Decía el procesalista Francesco Carnelutti que el proceso es un rito programado, un modelo mental (proceso-estructuras), una obra de arte que, como las presentaciones teatrales, posee momentos de parlamento para cada personaje en escena, cambios de retórica y, al final, ovación o rechazo, es decir, nulidad o ejecutoria, es decir, consolidación. Una estrategia no una estratagema; en términos puntuales, estrategia de poder. Por fortuna, para las garantías y el Estado, allí quedó atrapada la “justicia”, no solo como forma de pensar, sino como valor supremo social, lo que corresponde a la modernidad; así se cualificó, cuantificó, se precisó mediante principios. En fin, en términos mundanos, el proceso es la comprensión de dos elementos ancestrales: los mitos y los ritos.
Son miles las formas, todas regladas; son muchas las estrategias a la mano; muchos los momentos o parlamentos y, en últimas, un sinnúmero de posibilidades de actuar, de ejercer el ‘derecho a la defensa’; en la visión ecuménica constituye la regla y, en su ejercicio, forma reglamentada.
No es posible considerarlo o entenderlo, desde la arista de la lealtad, como un recoveco, como un rodeo artificioso, en donde se pierde el derecho. Por el contrario, el proceso es un viaducto con muchos canales , en donde todos tienen por salida la realización del derecho, del derecho sustancial; pues el rito, el diálogo, que por su intermedio se realiza, es para el derecho sustancial y no lo contrario, valga decir, que las formas y los pasos extravíen el derecho. Así es en un Estado de Derecho y, más en un Estado Social de Derecho que se legitima y está, existe, para que las formas, el proceso, con un grato buril talle y revele, haga visible, el derecho sustancial.
El respeto a las reglas no solo es un modelo mental, sino una expresión del desarrollo social y de la evolución, tanto mental como de la civilidad. El respeto a las reglas es así mismo la protección de lo que solicita o se pide revelar.
El resultado del rito, de esta estrategia de poder, es una decisión que, sin duda, se toma como consecuencia de los momentos, de los parlamentos y, por supuesto, de las vías que se tracen, que se planteen en el parlamento, en el diálogo.
Al compartir y aceptar las reglas, los pasos, al encontrar que son las válidas en postura de diálogo, las reglas, los ritos y, las estrategias, son garantía, son la balanza de acción. Y, no es posible argumentar o expresar molestia por el resultado, pues sería, el desacuerdo y la desobediencia, un atavismo, una involución. En otras palabras, estarse al rito pero solo aceptar el resultado cuando es favorable es como atropellar un resultado, sin que el rito sea el fundamento de la consecuencia. Es crear un rito por fuera del acuerdo, es una trampa, un atrapamiento del juego, de las reglas y una indebida apropiación del diálogo. Únicamente diálogo en cuanto se me otorgue la razón; solo juego cuando gano. Entonces, ¿para qué gana si la estrategia, el juego, la postura y sus reglas no son las de la competencia, sino las del jugador?
Y así, como es de gallardos aceptar el resultado y es del juego la imparcialidad de la aplicación de las reglas, se da la posibilidad de expresar preocupaciones fundadas hacia el juez; un juez parcial constituye una ruptura del esquema de competencia. Pero obvio, una preocupación fundada, probada, sometida a lo que objetiva y subjetivamente se pueda demostrar. Y así, el juez que observa la crítica o dificultad en su pensar imparcial, debe retirarse del escenario, del rito, pues daña la estrategia y, por supuesto, niega de base el parlamento, el diálogo de los personajes en escena; se llama ello impedimento o dispensa. Y, cuando se cree que ello sucede y, el juez no lo advierte o no lo quiere advertir, se debe solicitar se retire de la escena, lo que se denomina recusación, que cuando es aceptada por sus homólogos demuestra una impostura y una crisis de su actuar: no era libre en decisión. Pero en el caso en que el contrincante alegue la dificultad y ella no exista, su esfuerzo es desleal; no se encuentra buscando crear una estrategia, sino un juez propio y no de la competencia.
El rito y el diálogo recurrente, próspero, fluido se establece, corre con o sin vicisitudes. ¿Dificultades? Pues muchas o pocas, no obstante, el marco depende de la estrategia y su viabilidad. Todo está cerrado en el marco del proceso.
Allí y, solo allí, se encuentra la actividad y el esfuerzo.
Por último. Y, a propósito de la Corte Internacional de Justicia. ¿Y, si el resultado es adverso? ¿Y si la consecuencia es contraria a lo planteado? Pues, la solución está y se encuentra en el repensar, reflexionar en estrategia y en valores de validez del diálogo. Por supuesto, no existe distracción o reflexión que llame al desobedecimiento. El desobedecer porque se perdió en la consecuencia, es incontestable. El llamar a la distracción, no solo hace perder el fondo de discusión sino, perder el derecho. Y, crear por medio de la insidia una estrategia, invitando a que lo lateral se convierta en el examen central, es tanto como lo dice el dicho común: ‘echarle la culpa al taco’. Así pues, ingeniosamente buscar argumentos que no son probables o posible probar o demostrar, es invitar a que una insidia cree el derecho y, con ello, no solo se pierde el debate, sino la razón. Un juez no resiste una insidia, un juez plural no solo no la resiste, sino que la rechazará por perversa e infundada.
Creer en las instituciones es una obligación y un deber. Colombia ha generado respeto a la institucionalidad. Argumentar lo contrario niega la postura inveterada y, genera un contrasentido al diálogo y rito nacional e internacional. Demoraremos mucho en podernos recuperar de esa impostura.