Nada que hacer muchachos, nada que hacer, Ciro Guerra tuvo la desgracia de competir con un genio absoluto, un debutante que ha logrado lo imposible: saltarse los clichés establecidos en el gastado cine del Holocausto, conseguir la originalidad absoluta a la hora de narrar una historia en un campo de concentración nazi sin recurrir a la lágrima fácil, al horrendo chantaje moral.
Ni los memes de Pablo Escobar amenazando a la academia, ni apelar al siempre ruin patrioterismo, le podrán arrebatar a Lazlo Nemes, un húngaro de 38 años, el Óscar a la mejor película extranjera.
Si los aprendices de snob que corrieron entusiasmados a llenar la sala para ver El Abrazo de la Serpiente salieron convencidos que no habían visto nada más aburridor, seguramente se pegarían un tiro después de ver El hijo de Saúl. Pocas veces me he sentido tan asfixiado en la calidez de una sala de cine. En un artículo del portal español Blog de cine explica esa sensación: "La utilización del formato de pantalla 1.33:1, limitando la cantidad de imagen que como espectadores estamos acostumbrados a ver imponiendo la dictadura de los planos cerrados". Sí, El hijo de Saúl sofocaría hasta a un entusiasta del cine de Tarkovsky.
Esta película húngara es una obra que difícilmente sería exhibida en nuestro país sino hubiera ganado La palma de oro en Cannes, El Globo de Oro, el Premio César y el National Board Rewie. Recibir el Oscar será una partecita más en el itinerario victorioso que tiene este año el aún joven Lazlo Nemes.
Así que créanme, las posibilidades de Ciro Guerra ante esta colosal obra son mínimas, casi que inexistentes. No escuchen a los exaltados que, con sus ojos brotados y las venas hinchadas, hablan de la fe del carbonero, del optimismo irracional como única tabla de salvación contra el embravecido mar de la desesperanza. Nada de esto es cierto. Existen verdades universales, así nos duela a los mediocres, y una de ellas es que El hijo de Saúl es una de las diez mejores películas que se han hecho en Europa en el siglo XXI.
Y frescos que nadie nos quita lo bailado. El próximo domingo 28 de febrero nos sentaremos frente al televisor a ver un hecho histórico: por fin una película nuestra está nominada a un Oscar, un privilegio que en la región sólo han podido conseguir los argentinos, mexicanos, chilenos y brasileros. Pare de contar. Pasamos de hacer dos películas por año en el siglo pasado a realizar 65 gracias a una ley que, hay que reconocerlo, se la sacó de la manga Álvaro Uribe.
Para Ciro debe ser un honor perder con esta obra maestra absoluta, extraña, difícil, asfixiante, insoportable. Él, como cinéfilo que es, lo sabe y no le importa. Ya llegó a donde nadie en Colombia había soñado con llegar, ya le avisó al mundo que acá por fin se está creando, gracias a él, a César Augusto Acevedo, a Iván Gaona, a Rubén Mendoza, a Oscar Ruiz Navia, a William Vega, una cinematografía que puede ir a Cannes y ganar premios, que incluso puede quedar seleccionada por la Academia, por Hollywood, con los estándares de calidad técnica que se manejan en Hollywood, como una de las cinco mejores películas extranjeras del año.
Ciro está tranquilo, hace meses, desde que vio el montaje final del Abrazo de la serpiente, supo que había ganado porque la película que había soñado se parecía mucho a lo que se veía en la pantalla.
Ahora sólo nos queda seguir celebrando y esperar nuevos triunfos, por qué van a llegar, este es apenas el principio. Ciro Guerra, a sus 35 años, es el veterano de una camada de cineastas que tienen el talento, la salud y las ganas de embarcarse en la odisea que significa hacer películas en un país que nunca le ha apostado al cine.
