El cambio generacional que se vive en el país está liquidando al uribismo como fuerza política. Cada vez se torna más evidente que la reducida base electoral del Centro Democrático se concentra en electores de la tercera edad; personas que insisten reiteradamente que los jóvenes desconocen la historia del país y fieles convencidos de un credo sectario que no tiene mayor arraigo en la juventud. Un credo que en esencia se basa en la biografía personal de un supuesto “salvador” que evitó que el país cayera en manos de las Farc.
Son pocos los movimientos juveniles que siguen, apoyan o si quiera respaldan públicamente al uribismo. Ni siquiera contar con un presidente joven, que en algún momento pretendió enfocar su campaña presidencial en la juventud, fue suficiente para seducir a millones de jóvenes hiperconectados que han crecido bajo el claroscuro de la efigie de Uribe como paradigma del poder. Solo unos cuantos grupos que se hacen llamar juventudes uribistas o jóvenes de derecha siguen, por tradición familiar o en defensa del statu quo de su clase, el credo uribista.
Son varios los factores sociales y culturales que influyen en el distanciamiento de una gran mayoría de los jóvenes colombianos con el uribismo. El primero tiene que ver con el desgaste del ciclo de poder que ha venido orientado, con diferentes estructuras y matices, el mismo Uribe durante las últimas dos décadas. Esa sobreexposición mediática que lo ha graduado en un obsesionado por el poder, sin duda ha generado hastío en una opinión pública cada vez más amplia (gracias a las redes sociales) y cansada de las divisiones que propicia en su empeño por perpetuarse en el poder.
Ya resulta tedioso que el país político gire alrededor de un cuestionado caudillo que tuvo su tiempo y no permite que otras narrativas transformen el país. Con el agravante que el uribismo como corriente política no conecta con el sentir de las nuevas generaciones: no propone una agenda medioambiental ya que prioriza el extractivismo y las economías fósiles; excluye sectores ampliamente aceptados como las minorías sexuales y no es creíble en su supuesta “lucha contra la corrupción”.
Las más recientes encuentas consideran que los jóvenes colombianos cada vez tienden a acercarse más a los postulados progresistas o alternativos. Ante todo, un diagnóstico cultural de la profunda transformación que viene operando en la mentalidad de la juventud colombiana. Algo que se notó con contundencia en las impresionantes movilizaciones de los jóvenes en defensa del acuerdo de paz tras el plebiscito; los cientos de plazas que llenó Petro y una amplia base del electorado de Fajardo.
Recuerdo que en la elección presidencial de 2018 el Centro Democrático debía recurrir a cantantes famosos o fieles de iglesias cristianas para convocar movilizaciones cuando más medianas. Ni su candidato o el discurso engañoso de Uribe generaron ilusión en los millones de jóvenes que por primera vez se aventuraron al juego democrático. A pesar de su juventud, Duque no es un referente para los jóvenes porque se quedó encerrado en el dilema de ser un presidente joven que gobierna para el viejo país.
Todos esos factores dan cuenta de la inminente extinción del uribismo con el cambio generacional.
