno que propone el escándalo como modo de supervivencia o de diversión.

En fin, como sea, el desayuno termina y anfitriones y visitantes optan por ir a recorrer los pueblos patrimonio. Gran sorpresa cuando llegan a las plazas señoriales, a los parquecitos surgidos en la remota Colonia, y se encuentran con decenas de bocinas, en una guerra sin cuartel. Bares y tiendas e, incluso, por increíble que parezca, tarimas auspiciadas por las administraciones municipales… la tristemente recordada y antemaquiavélica sentencia: «al pueblo, pan y circo», o atúrdelos para que no piensen.

Llega la noche. El silencio de la casa campestre y el ambiente tranquilo, aptos para el descanso, son el anhelo. De pronto, de nuevo, otro vecino ejerce su derecho de fiesta o «al trabajo».

En medio del bullicio, también docenas de voladores irrumpen en el cielo estrellado, y las mascotas, si no mueren, huyen en busca de un sitio donde resguardarse, junto a todos los seres de la naturaleza que no resisten los decibeles que incluso las hiperconsumistas empresas fabricantes de celulares bloquean para no dañar la audición de los usuarios.

La tolerancia llega al límite; hay que pedir al vecino que se modere; que recuerde que la pólvora está prohibida, que respete. El vecino, envalentonado, lanza improperios y uno que otro puñetazo. La trifulca se arma y por fin llega la policía, que en definitiva no ha cumplido su labor preventiva ni cívica y que, de alguna manera, ha permitido que la situación alcance esos extremos.  

A medianoche se cierra el telón: ¿el colorario? Varios vecinos que se detestan, un fin de semana de malos recuerdos, un «nunca volvemos allí» de los visitantes y de pronto tres puntos para curar una ceja rota en medio de la furia, sin irnos a extremos de consecuencias peores, que de hecho se han dado.

Todo se hubiese podido evitar si tan solo cumplimos la ley; ni siquiera contemplemos la posibilidad de pensar en el otro, si tanto trabajo nos cuesta. Con acatar las normas de convivencia es más que suficiente.

Cuerpo sano a bajo decibel

Aunque se sufre en carne propia y se padece empíricamente, la ciencia ha demostrado los efectos negativos que ruido excesivo en las personas. 

Entre otras secuelas del ruido que supera los umbrales razonables están:

  • Estrés, irritabilidad, ansiedad y desazón; las personas están irascibles y se estimula la agresividad.
  • Interrupción del sueño e insomnio, con todo lo que ello implica.
  • Aumento de problemas cardiovasculares como hipertensión y taquicardias entre otros.
  • Molestias digestivas y alteración del apetito.
  • Trastornos del sistema endocrino e inmunitario, es decir, desequilibrio en la producción o acción de las hormonas que actúan como mensajeros para coordinar y modificar las funciones de distintos órganos y tejidos del cuerpo, y baja de defesas.
  • Problemas de aprendizaje, memoria y desempeño laboral.

Como se ve, de una u otra forma, quien es forzado a escuchar la música a todo volumen tendrá problemas, pero sin duda quien tiene el mal hábito de generar el ruido, además de los temas de convivencia, pone en alto riesgo su salud. Ahora bien, en aras del libre desarrollo de la personalidad, seguramente la violencia autoinfligida será válida, pero a puerta cerrada o con audífonos.

En cuanto a lo público, compete a las autoridades cerciorarse, antes de expedir licencias y permisos, de que los establecimientos cumplan con los parámetros que impidan que el ruido traspase sus locales; es decir, que usen todas aquellas medidas de insonorización que son viables y que garantizan la tranquilidad de quienes habitan o trabajan en la zona.

Qué dice la ley

El artículo 22 de la Constitución Política de Colombia señala, con claridad meridiana, que: «La paz es un derecho y un deber de obligatorio cumplimiento», y esa paz no es solo el antónimo de guerra; es, por sobre todas las cosas, el derecho a la tranquilidad, lo que a todas luces una agresión acústica vulnera.

Sobre esta última, el Consejo de Estado dice que se trata de «el derecho del ser humano a desarrollar una vida digna y sosegada, que le permita realizar sus actividades en un ambiente sano y exento de cualquier molestia que vulnere la paz y el sosiego» (www.consejodeestado.gov.co/documentos/boletines/PDF/08001-23-31-000-2009-00024-01(AC).pdf).

En el terreno práctico, el artículo 33 del libro segundo —concerniente a la libertad, los derechos y deberes de las personas en materia de convivencia del Código Nacional de Policía más explícito no puede ser al indicar las restricciones tanto, en el vecindario o lugar de habitación urbana o rural, para evitar que se perturbe o se afecte el sosiego con: «a) Sonidos o ruidos en actividades, fiestas, reuniones o eventos similares que afecten la convivencia del vecindario, cuando generen molestia por su impacto auditivo (…); b) Cualquier medio de producción de sonidos o dispositivos o accesorios o maquinaria que produzcan ruidos, desde bienes muebles o inmuebles (…)».

Así las cosas, al menos ya tenemos la certeza de que la búsqueda del silencio no es un rasgo neurótico o un tema de amargura, como se arguye ahora; ¡es legítimo y legal! Schopenhauer, quien en 1851 — cuando no existían las bocinas— dedicó un ensayo al ruido, afirmó que la cantidad de sonido que se puede soportar sin ser molestado es inversamente proporcional a la capacidad mental, y esa medida la consideró bastante justa. Ustedes, ¿qué creen?

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