“Allí donde habla el corazón es de mala educación que la razón lo contradiga” (Milán Kundera, 1984).
Utilizando el amor y la infidelidad como excusa, Milán Kundera recrea la angustia existencial de un hombre, la esposa y su amante, articulando cuestionamientos éticos, políticos, económicos, sociales y por supuesto psicológicos, que desnudan la frivolidad e insignificancia del ser humano frente a eventos coyunturales que se presentan para despertarnos con gloria o hundirnos en la estupidez.
El escrito transcurre en la antigua Checoeslovaquia, subyugada por el régimen comunista en plena cortina de hierro (1968). La dominación de un país extranjero, la imposición de normas, reglas y prohibiciones delatan la similitud con la situación actual del mundo en pleno 2020. Si bien es cierto que son condiciones aparentemente diferentes, en esencia plantean desafíos afines y conductas que reflejan la banalidad de la sociedad colombiana, manifiesta en principios de incongruencia, que tragamos sin masticar, suavizándolos con eufemismos compulsivos, que se repiten al unísono como el himno nacional.
En este contexto, endulzamos los términos para referirnos a otros, adornándolos con adjetivos o nombres que esconden nuestra verdadera intención. De este modo llamamos héroes a los profesionales de la salud, nos asomamos en los balcones, les aplaudimos y colmamos las redes con mensajes de apoyo almibarados. Sin embargo, ellos son víctimas de un Estado indolente, que los abandonó en las garras de la Ley 100 y que le expropió la importancia a su profesión. Además, son víctimas de una sociedad que esgrime amenazas de muerte en paredes, en supermercados y en el transporte público, creyendo que sus “héroes” podrían contagiarlos del virus mortal (para no faltar a la verdad, ya estamos contagiados de una enfermedad más letal: la doble moral).
Reforzamos además el eufemismo, utilizando una frase que enaltece nuestra inteligencia, enmarañada en “la malicia indígena”, para justificar el engaño, la trampa, la corrupción y el favorecimiento propio o de un colectivo. Todo a costa del malestar ajeno, reflejando en términos reales, sin ambages, el desprecio arribista hacia los indígenas (extensivo a campesinos, maestros, líderes sociales, etcétera) y exaltando el egocentrismo que desconoce el bienestar común y las luchas de los menos favorecidos frente a una clase política y económica que incluso se ha atrevido a proponer la división de un departamento en dos: una parte para los blancos empresarios y otra para indígenas, afros y campesinos.
Y por supuesto el eufemismo se transforma en sarcasmo inconsciente, indolente y absurdo. Al respecto solemos proponer triviales alternativas cool para paliar e impedir la aparición de ansiedad, angustia y depresión. Subimos fotos y videos aconsejando rutinas de yoga, meditación o mindfulness, que sin duda no tienen otro propósito que darse a conocer. La levedad impide reconocer que la mayoría de colombianos ya están deprimidos, presentan ansiedad, angustia u otros síntomas físicos, mentales o emocionales, producto de la pobreza, el abandono del Estado y la indiferencia de las mayorías. No son las rutinas físicas, el yoga u otros artilugios nueva era los que les permitirán equilibrarse, es la solidaridad colectiva en respuesta a un Estado sectario que gobierna en pro de pequeñas pero poderosas élites.
Para finalizar y articular la ficción con la realidad, si bien Tomás su esposa Teresa y su amante Sabina, protagonistas de La insoportable levedad del ser, optaron en términos de ficción por lo más elemental de la humanidad en la coyuntura del comunismo, nosotros como sociedad parecemos representar la levedad de una dictadura egocéntrica de pensamiento, que nos impide armonizar y transformar la realidad.
“Allí donde habla la vida es de mala educación que la sociedad lo contradiga”.